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El señor LARRAÍN.-
Señor Presidente, se han expuesto ya los principales argumentos acerca de las inquietudes que provoca esta iniciativa. Sin perjuicio de ello, quiero manifestar algunos comentarios.
El primero consiste en hacer ver que ésta es una materia que en realidad tiene mala historia. Porque empezó con el pie cambiado cuando en marzo de 2004 el entonces Presidente Lagos se comprometió -como ha sido recordado aquí- con el Secretario General de Naciones Unidas a enviar tropas dentro de 48 horas sin que en ese minuto hubiese solicitado la autorización del Senado. Y eso testimonió -se podría decir- ignorancia o desprecio por la labor o el rol que compete a la Cámara Alta en esta materia.
Y en esa oportunidad, para preservar la imagen internacional del Presidente , para dar una señal de unidad en un asunto delicado, apoyamos la solicitud de autorización para el envío de tropas. Entonces pensamos que se trataba de un paso que en el futuro se iba a dar bien y que no se repetiría dicha situación.
Nos encontramos en noviembre de 2006, han pasado largos meses, casi tres años, y se producen hechos casi exactamente iguales. Es decir, a minutos de vencer el plazo, el Gobierno se acuerda de que tiene que pedir de nuevo la autorización del Senado. Porque, de hecho, estaban operando como si ésta ya estuviese concedida en forma indefinida.
Señor Presidente , creo que en este caso el Gobierno, una y otra vez, ha minusvalorado el rol que le corresponde a la Cámara Alta. Precisamente, una materia delicada como la participación de tropas en el extranjero, es decir, para realizar misiones militares más allá de nuestro territorio, requiere ser revisada por un órgano distinto del Ejecutivo. Y pareciera que el Gobierno no valorara eso. Usa al Senado como buzón. Estimo que esa falta de respeto institucional merece que hagamos una representación clara y concreta al Ejecutivo . Pienso que el Canciller, como ex Senador, entiende especialmente la sensibilidad que este tema reviste para nosotros.
Por lo tanto, quiero insistir en esta materia, porque cuando las instituciones se dejan avasallar pierden la respetabilidad.
Respecto del tema mismo, lo más difícil en esta materia, tratándose de la situación de Haití, es definir las características de nuestra presencia en ese país.
Hasta ahora ha sido básicamente de apoyo militar, con el propósito -como dice el oficio donde se nos pide autorización- de colaborar a que se pueda "alcanzar solidez institucional en la República de Haití". Alcanzar dicha solidez institucional, para quien conoce la realidad de esa nación, no es tarea de meses o de años, sino de décadas, probablemente. Y si es que se logra tal solidez, porque se trata de un Estado fallido, como lo reconoce parte de la literatura especializada mundial. Y dichos Estados necesitan otra solución, no la mera colaboración externa para mantener el orden, como se nos solicita en este caso.
Éste no es un tema menor, pues lo que constituye nuestro apoyo militar se está convirtiendo en algo indefinido.
Cuando en los países existe presencia de tropas extranjeras con carácter indefinido, ya no son fuerzas de paz sino de ocupación. Y a mí no me gusta ver a Chile convertido en una fuerza de esa naturaleza en otra nación. En ninguna parte.
Pero cuando hablamos acerca de estas materias, pareciera que no reflexionáramos sobre lo que estamos haciendo.
Haití ciertamente requiere ayuda internacional. Sin embargo, no hemos visto la solidaridad que corresponde de parte de los países desarrollados. Ya se ha argumentado respecto de este punto y no insistiré en él. Sólo señalaré que tal situación se repite desde hace mucho tiempo: se anuncian grandes apoyos de la Unión Europea, también de Estados Unidos, pero al final no se materializan por uno u otro motivo. Por lo tanto, me parece que el respaldo y la relevancia que se le está dando a Haití en la comunidad internacional es bastante lamentable. Y, de esa manera, será imposible consolidar una situación de orden, un gobierno que pueda hacerse cargo algún día de ese Estado.
Yo quisiera ver a Chile apoyando a países como Haití en lo que nos corresponde, en lo que sabemos hacer: con una fuerza de paz auténtica que trabaje para el desarrollo de esa nación. Éste se da en los ámbitos económico, social y en múltiples áreas. Incluso, en cuanto al orden y la seguridad, nuestro rol debe ser ayudar a que esa nación establezca sus fuerzas policiales y de investigaciones necesarias para que se hagan cargo de la situación existente y no esperar a que tropas de ocupación lo hagan indefinidamente, como está ocurriendo. Y con mayor razón si no hay desarrollo en dicho país.
Por lo tanto, me produce inquietud la forma como se ha ido generando nuestra participación en Haití y el carácter indefinido que está adquiriendo nuestro apoyo militar. Ello, como digo, cambia muy sustancialmente la historia de nuestra participación en el extranjero, que es siempre de paz para apoyar el desarrollo y no una fuerza militar de ocupación.
