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El señor VALDÉS.-
Señor Presidente , había pensado no intervenir por diversas razones, pero me ha impresionado mucho el debate, la profundidad de las expresiones que he escuchado, el momento que vivimos cuando se ponen en ejercicio disposiciones fundamentales de la República como es la facultad del Primer Mandatario de dirigir las relaciones exteriores y cuando, al mismo tiempo, el Senado se constituye en un tribunal no solamente de debates, sino también de decisión, de igual categoría que la del Jefe del Estado en el ámbito en análisis.
Desde un punto de vista jurídico, político, experimento satisfacción, al margen de lo que se determine, porque me parece que lo que Chile tiene de valor son sus instituciones. Si el nuestro se distingue de los países latinoamericanos, a los cuales respeto, es porque desde don Diego Portales se organizó un sistema de instituciones, no perfecto, pero que son las mejores de América Latina y que es lo que estimo que en definitiva lo hace ser considerado, más allá de las personas, más allá de los valores, más allá de las corrientes políticas, ideológicas, o mucho más allá, ciertamente, de la economía. Las instituciones han jugado un rol fundamental en Chile. Cuando se han roto, es por causas muy profundas. Y muy pocas veces en la historia. No como otros.
Así, se ve una Contraloría General de la República, nacida en los años treinta, que goza de un respeto universal, al margen de los pequeños errores que siempre muestran las obras humanas. Tenemos Fuerzas Armadas, tenemos justicia. Me alegré del discurso pronunciado ayer por el Presidente de la Corte Suprema , en plena majestad de sus funciones -hombre modesto, hombre de derecho, hombre culto, al que respeto mucho, porque lo conozco personalmente-, quien intervino en nombre de un Poder del Estado. Y ello lo hace merecedor de deferencia. Y ha criticado a quienes no guardan la debida consideración a ese Poder. Por tal razón, creo en la articulación de las instituciones -me parece fundamental-, como el esqueleto sobre el cual puede mantenerse la democracia.
Pienso que en esta oportunidad ello ha sido discutido. Y si bien daré la autorización al Presidente de la República -lo anuncio desde luego-, pues tengo fe en que ha tomado una decisión en el mejor interés de Chile, en la medida en que lo conozco, lo respeto y sé que así lo ha hecho, al mismo tiempo debo dejar constancia de que la forma en que el asunto se ha presentado me parece que vulnera la relación que debe existir entre las instituciones, las cuales están por encima de las personas. Creo que eso se ha dicho, y bien.
No me parece que tal situación afecte de manera determinante la decisión del Presidente de la República , que yo acojo. Espero que hechos como el descrito no se repitan, no por nosotros, las personas, sino por el respeto que merecen el Senado, la Presidencia de la República , la función de los Ministros, etcétera.
En segundo lugar, me afecta particularmente este debate, porque creo que, de todos los señores Senadores y Ministros presentes, soy el único que ha conocido Haití en toda su extensión: desde Puerto Príncipe hasta Cap Haitien .
He estado varias veces en aquel país. Me correspondió trabajar en él como funcionario de las Naciones Unidas; acompañando a Galo Plaza, en su condición de Secretario General de la OEA , y en numerosas misiones del Banco Mundial. Estuve en la época de François Duvalier, "Papa Doc", un dictador de la peor especie que uno pueda concebir, y en la de su hijo. Después conocí también a Aristide.
Me agobia el recuerdo de la miseria de ese pueblo; de la falta de instituciones; del abuso y, al mismo tiempo, de la bondad de su gente; de su religiosidad, donde aparecen injertados en el vudú -expresión romántica de su piedad- sistemas franceses de origen católico o cristiano. Presencié en la montaña escenas de vudú. Conozco la alegría y las penas de ese pueblo, absolutamente ajeno a lo que corresponde a una sociedad nacida de la vertiente española, latina o sajona. Es un pedazo de África injertado en América Latina. Nación sufriente, respetable. Fue la primera república que, a la voz de la Revolución Francesa, logró en 1804 la independencia como colonia negra (nosotros la obtuvimos en 1810).
