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El señor ARANCIBIA.-
Señor Presidente, sin duda, en Haití se derrocó a un Gobierno democrático legítimamente constituido. Y hoy apareció en un medio de comunicación una noticia que ha inquietado a algunos miembros de esta Corporación: el Presidente Jean-Bertrand Aristide afirmó que había sido obligado a renunciar por Estados Unidos.
Alguien en esta Sala consultó a quién le creíamos: o a Jean-Bertrand Aristide o a Kofi Annan . Ése no es nuestro problema. No somos jueces llamados a definir a quién le creemos. Lo que sí es importante es que algunos tuvimos oportunidad de ver, en la ceremonia de cambio de Gobierno, o de asunción del nuevo Gobierno en Haití -no sé cómo llamarla- a un Vicepresidente que fue llevado y ubicado allí para que, según me pareció, nombrase a un juez de la Corte Suprema, y en la que ambos mostraban en sus caras un susto espantoso. Sin embargo, fueron luego ampliamente respaldados por el embajador de Estados Unidos , que se encontraba detrás de ellos acompañado por un edecán.
Decidir a quién le creemos no es tarea nuestra. Pero no cabe ninguna duda de lo que pasó en Haití fue muy raro. Lo cierto es que se llevó a cabo el derrocamiento de un Gobierno democrático, legítimamente constituido. Definámoslo así. Después analicemos lo relativo al momento en que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas resolvió intervenir para llevar la paz, estabilidad y una serie de beneficios a Haití, misión que más adelante voy a permitirme catalogar como "misión imposible".
Quienes están al tanto de lo que realmente sucede en ese país y los que hemos podido advertirlo, sabemos que pretender que Haití, mediante los esfuerzos que estamos haciendo en este momento, sufra una transformación racional o asuma una actitud distinta a la que, por muy justificadas razones, viene arrastrando durante 200 años, nos parece algo utópico o ingenuo.
Volviendo al punto principal, quiero ser enfático frente a ese planteamiento. Nuestra posición ante el derrocamiento de un Gobierno democrático -que es el hecho que debe servirnos de orientación-, y nuestro criterio respecto de la cláusula pertinente de la Carta de la OEA sobre la materia en debate, así como la postura que hemos sostenido en el debate en general, y en el que debemos participar como miembros del Senado, reviste central relevancia. Cualquiera sea nuestra cultura, orígenes y antecedentes. Éste es tema que está fuera de discusión, y me parece que aquí nadie lo pone en duda.
Y reitero que ante un derrocamiento de esta naturaleza, pienso que estamos en una zona que vamos a tener que especificar, aclarar y definir de cara al país y a nosotros mismos, lo que es muy importante.
Ciertamente, ha habido un cambio en la doctrina sobre el empleo de la fuerza. No quiero hablar de cambios en la política exterior de Chile, porque podría constituir un tema más complejo, aunque hay también algo en esa línea. Pero en lo concerniente a la doctrina militar, sí la ha habido.
En lo que respecta a nuestras Fuerzas Armadas, el Gobierno de Chile suscribió hace poco tiempo todas las cláusulas -la seis, la siete, y otras- acerca de los acuerdos de participación militar por parte de las Naciones Unidas; pero internamente manteníamos una postura bien clara y definida en cuanto a que ella se limitaría esencialmente a misiones de paz. Y en este momento estamos yendo con la cláusula siete, denominada "Peace Inforcement", es decir de imposición de la paz, señores Senadores. Les quiero aclarar que eso significa que vamos a llegar a ese país en disposición de "dar un golpe en la mesa", de imponer una condición de paz. Y si Sus Señorías leen las noticias del día de hoy se impondrán de que en Haití existen los restos de lo que fue un ejército que fue destituido, que se trató de eliminar y que se constituyó en elemento fundamental del derrocamiento de Aristide, cuyo General aparece ya identificándose a la cabeza de esta fuerza que tiene armas y que muestra una actitud que habría que definir "una vez que desembarquemos en la playa", como diría un infante de marina.
Vamos a llevar fuerzas chilenas desde el primer minuto a una acción de imposición de la paz. Y si aquel general no entrega sus armas oportunamente ni se somete absolutamente a esta Fuerza de Paz, habrá enfrentamientos. Podrá aducirse acá que las Fuerzas Armadas están dispuestas al riesgo. Ciertamente. Pero eso es algo que tenemos que medir nosotros, porque ésta es una resolución no militar, sino eminentemente política. Si desembarcamos en Haití, y se produce un desastre como el que ocurrió en Somalía tiempo atrás con fuerzas altamente profesionales y desarrolladas; y tenemos de vuelta en Chile una caravana con cincuenta muertos -pues nuestros soldados están justamente dispuestos a entregar su sangre por los intereses de la Patria-, vamos a tener que sentir algún grado de responsabilidad por ese hecho... ¡que puede ocurrir!
Quiero hacer este planteamiento con visión militar; la que por muchas razones desarrollé a lo largo de toda mi vida. Estamos en una operación de imposición de paz en un territorio complejo, con fuerzas armadas que están reconociendo a un jefe específico, y que no han demostrado actitud de deposición de armas antes de que esta fuerza llegue en 24 horas. No sé cuándo va a partir, aunque eso ya está resuelto.
Éste es el punto de vista que quería plantear, y que a mí me va a motivar para centrarlo en la que constituirá mi resolución final.
En lo formal, quisiera ser uno más en la expresión de la incomodidad que nos produjo enterarnos a través de los medios de comunicación de esta decisión. Más bien, de esta resolución: "Aquí, Chile mandaba".