En otro aspecto, señor Presidente , me parece que -al llegar al término del camino, y como se hace de nuevo de una manera improvisada- las razones por las cuales se nos dice que conviene renovar el plazo de permanencia de las tropas en Haití, sirven nada más que para salvar el honor en el minuto final.
Esto mismo ocurrió hace seis meses. Y en ese momento se adoptaron una serie de compromisos, de los cuales los más relevantes no han sido cumplidos, en particular el tercero de ellos que establecía: "Encomendar al Ministerio de RR.EE. y Defensa procurar el establecimiento de una normativa en Misiones de Naciones Unidas que considere un relevo de tropas internacionales en Haití oportunamente programadas,". Otra sería la discusión si este objetivo se hubiese llevado a cabo. Porque tendríamos una política respecto de nuestro retiro de Haití, en qué fecha, en qué condiciones y por qué se va a reemplazar. Eso es lo que hemos planteado; es lo que hemos pedido una y otra vez. Sin embargo, nada de eso se hizo.
Y hoy se nos dice: "Vamos a constituir una Comisión para que estudie cómo se efectuará aquello en general, como una política de Estado.".
¿Por qué debemos creer que lo que no se hizo ayer se va a realizar hoy?
¿No iremos a estar de nuevo presionados, días o semanas antes de que se venza la autorización, para lograr una prórroga por seis meses? ¿Por qué tenemos que pensar que las cosas van a cambiar ahora si no lo han hecho en el pasado?
Me parece que no tenemos claridad sobre cómo desarrollar este tipo de actividades, esta clase de políticas.
Por lo tanto, no sé de qué manera vamos a enfrentar este problema hacia el futuro, cuando antes lo hemos hecho tan mal.
Finalmente, una reflexión que tiene que ver con esto de las "políticas de Estado".
Sin lugar a dudas, hay materias dentro de las cuales el debate entre el Gobierno y la Oposición es más explicable. Son todas aquellas relacionadas con la política interna en los ámbitos económico, laboral, tributario, educacional, en fin.
Pero hay otras en que el Gobierno y la Oposición tienen normalmente posibilidades de llegar a entendimiento. Y, fundamentalmente, son dos: las políticas de Relaciones Exteriores y las de Defensa, donde en todo momento deben primar los intereses del Estado por sobre los de las partes.
Ahora bien, nosotros, como Oposición, siempre hemos tenido una actitud de mucha altura al tratar estos asuntos una y otra vez. Ello no ha sido cuestionado ni discutido. Sin embargo, quiero recalcarlo, porque, cuando no se alcanza entendimiento, no es responsabilidad de la Oposición.
Si no se logra un acuerdo en materia de política exterior, ¿quién es el responsable?
Aquí se ha señalado que lo es el Senado.
La verdad es que no logro entender cuál es nuestra responsabilidad al respecto, qué no hemos hecho como Senado para que se nos diga que somos también responsables de lo que el Gobierno no ha realizado.
Me parece que aquí hay negligencia, improvisación, falta de prolijidad. Y, en ese escenario, no es posible pensar que nuestras autoridades están actuando para lograr, en asuntos tan delicados, sensibles y difíciles como éstos, definir si vamos a ser una fuerza de ocupación o una fuerza de paz, lo cual no es un tema menor.
En eso no ha habido deferencia ni respeto institucional hacia el Senado, ni tampoco claridad sobre lo que se quiere o se busca.
Por lo tanto, si hoy estamos frente a una materia en que no se consensúa, en que entre todas las partes no existe acuerdo donde siempre debe haberlo, donde siempre se debe buscar, es precisamente porque el Gobierno no ha actuado como si ésta fuese una política de Estado.
Por eso, en esta oportunidad, lamentablemente, no voy a acompañar al Ejecutivo en la autorización. Lo he hecho siempre, en las más variadas circunstancias. Es más, presidiendo la Mesa del Senado, me preocupé de que fuéramos a Haití -lo hablé con Juan Gabriel Valdés en su momento-, por estimar que, para ejercer bien nuestras facultades, lo mejor que podíamos hacer era estar muy comprometidos e informados de primera mano.
Así que no hemos sido para nada negligentes ni indiferentes: hemos sido responsables. Fuimos allá. Además, conversamos el asunto con las autoridades, e incluso con el propio Kofi Annan , en las Naciones Unidas.
Pero la verdad es que no veo que el Gobierno esté tomando esta política en serio, como corresponde, ni menos respetando los fueros del Senado para conseguir su debido respaldo en una materia que sí nos interesa, pero en la que necesitamos otra forma de trato para lograr un acuerdo.
Lamento, en consecuencia, no poder acompañar en esta oportunidad al Ejecutivo en la autorización que solicita a la Cámara Alta.
He dicho.
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