Me tocó reparar, a través de la UNESCO, los grandes edificios de los primeros emperadores, quienes también se estimaban nobles y se sentían igual que Napoleón. Derrotaron al enorme ejército del cuñado de éste; fueron libres, y después, durante 50 años, tuvieron que pagar muy caro, con pobreza, lo que Francia les exigió. Por eso los franceses tienen ahí obligaciones, que van más allá del idioma: la pobreza no es casual.
Pues bien: Estados Unidos también ocupó Haití por veinte a veinticinco años. Está prácticamente al lado. Creo que en cuestión de media hora un F-16 que despega del país del Norte llega a Haití.
Cuba también se encuentra cerca. Otra zona caliente.
Mientras estuve en Estados Unidos -diez años-, muchas veces presencié su intervención en Haití, y no sólo a través del embajador norteamericano (para intervenir en este país basta la actuación de un secretario).
Me duele que una vez más ocurra lo mismo, luego de que esa nación puso toda su energía en elegir a un hombre muy admirable: haitiano, ex sacerdote, culto, fino, pero con una contextura ideológica y psicológica de niño. Porque si uno va a ese país no se encuentra con gente mala, sino con niños que bailan, que no comen, que no se bañan. El 65 por ciento de la población carece de agua potable: puede verse a la gente tomar agua de las acequias. Padecen enfermedades terribles. La expectativa de vida allí es de 48 años: casi la mitad de la de Estados Unidos o de la nuestra.
En esas condiciones, exigir disciplina democrática es muy difícil.
Aquí se preguntó cuántos años demoraría la solución.
Yo estuve embarcado en la formación de una escuela de enfermería: todos los enfermeros partieron a Estados Unidos. Porque se trata de personas inteligentes. Los médicos son excelentes (eso se aprecia en los hospitales norteamericanos) y cobran menos que los estadounidenses y los chilenos. En ese país no existen profesionales. Ese pueblo ha sido abusado durante toda su vida.
Por consiguiente, precipitarse ahora con el envío de tropas me parece algo inconcebible -lo digo por mi experiencia personal-, pues se requieren remedios (sobre todo penicilina) y asistencia para los niños. Es indispensable la formación de empresarios, ya que éstos no existen. Tampoco hay bancos. En definitiva, son manejados desde afuera.
¡Ese pobre país no se arreglará con soldados!
Los norteamericanos deben intervenir. Ellos sacaron a François Duvalier y a su hijo, quien prácticamente era dueño del país. A Jean Claude lo conozco muy de cerca. Como anécdota, puedo contar que una vez el Duvalier chico me convidó a andar en motocicleta. ¡Hasta ese extremo!
Sé cómo viven. Ir a Haití es igual que llegar a un lugar de niños. Su gente es de reacciones incontroladas. La violencia es parte del juego; pero se matan.
Por eso me preocupa la entrada en escena de nuestros soldados, tan serios, tan eficientes, tan "cuadrados", que son como la expresión de una historia, en un mundo inmanejable.
Desconozco qué va a ocurrir. ¡Dios dirá! Pero no puedo dejar de manifestar estos sentimientos ante la medida que se ha tomado, no por la OEA, de la que aquí se ha hablado.
Desde hace mucho tiempo considero a la OEA el órgano más ineficiente e inútil que existe a nivel internacional. Lo viví durante seis años como Ministro de Relaciones Exteriores . Fue incapaz de detener la guerra entre El Salvador y Nicaragua, que empezó en un partido de fútbol. Los Cancilleres se juntaron cinco o seis veces, con viajes costosos, secretarios, enormes trasnochadas, etcétera. Sin embargo, esa Organización no pudo parar el conflicto.