Diversos señores Senadores, con esa grandeza que los caracteriza, han manifestado lo siguiente: "Pero nosotros no podemos dejar al Presidente sin piso". Es lógico, y les encuentro toda la razón. Es una respuesta, es un pensamiento, con fundamento. Sin embargo, pediría al Primer Mandatario , con las consideraciones inherentes a su cargo, respeto a las potestades de esta Corporación -y no transformarla en un "buzón", como se ha dicho acá-, evitando, por ejemplo, el aprobar en 24 horas proyectos modificatorios de sueldos y salarios u otros que autorizan la salida de tropas del país. Porque, frente a la opinión pública, estamos sufriendo también un daño de imagen. Tenemos que ser responsables en este sentido y el Presidente de la República debe compartir con nosotros este aspecto negativo.
Es decir, es loable la actitud y grandeza del Senado al dejarlo en buena posición. Pero, ¡por favor!, cuidemos las instituciones unos y otros. Es algo que yo quisiera recabar encarecidamente.
Se ha dicho que el asunto revestía urgencia y que el acuerdo debió adoptarse rápidamente, en 24 horas; motivo por el cual no hubo tiempo para considerar aspectos formales. Yo formularía para el futuro una sugerencia muy modesta: si hay que actuar tan rápido ante cuestiones de esa índole, ¿por qué no convocar a los Comités del Senado, con el objeto de conocer la postura de los distintos sectores involucrados? Había una solución quizás, pero debería haberse adoptado respetando la opinión de quien tenía el derecho a emitirla.
El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas resolvió pedir ayuda internacional -cito textualmente el documento que nos remite el Presidente de la República- "Con el fin de contribuir a crear un entorno regional de seguridad y estabilidad en Haití".
Señores Senadores, todos hemos visto la televisión, nos hemos informado del entorno existente; nos hemos enterado de la realidad, de los balazos; de las personas muertas, saqueos... ¿Creen por ventura los Honorables colegas que esto se va a resolver en un plazo prudente? ¿Piensan que las fuerzas que vamos a comprometer, con todos los riesgos que se han planteado de una "imposición de la paz", se limitarán a entrar y salir... y esto se termina? ¡Si Haití necesitará cien años más para lograr algún nivel de desarrollo que se considere humano, o humanoide! ¡Le hacen falta cien años! ¡Haití es un desastre!
Entonces, comprometerse en un desastre a priori, que carece de solución. ¿Solución militar? No tiene. ¿Política? ¡Por Dios que se han hecho esfuerzos al respecto! Ya Estados Unidos ha permanecido varias veces en ese país. ¿Social? Veamos lo que es Haití en cuanto a educación, cultura, salud, medio ambiente. ¡Desastroso! ¿Y nosotros vamos a salvar y participar en su recuperación?
¿Cuántos años vamos a estar, señora Ministra de Defensa , señor Ministro de Relaciones Exteriores , comprometidos en esa causa? ¿O es sólo un saludo a la bandera para corresponder a la imagen de que el país está listo y dispuesto a colaborar en el ámbito latinoamericano? Si realmente tenemos un compromiso de fondo con Haití, ¡preparémonos para una participación muy, pero muy larga!
¿Cuáles son las objeciones que me merece esta resolución a priori del Gobierno sobre envío de tropas? Independiente de las que tenga en cuanto a la oportunidad con que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas lo haya resuelto (que fue con posterioridad al derrocamiento del régimen y no con anterioridad, para haber tratado de reforzar la vía democrática que planteaba el señor Aristide ) y que es algo que escapa a la discusión del Senado, me preocupa el compromiso de nuestras Fuerzas Armadas, de nuestros medios, con la seguridad internacional, el que compartimos en plenitud y, personalmente, en forma absoluta. El compromiso de Chile con la seguridad internacional es un hecho en el cual debemos estar dispuestos a participar. Sin embargo, cuando en su oportunidad discutimos estas materias, siempre lo hicimos poniendo entre paréntesis las áreas de interés nacional.
Es un tema que quiero dejar abierto al debate, porque es muy fácil proclamar nuestro compromiso con América del Sur y con el Caribe. Señores Senadores: nuestras áreas de interés internacional están claramente definidas y deberíamos tener la firme voluntad y disposición de participar en ellas con todos los medios que se requieran, por estar directamente comprometido el interés nacional.
Pienso que la influencia o importancia que pueda tener el Caribe, y si realmente constituye un área vital para el país, son aspectos que debemos pedir a la Comisión de Relaciones Exteriores que los incluya en la agenda de conversaciones de sus próximos encuentros.
Lo señalé antes y lo repito ahora: estamos encargando a las fuerzas que irán a Haití una misión imposible, como lo es arreglar las cosas en dicho país en un plazo no definido.
Quiero dejar muy en claro que las Fuerzas Armadas de Chile siempre van a estar dispuestas a enfrentar los peligros que les demanden las resoluciones políticas, y en este sentido, al integrarnos en una misión de imposición de paz en un territorio tremendamente complejo, deseo recalcar el riesgo que implica obtener resultados positivos determinantes en nuestra participación.
Por eso, después de reflexionar profundamente al respecto, voy a emitir un voto de disidencia frente a la resolución de Su Excelencia el Presidente de la República , para expresar esa otra voz que, en la mayoría de los casos -y con sumo respeto por las opiniones de Sus Señorías-, normalmente no se hace oír.
He dicho.
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