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- rdf:value = " El señor ARENAS.-
Señor Presidente, felicito y agradezco a monseñor Goic por haber planteado el tema que debatimos. La Iglesia tiene el derecho y el deber de mostrarle a la sociedad los imperativos éticos en que se mueve. En ese sentido, lamento que se tironeen para uno y otro lado las legítimas iniciativas de la Iglesia, tratando de sacar dividendos políticos y utilizarlas como herramientas de lucha que van más allá de la sana y real preocupación por los salarios.
La doctrina social de la Iglesia jamás ha sido incompatible con la economía de mercado; es más, la presupone.
En una economía de mercado, los salarios se determinan principalmente por la calidad de la fuerza laboral y por la calidad y cantidad del capital y las tecnologías puestas a disposición de esa fuerza laboral.
¿En qué hemos topado siempre? La respuesta no está en echarle la culpa a uno u otro gobierno, porque se trata de un problema país. Hemos topado en la capacidad de entregar a nuestro capital humano una educación de calidad, que le permita adquirir habilidades importantes para el mercado laboral y hacerlo más productivo en el tiempo.
Eso no lo hemos logrado, y aunque algunos digan que eso no importa para la determinación de los salarios, la ciencia económica sí lo señala en forma incontrastable.
Por eso, el gran problema ético es anterior al salario ético, es la calidad de la educación que estamos entregando a nuestros jóvenes, es la calidad de la educación que se le entregó a las generaciones que hoy tienen 40 o 50 años.
En sectores rurales es dramático ver a personas con sexto u octavo básico, que no tienen habilidades productivas para insertarse de buena forma en nuestra economía.
Hay situaciones dramáticas. Por ejemplo, se instaló una gran papelera en la localidad de Mininco, comuna de Collipulli, en la que trabajan más de 400 empleados, pero sólo cuatro son de la región, porque el Estado nunca fue capaz de entregar una educación de calidad a los habitantes de esa localidad que les permitiese terminar al menos el octavo básico y, por ende, optar a mejores trabajos y salarios.
Por eso, coincidiendo con la doctrina social de la Iglesia, propiciamos un salario justo, que implica un pago acorde con la productividad de los trabajadores, que permita un sustento suficiente para ellos y sus familias, y que sea fiable para la empresa y también para la estabilidad macroeconómica del país, porque existe un deber ético en mantener los equilibrios macroeconómicos, la inflación baja y que la economía tienda al pleno empleo.
Por eso, no se debe hablar en forma aislada de la cuantía o del monto de un salario mínimo determinado, porque tiene que existir ese equilibrio que debe armonizar las condiciones económicas para tener salarios más elevados y las exigencias morales y éticas que la doctrina social de la Iglesia presupone en una economía de mercado.
Hay que señalar que no se consigue el salario ético en economías planificadas, sino que en economías libres, con libre iniciativa particular y libre juego del mercado, con los elementos éticos que corresponden a una economía social de mercado.
Por eso es triste ver que se ponga en contradicción al mercado y las exigencias éticas. El mercado da una pauta y las exigencias éticas precisan la pauta de cuánto es justo o cuánto es necesario pagar.
En consecuencia, consideramos que esta discusión es provechosa. Ojalá que se haga con altura de miras y que la educación sea el tema central para determinar el salario ético, justo y suficiente para el trabajador y su familia, como lo exige la doctrina social de la Iglesia.
He dicho.
"
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