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- rdf:value = " El señor ESTAY.-
Señor Presidente , deberíamos preguntarnos sobre el rol que debe cumplir el Estado en relación con la materia que nos ocupa. ¿Debe centrarse en poner su agenda oficiosa a disposición de lectores que no se interesan en su lectura? ¿En ser un panel de avisaje estatal y de sus empresas? ¿En presentar una visión contrapuesta, supuestamente compensatoria, de la sostenida por los grandes conglomerados del periodismo escrito? ¿En ser “democrático”, pero representar sólo las ideas de un sector político? ¿En intentar imponerse sobre las preferencias editoriales de los chilenos, que optan en forma masiva por otros periódicos?
“La Nación” es el diario de circulación nacional menos leído por la ciudadanía. Así lo prueban datos entregados por el estudio semestral, respecto del semestre julio-diciembre de 2006, del sistema de Verificación de Circulación y Lectoría de la Asociación Nacional de la Prensa, la Asociación Chilena de Publicidad y la Asociación Nacional de Avisadores. En él se establece que el promedio de circulación de dicho diario corresponde, apenas, a 8.872 ejemplares, esto es, 18 veces menos leído que “El Mercurio” y 15 veces menos leído que “La Cuarta!, “La Tercera” y “Las Últimas Noticias”.
De manera que estamos discutiendo acerca de un producto que tiene una presencia marginal en el mercado de la información. Además, si se considera que los chilenos reciben de la televisión las tres cuartas partes de su “dieta” de información diaria, como lo señalan informes del Consejo Nacional de Televisión, la presencia informativa de “La Nación” es aún más marginal, más bien micromarginal.
Podría decirse, entonces, que es fútil y no tiene sentido analizar qué está pasando con el diario “La Nación”. Pero resulta que, en forma mayoritaria, ese medio es de propiedad estatal y, para peor, su marcado sesgo ideológico dista mucho de representar la amplia variedad de pareceres y realidades que viven los chilenos.
Si en verdad el país requiere un diario estatal, no de gobierno, algo que cada vez está más en discusión, su rol debería centrarse en representar la más amplia divergencia de realidades que contiene en su seno el Estado de Chile. Un medio así pensado debería reflejar pluralidad política en su directorio, equipos directivos, personal periodístico, contenidos -que es lo mínimo exigible, pero que hoy por hoy no se cumple para nada- y un abanico abierto a las diferentes realidades regionales de norte, centro y sur; a la multiplicidad étnica, a la empresa y el trabajo, a los mundos de valores religiosos y éticos contrapuestos que subyacen dentro de Chile. Y, ¡caramba!, qué lejos está “La Nación” de presentar ese panorama.
El diario “La Nación” es un absoluto extranjero en las comunas del distrito que represento. En sus páginas no se reflejan las realidades de Galvarino, Victoria, Curacautín o Melipeuco. Los agricultores, los pueblos mapuche y pehuenche, los campesinos y los colonos de la alta cordillera de Lonquimay no conocen sus páginas y, menos aún, las leen. Por lo tanto, convendría pensar en el porqué de ese hecho. La respuesta es muy simple: “La Nación” es un diario hecho por pequeñas minorías para el goce de pequeñas minorías. Por eso, aunque sea capaz de autofinanciarse gracias a sus servicios de imprenta y a las publicaciones legales y publicitarias del Estado, es el diario menos leído de Chile.
Pero, como se trata de un diario pagado por los chilenos y que debería representar a todos los chilenos -la única justificación a su existencia está en que debería cumplir un rol subsidiario al de los grandes conglomerados-, no existe consuelo alguno en conformarse con su autofinanciamiento o que sea un lujito entregado a manos de una minoría politizada.
Chile necesita un cambio en muchos ámbitos, y el diario “La Nación” representa uno de ellos. Renovarse o morir es el dilema que ese medio estatal viene enfrentando hace años y sobre el cual es hora de tomar decisiones.
He dicho.
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