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El señor NAVARRO ( Vicepresidente ).-
En el tiempo del Partido Unión Demócrata Independiente, tiene la palabra la diputada María Angélica Cristi.
La señora CRISTI , doña María Angélica (de pie).-
Señor Presidente , en representación de la bancada de diputados de la Unión Demócrata Independiente, me corresponde rendir homenaje al XV aniversario de la suscripción de Chile de la Convención sobre los Derechos del Niño.
Un país que no protege a su infancia está destinado al subdesarrollo social y condena a las próximas generaciones a no contar con las mínimas condiciones para su crecimiento y realización. Por ello, la aprobación, en 1990, de la convención que consagra los derechos del niño constituyó un paso esencial a partir del cual hemos ido adecuando nuestra legislación y los programas de gobierno a la protección de menores.
Recuerdo el entusiasmo y la esperanza con que los parlamentarios de aquella época firmamos esa convención en los primeros días que se abrió el Congreso Nacional. El primer paso que dimos como país fue generar conciencia de lo determinante que es la calidad de vida de los niños y el respeto a sus derechos como personas para sus oportunidades futuras como adultos. Desde esta misma Cámara se han generado proyectos que hoy son leyes y que buscan, justamente, garantizar su dignidad y protección; entre otras, la ley de filiación que iguala la condición de los hijos nacidos fuera y dentro del matrimonio; la reforma a la ley de pensiones alimenticias que ha facilitado, al menos en parte, el largo camino que deben recorrer las madres abandonadas para obtener lo mínimo para la mantención de sus hijos; la ley que penaliza la pornografía infantil, las reformas al Código Penal para castigar el abuso sexual, la ley que sanciona el maltrato a menores, la ampliación de la jornada escolar, la obligatoriedad de la educación media, etcétera.
Pero, sinceramente, a pesar de todos esos pequeños pasos, estamos muy lejos de sentirnos satisfechos en materia de protección a la infancia, porque en Chile hay miles de niños a los que, lamentablemente, no les estamos garantizando prácticamente ninguno de sus derechos. Por ejemplo, el derecho a tener mejores condiciones de vida, el derecho a ser protegido contra el maltrato, el trabajo infantil y otras formas de explotación, el derecho a la mejor educación posible, el derecho a tener una familia donde haya amor y seguridad, el derecho a una vida sana y a no vivir en la pobreza extrema como miles de niños.
Como país, no hemos cumplido con esos objetivos. Más allá de algunas reformas que, con enorme dificultad, hemos impulsado desde el Congreso, a veces nos hemos ido quedando en la celebración vana y consumista del Día del Niño, mientras 250 mil menores, entre cinco y diecisiete años, no tienen oportunidad de celebrar ese día, porque están trabajando en el comercio ambulante, en ferias, ayudando a sus padres.
Uno de cada cuatro niños vive en la pobreza, aproximadamente 200 mil menores no asisten al colegio, por distintas razones; hay cientos de niños que debieran concurrir a eestablecimientos donde se les atienda en forma especial y diferencial, pero ello no es posible; 150 mil niños menores de seis años no cuentan con educación preescolar y prácticamente la mitad está condenado a una educación de mala calidad, denegándoseles la igualdad de oportunidades que tanto anhelamos. Todos ven reducidas prácticamente a cero sus aspiraciones laborales y su legítimo derecho a una formación integral.
El 73.6 por ciento de los menores dice haber sufrido violencia física o sicológica de parte de sus padres. Hoy aprobamos una iniciativa que, sin duda, ayudará a controlar la violencia intrafamiliar. Dios quiera que esa ley también llegue a los niños de Chile.
Tres mil setecientos diecinueve niños y niñas son explotados sexualmente. Cientos de madres reclaman ante la justicia la denegación de visita para los padres, porque muchas veces sus hijos son abusados por éstos. Sin embargo, la justicia no da a este hecho la importancia que tiene.
Otro número importante de menores esperan cada día, solos en sus casas, el regreso de sus padres del trabajo, especialmente en el caso de las jefas de hogar, a quienes no hemos sido capaces de entregar un sistema seguro y apropiado para dejar a sus hijos mientras trabajan. Tampoco las hemos ayudado en materia de legislación laboral flexible que les permita trabajar y estar más tiempo con sus hijos. Es un egoísmo de nuestra sociedad.
Hay también otra realidad: la de los niños de familias económicamente acomodadas que no deberían tener problemas, pero que viven en la más absoluta soledad, rodeados de objetos que, por supuesto, jamás reemplazarán el cariño, el amor, la protección y la seguridad de contar con sus padres cuando los necesitan.
¿Qué pasa con la recreación, con el deporte? ¡Cuánto talento perdido hay en el país! Cuántos niños, hoy, podrían ser parte de equipos internacionales e, incluso, olímpicos. Sin embargo, el país no les entrega las herramientas para ello, ni siquiera en el deporte de elite.
Lejos de sentirnos satisfechos, hemos perdido la capacidad de asombro ante la realidad y el dolor en que vive parte de nuestra infancia. Imágenes de niños y de niñas prostituyéndose, viviendo en “caletas” en condiciones infrahumanas, aspirando sustancias nocivas como las drogas, que dañan su salud. Incluso, consumen alcohol desde la primera edad, por lo cual, sin duda, difícilmente podremos rehabilitarlos. ¿Qué pasa con los programas que, por ley, debe implementar al Ministerio de Educación para instruir a los menores en lo nocivo de estos consumos? No existen; ni siquiera están cerca de ser impulsados.
Muchos padres han propinado golpizas tan brutales a sus hijos que, a veces, les han ocasionado la muerte. Son noticias frecuentes que publica la prensa, pero rogamos que eso no vuelva a ocurrir.
No cabe duda que fue un gran paso ratificar la convención, pero siento que, como país, nos hemos quedado en la forma; en las declaraciones rimbombantes, en el slogan, sin entrar con responsabilidad y compromiso al fondo del problema.
¿Qué pasa con la familia, eje fundamental de nuestra sociedad y el mejor lugar para que los niños se desarrollen adecuadamente, con amor, confianza y seguridad? La familia es el primer paso para la sociabilización de un niño y nadie puede reemplazarla. Tengo la certeza de que, si como sociedad, ponemos el acento en fortalecerla verdaderamente, entregándole los espacios, los recursos, la asesoría y la ayuda para resolver sus conflictos, estaremos contribuyendo a prevenir y resolver la mayor parte de los problemas que afectan hoy a nuestros niños debido a una familia débil, aislada y sin apoyo. Los niños no pueden seguir postergados hasta mañana, porque son el mañana.
Hoy tuvimos la gran oportunidad de tener la Sala llena de niños que por horas esperaron poder entrar; sin embargo, nadie los invitó, porque nadie pensó en que también podrían escuchar nuestras palabras, nuestros discursos. Pero no puedo dejar de pensar en que si esos niños votaran, la Sala habría estado llena de ellos.
He dicho.
-Aplausos.
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