La OEA nunca ha sido capaz de solucionar un problema. Es un depósito de ex ministros o ex embajadores que viven en el tercer nivel de la diplomacia norteamericana.
Ahora podía haber hecho algo. Habríamos estado obligados. Tenemos asiento. Somos importantes. ¡No hizo nada!
Conozco bien a la OEA. Pasé un año con el Presidente Lamadrid, de México, tratando de modificarla. Al final, nos convencimos de que es inmodificable.
Vamos a la Organización de las Naciones Unidas, a la que respeto mucho, porque la serví; la estimo, la admiro. Sin embargo, creo que en esta oportunidad concurren a la situación producida países culposos: Estados Unidos, Francia y Canadá, por su experiencia francesa.
Y ahora nos agregamos nosotros.
Señora Ministra , señor Ministro , me preocupa que vayamos solos; me preocupa que se haya roto el principio de no intervención.
Coincido completamente con lo expresado con mucha propiedad por el Senador Fernández. Tenemos una serie de incógnitas.
Entiendo que el Presidente tomó una decisión en el mejor sentido de los valores chilenos. Empero, lamento que no se conozca en detalle lo ocurrido en casi 200 años de vida independiente de Haití y me intranquiliza lo que pueda pasar.
Aquí se dijo bien. Aristide ganó su elección con cerca del 80 por ciento de los votos. Lo conozco. Es una persona muy iluminada, un sacerdote brillante, que hoy se asemeja además al culto vudú, porque habla un lenguaje muy atrayente. Estoy seguro de que va a volver, si no muere.
Pero quien viene ahora es un jefe rebelde que fue partidario o miembro de los "tonton macoutes" y que participó activamente en las dictaduras que los norteamericanos eliminaron por obra del Presidente Clinton.
O sea, nos hemos colocado en un mundo en evolución, sin control, no en paz, como aquí se sostuvo.
Confío en que la señora Ministra y los jefes de las Fuerzas Armadas cuidarán de que Chile no se exponga por aparecer llegando a un territorio donde hay balazos en todas las esquinas.
¿Se van a defender ellos? ¿A quién atacarán? ¿Quiénes son los adversarios? ¿Por qué van militares? ¿Bajo qué órdenes estarán?
No veo respuestas claras a esas preguntas.
Por eso, no puedo dejar de expresar mi preocupación. Porque 300 soldados son mucho para Chile, pero muy poco para la situación reinante.
Creo recordar la cifra de la otra intervención americana: cerca de 20 mil soldados, cuando se creó el caos a la salida del dictador que precedió a Aristide y que hoy recupera el poder a través de otros.
O sea, éste es un proceso extremadamente peligroso, cuyos aspectos políticos y cuya longitud en el tiempo son inmanejables.
¿Cuánto durará esto? No sé. ¿Qué riesgo corremos? Tampoco sé. Se ha dicho que los militares son muy valientes. No me cabe la menor duda. Pero el valor de cada soldado hay que usarlo con finalidades manejables. Y me parece que eso es algo que queda pendiente.
Reconozco que el Presidente de la República tiene la responsabilidad. No obstante, me habría gustado contar con mucha más información. Me habría gustado participar, si fuera necesario, con América Latina. Pienso que aquí el problema para Estados Unidos es su propia culpa, y al mismo tiempo, su cercanía con Cuba, que está al acecho. Por eso los americanos invadieron República Dominicana hace algunos años. Es un área muy peligrosa, donde nosotros tenemos poco que hacer.
Sin embargo, se ha procedido de esta forma. Y el Primer Mandatario contará con mi apoyo, pero sin que yo ceda en mi preocupación, como Senador y como chileno. Considero que en situaciones como ésta nuestra institucionalidad debe funcionar con más tiempo, con más detalles, con mayor información.
Yo no sé. Esta noche o mañana vamos a oír en la CNN, en alguna radio o en algún canal de televisión, hablar de una situación muy peligrosa.
Votaré que sí, señor Presidente.
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