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El señor NARANJO.-
Señor Presidente , en los últimos días hemos tomado conocimiento, a través de los medios de comunicación, de la existencia de un proyecto de ley que busca beneficiar a quienes, como agentes del Estado, violaron sistemáticamente los derechos humanos durante la dictadura militar. Quienes efectúan tal proposición señalan que su objetivo es avanzar hacia la reconciliación, la convivencia y la paz social.
Nadie puede desconocer que sería altamente conveniente, ante un planteamiento tan delicado como el de conceder un indulto generalizado a quienes violaron los derechos humanos durante el Régimen militar, iniciar un diálogo, una discusión abierta, acerca de si iniciativas de esa naturaleza contribuirán a la reconciliación y a la paz social entre los chilenos.
Debo señalar que el Partido Socialista nunca va a estar cerrado a la posibilidad de tratar los temas de la reconciliación. Lo hemos dicho una y otra vez. Al abordar las graves violaciones de los derechos humanos que ocurrieron en el pasado en el país, en nuestro ánimo no ha existido ni la venganza ni el odio ni el rencor. Por el contrario, queremos contribuir a que esta herida, que aún sigue abierta en Chile, de una vez por todas se pueda cerrar.
Sin embargo, considero oportuno señalar que me llama poderosamente la atención que una materia tan delicada como ésta haya sido colocada en el debate poco tiempo después de que el Congreso Nacional aprobara una ley para beneficiar a algunas personas que habían cometido delitos de sangre durante la transición democrática. Da la impresión de que, a través de esa iniciativa, se busca, de alguna manera, hacer comparables o equivalentes tales delitos. A mi juicio, bajo ninguna circunstancia se pueden comparar o equiparar hechos de sangre cometidos al inicio de la transición democrática por personas individuales o por grupos subversivos aislados, con la violencia sistemática que utilizaron agentes del Estado durante la dictadura en contra de los derechos humanos.
Señalo esto, porque pareciera que aquí se quiere establecer una suerte de moneda de cambio: ayer por unos; hoy por otros.
En este sentido, señor Presidente, consideramos que es un tema en extremo delicado, particularmente para las miles de víctimas de violaciones a los derechos humanos y sus familiares, que se intente equiparar ambos tipos de delitos.
Digámoslo claramente: aquellos que algunos buscan indultar hoy de manera más o menos general son personas que, actuando como agentes del Estado, hicieron de la tortura, la muerte y la desaparición de gente su forma cotidiana de reprimir a los opositores políticos del Régimen militar. Miles de torturados, asesinados y desaparecidos avalan su accionar demencial, situación por la cual sus crímenes no son cualquier crimen. Como lo establece la legislación internacional, se trata de crímenes de lesa humanidad.
Por tal motivo, si tomamos en consideración que el indulto, desde el punto de vista penal, es un tema complejo, más aún lo es cuando se pretende aplicar a quienes cometieron crímenes que -insisto-, de acuerdo con la normativa internacional, son de lesa humanidad, situación que nuestras autoridades y los que tenemos la responsabilidad de legislar no podemos obviar.
Quienes hacemos las leyes no podemos olvidar que nuestro país ha suscritos diversos pactos internacionales -entre éstos, el Pacto de San José de Costa Rica-, que deben guiar nuestra legislación interna y nuestro accionar en materia de derechos humanos. De la misma forma, quienes impulsan esta política generalizada de indultos tampoco pueden desconocer la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que es muy precisa en este ámbito.
Por tanto, señor Presidente , no debemos olvidar que el Estado chileno ha asumido frente al orden jurídico interamericano e internacional, no sólo un respeto a los derechos humanos, sino también un deber de garantía.
Hoy buscar la dictación de una ley tendiente a indultar a los agentes del Estado que violaron sistemáticamente los derechos humanos en nuestro país significa vulnerar, precisamente, los pactos internacionales suscritos; es olvidar la responsabilidad que nos cabe en esta materia tan importante y decisiva para que una sociedad se pueda desarrollar sobre bases sólidas.
