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El señor HORVATH.-
Señor Presidente, de nuevo quiero relevar la importancia de los inmigrantes en la conformación de nuestro país.
Acá se recordó a españoles, alemanes, croatas, italianos, árabes, belgas, israelíes, chinos, coreanos y, por un asunto humanitario, a sirios, que han llegado al territorio nacional.
La verdad es que hay que analizar esta materia en profundidad. De hecho, en las intervenciones anteriores se ha resaltado que en Chile no existe una política de Estado al respecto, como sí la hubo en su minuto con los colonos europeos, lo cual quedó muy bien descrito en Recuerdos del pasado, de Vicente Pérez Rosales.
Esta iniciativa va en una línea humanitaria y correcta al bajar de 21 años a 18 el requisito para solicitar la nacionalidad chilena y al permitir que los hijos extranjeros que cumplan 14 años puedan optar a ella.
Me queda una duda en relación con la exigencia de renuncia a la nacionalidad anterior, como se halla establecida en la ley. Esta es una medida bastante dura para una persona que elige venirse a Chile y ser chileno, pero que no necesariamente tiene que renunciar a sus raíces, a su cultura y, en forma expresa, a su nacionalidad.
Pienso que en el trabajo sobre la doble nacionalidad se debe hacer un avance adicional.
Y, por carencia de esa política, Chile ha perdido enormes oportunidades.
Lo señalo sin ningún afán discriminador. Está el caso de Europa Central, donde después de la bajada de la Cortina de Hierro y de la caída del Muro de Berlín hubo un ansia natural por venir a países con culturas similares, pacíficos. Asimismo, tenemos el caso de Ucrania, que hasta el día de hoy es fuertemente violentada.
Desde luego, existen muchos extranjeros dispuestos a trasladarse a Chile.
Tuvimos la experiencia de los matrimonios serbio-croatas, que no eran aceptados ni en Serbia ni en Croacia. A un grupo de ellos se los trajo acá y se les dio un sueldo mínimo, unos cursitos de español, y con eso se pretendía que quedaran asimilados. ¡Eso no es para nada una política de inmigración!
En España, el 55 por ciento de los jóvenes no tienen trabajo, y, desde luego, es una opción venirse a países como el nuestro.
Ahora, yo entiendo que el Gobierno no pueda hacerse cargo de una política de inmigración, pues recibe presiones de todo tipo de los países que circunstancialmente necesitan nuestra ayuda, por distintos motivos (económicos, humanitarios, de colonización, etcétera). Pero, si se quiere hacer una política de Estado, creo, pienso y postulo que el Senado es un buen lugar para que, entre las Comisiones de Derechos Humanos y de Relaciones Exteriores, se realice algo significativo.
¿Y por qué lo digo? Porque en el caso de la Patagonia tenemos una cantidad enorme de predios productivos, agrícolas, ganaderos -incluso algunos están mejorando con el cambio climático- que necesitan trabajadores. No obstante, permitimos que nuestra gente se vaya a buscar mejores horizontes a Estados Unidos, a través de programas como el Western Ranch, porque ni siquiera somos capaces de afirmar a los propios habitantes de esa zona con capacitación, con microemprendimientos efectivos, y de salirnos de esta cosa formal de dictar cursos y entregar tantos títulos y papeles que finalmente quedan colgados en una pared, porque, en el fondo, no sirven, no se utilizan.
Entonces, yo me permito resaltar, junto con apoyar y reconocer el trabajo del Diputado Pilowsky y de sus colegas que estuvieron en nuestra Comisión de Gobierno, el valor de esta iniciativa.
Sin embargo, postulo que lleguemos a un acuerdo, de manera que este tema sea tratado de forma prolongada en el tiempo en relación con nuestras reales posibilidades y, desde luego, partiendo con la caridad por casa, arreglando lo nuestro.
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