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El señor MUÑOZ BARRA.-
Señor Presidente , trataré de ser breve. Me referiré en forma bastante telegráfica a los puntos que considero muy sensibles.
He integrado la Comisión de Educación del Senado durante varios años (desde 1990). Al calor de la experiencia vivida en ella, debo plantear que el texto en análisis es uno más de una serie de proyectos parche en materia de educación superior que surgen ante diversas coyunturas. La iniciativa que nos ocupa se agrega a otras que hemos aprobado siempre con la promesa de que se concurriría a la gran reforma del sistema de enseñanza superior en nuestro país.
Sin embargo, nada se ha hecho en pos de una reforma coherente y compacta en ese nivel, lo que sí ha acontecido en la educación básica y media.
Se plantea que en un año más habrá cerca de un millón de jóvenes en la universidad y se afirma, con gran orgullo, que buena parte de ellos serán la primera generación de universitarios en sus familias; pero se oculta, por desconocimiento, conveniencia o falta de compromiso, que casi 50 por ciento de los alumnos que se matriculan en un plantel universitario no terminan la carrera. Así se despilfarra el dinero del Tesoro Público y de las familias, que en un momento dado cifran sus esperanzas en que sus hijos o hijas obtendrán un título de educación superior.
Porque en Chile -digamos la verdad- prevalece el concepto de que, para percibir un sueldo de buen nivel, se precisa un título universitario. Esto se ha preconizado de tal manera que se ha ido dejando de lado los cartones técnico-profesionales, que también son importantes. Hemos estigmatizado las posibilidades de trabajo señalando que solo se entra en la elite social si se es profesional de universidad, aunque muchas de las carreras que ahí se imparten no cuenten, ni en 50 años, con la perspectiva de una vacante en el mundo laboral.
Por consiguiente, aquí de nuevo vamos a "pasar piola" -como dicen los estudiantes universitarios- con otro proyecto parche más.
En nuestro país hay 56 universidades y quinientas y tantas sedes. Cabe preguntarse: ¿existe en ellas una pléyade de profesores universitarios con el nivel curricular necesario para impartir educación superior verdaderamente de calidad?
Si analizamos los establecimientos universitarios ubicados en Regiones -para qué hablar de las sedes-, notaremos que son paupérrimos los currículos de muchos profesores que ahí laboran.
Hoy día es de buena etiqueta decir que les entregaremos una compensación económica a los académicos que han llegado a los 65 años de edad, quienes hicieron historia en el proceso educacional chileno. Pero ¿qué va a pasar en realidad? Lo mismo que en la Fuerza Aérea. El Estado prepara a los pilotos de guerra -a un costo de 3 millones de dólares- y después estos buscan trabajo en alguna aerolínea nacional o en empresas aéreas privadas, porque en ellas les pagan el doble.
¿Qué sucederá con los docentes de excelencia académica? Quien desee retirarse, ¡perfecto!, que lo haga, y que se le otorgue la indemnización correspondiente. Pero los profesores señeros, de gran capacidad curricular, de sapiencia en la docencia, que la llevan en los poros, en la piel, y que se han formado para ella, terminarán yéndose a las universidades privadas donde les van a pagar un mejor sueldo. De esa manera, todos los doctorados y grados que han alcanzado durante su carrera se perderán en esos centros de estudios.
El señor NOVOA (Presidente).-
Concluyó su tiempo, señor Senador.
El señor MUÑOZ BARRA.-
Permítame un par de minutos, señor Presidente , para redondear el final de mi intervención.
El señor NOVOA (Presidente).-
Muy bien.
El señor MUÑOZ BARRA.-
Gracias, señor Presidente.
Decía que me parece más conveniente que al educador que logró altos niveles de calidad y que quiere continuar en sus labores, démosle y reconozcámosle la misma bonificación. Si otro docente quiere jubilar porque está cansado o porque se halla afectado por problemas de salud, dejémoslo ir.
Pero al académico capacitado que desee seguir, no lo privemos de ese derecho. ¡En el fondo, lo estamos echando del sistema!
--(Manifestaciones en tribunas).
En las universidades públicas, hay profesores de excelencia que lamentablemente vamos a perder. Y estas instituciones no solo miran el problema desde la perspectiva del tiempo y de la edad, por cuanto es indudable que el docente joven gana un salario tres veces menor del que percibe un académico de mayor edad.
Finalmente, quiero dejar constancia de que me abstendré, porque la iniciativa en debate no está orientada a solucionar los problemas de la educación superior, donde los alumnos pertenecientes a los sectores económicamente más débiles carecen de la posibilidad de acceder a ella y, si la tienen, caen durante el segundo o tercer año por la falta de recursos. Me abstengo, porque el proyecto no fue analizado por el órgano técnico respectivo desde el punto de vista pedagógico y desde una visión educacional superior, como la Comisión de Educación del Senado. Hoy día el debate quedará acotado en las Comisiones de Educación y de Hacienda. Es decir, vamos a mezclar peras con manzanas.
Por las razones que he expuesto, me abstengo.
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