Además, no es menor señalar que el indulto es un acto de clemencia. Pero, cuando se aborda de manera generalizada, muchas veces se puede incurrir en el error.
En consecuencia, para impulsar una política de reconciliación en nuestro país, debe existir una sólida base moral. Para ello, son fundamentales a lo menos tres elementos: verdad, justicia y arrepentimiento.
Nadie puede desconocer que hoy en democracia hemos dado pasos decisivos en ese sentido. Sin embargo, también debemos precisar que, hasta la fecha, no hemos conocido toda la verdad; tampoco hemos alcanzado toda la justicia, y, lo que es más grave, no hay gestos ni señales de arrepentimiento por parte de quienes violaron sistemáticamente los derechos humanos en Chile. A modo de ejemplo, basta señalar el reciente caso de indulto concedido al suboficial de Ejército Manuel Contreras Donaire, quien en ningún momento ha manifestado su arrepentimiento, ni menos ha pedido perdón por el crimen de Tucapel Jiménez.
A su vez, muy por el contrario, casi periódicamente podemos ver cómo los violadores de los derechos humanos que se encuentran condenados o procesados, lejos de colaborar con la justicia o de mostrar el más mínimo arrepentimiento, señalan que cumplieron con su deber ante un supuesto enemigo interno y que participaron en una guerra, aunque la verdad histórica se ha encargado de comprobar que ésta nunca existió. Más aún, sus declaraciones, muchas veces belicosas y altaneras, demuestran que han aprendido poco y que, si estuvieran nuevamente en el poder y en situaciones similares, no trepidarían en cometer de nuevo los mismos crímenes.
Por tanto, señor Presidente , es difícil imaginar que personas como los señores Manuel Contreras , Krassnoff o Corbalán -por citar sólo algunos nombres- puedan el día de mañana gozar de este tipo de beneficios. No tengo ninguna duda de que, si hoy otorgáramos el indulto a esta clase de criminales, en los hechos estaríamos contribuyendo a que haya menos verdad y menos justicia.
En ese sentido, no podemos olvidar que hoy el único camino, el único incentivo que tienen los violadores de los derechos humanos para rebajar sus penas es cooperar con la justicia, a fin de que podamos conocer toda la verdad y todo lo que ocurrió en esa época.
Señor Presidente , no es imponiendo indultos a la fuerza que las sociedades alcanzan el perdón, el olvido y -menos- la paz social entre ellas. No es posible querer imponer la reconciliación a la sociedad chilena y a los familiares de las víctimas, y una política de indultos generalizados busca justamente ese fin. La reconciliación, si quiere ser verdadera y sentarse sobre bases sólidas -insisto-, deberá construirse sobre la verdad, la justicia y el arrepentimiento.
Por tanto, no me parece conveniente dictar una ley que indulte de manera masiva a los violadores de los derechos humanos. Digámoslo con mucha claridad: estamos frente a una nueva Ley de Amnistía, planteada de otra forma.
En todo caso, señor Presidente, reitero que estamos abiertos al diálogo y a colocar el tema sobre la mesa.
Por último, creo importante señalar que cualquier política de indulto que se pretenda impulsar en el país debe considerar a los familiares de las víctimas. Digo esto, porque normalmente se pretende hacer creer a la opinión pública que son estas personas el principal obstáculo para la reconciliación.
He conocido cientos de casos de familiares y no he visto en ellos ni ánimo de rencor ni de venganza. Sólo quieren saber la verdad y obtener la justicia. Y en cuanto al perdón, necesitan saber a quién deben perdonar, con quién se deben reconciliar.
Por eso, señor Presidente , seguiremos muy atentos la discusión que se va a abrir sobre la materia. Pero queremos reiterar -y no nos cansaremos de hacerlo- que lo único que nos llevará a la reconciliación y a construir una sociedad que verdaderamente viva en paz y pueda superar su traumático pasado son la verdad, la justicia y el arrepentimiento.
He dicho.
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