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El señor PIZARRO.-
Señor Presidente , sin duda, en el debate ha habido argumentos de distinta índole, todos legítimos, por supuesto. Sin embargo, lo esencial para tomar una decisión correcta es plantearse, en primer lugar, si la resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas es o no es correcta. Y de eso hemos hablado poco.
Porque Naciones Unidas y su Consejo de Seguridad actúan y se preocupan del tema a petición de dos instancias muy importantes para definir el criterio con que nosotros debemos adoptar nuestra decisión. La primera proviene de la Organización de Estados Americanos (OEA). Y es bueno que los Senadores tengamos presente que ella actuó durante el proceso de crisis que vive Haití y que lo hizo buscando una solución política y una negociación entre los protagonistas, pero sin éxito. Al no obtenerlo y frente a la gravedad de la crisis la OEA pidió al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas -que tiene facultades para actuar en esa materia- que estudie la posibilidad de intervenir con una fuerza de paz. Esto ocurrió la semana pasada. Y como nuestro Gobierno forma parte de la OEA y tenemos allí un Embajador, cuenta con la información adecuada para efectuar un seguimiento al proceso de la nación caribeña.
La segunda petición vino del Presidente provisional de Haití , el día del derrocamiento o la destitución -como quiera llamársele- del Presidente Aristide , quien firmó la renuncia y salió al exilio en las condiciones que la opinión pública conoce. Y el Presidente provisional, que sigue la línea constitucional, solicita a Naciones Unidas y a su Consejo de Seguridad una intervención que permita la pacificación del país. ¿Para qué? Para que, a través de esa pacificación, los propios haitianos cuenten con las condiciones mínimas para buscar la solución más definitiva, más estratégica a la grave crisis por la que atraviesan.
Por lo tanto, la primera pregunta que se debe hacer el Senado es si el Presidente Lagos tomó la decisión correcta al instruir a su Embajador votar a favor la resolución de Naciones Unidas de enviar una fuerza de intervención pacífica a Haití. Ése es el debate. Ésa es la primera pregunta.
En mi modesto parecer, apruebo la decisión presidencial, la respaldo total y absolutamente. ¿Algún país o Gobierno que compone el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas votó en contra de esa resolución? ¿Alguno dijo: "Mire, no, porque no existen condiciones humanitarias en Haití, y estamos en presencia de un golpe de Estado puro y simple, por lo tanto, cualquier resolución que tomemos significaría respaldarlo"? ¡No, ninguno! Porque no es ésa la realidad que se vive allí, ni se han dado así las cosas en su proceso de crisis.
Por lo tanto, lo primero que debe hacer esta Corporación es respaldar al Presidente de la República en la resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Y esta decisión -y aquí es donde ha habido un debate absolutamente equivocado- no implica apoyar un golpe de Estado, ni reconocer, avalar o legitimar el procedimiento utilizado para destituir al Presidente Aristide y tener hoy día un Presidente provisional. Lo que está haciendo la resolución de Naciones Unidas es responder a la obligación ética, moral y humanitaria de ir en ayuda de un país que se está desangrando, inmerso en la lucha caótica y muy terrible de una sociedad que no puede controlar, donde hay baños de sangre. Esto no ha ocurrido solamente en esta última semana, sino que es un proceso que lleva largo tiempo. Y quienes han seguido la historia fidedigna de los acontecimientos saben que la situación es francamente insostenible.
La segunda pregunta que debemos hacernos es si corresponde o no que el Presidente de Chile, ante la petición del Secretario General de Naciones Unidas , ayude a implementar la decisión que el propio país ha respaldado en el Consejo de Seguridad. ¿Y cómo se concreta esa decisión? Con el envío de tropas que cumplan una función específica y determinada. Un rol claro establecido en la propia resolución.
Creo que en un país como el nuestro debe haber un mínimo de coherencia, un mínimo de consecuencia respecto de las decisiones que se tomen en el ámbito internacional al cual pertenecemos y hemos tratado de fortalecer a propósito de los hechos ocurridos en el mundo en los últimos años. Ese mínimo de coherencia obliga ética y moralmente, en pro del resguardo de los intereses del país y de la región, a actuar en consecuencia y, por lo tanto, a acceder a la petición del Secretario General de Naciones Unidas .
Sin embargo, en vez de realizar esa discusión de fondo y preocuparnos del rol que nos corresponderá en Haití, el debate gira en torno de si el Presidente de la República consultó o no consultó, si actuó rápido o no actuó rápido, si estamos apoyando o no un golpe de Estado. El debate no es ése.
La secuencia de hechos que he relatado es bastante más presentable que muchas otras crisis de países vecinos, donde los Presidentes han sido sacados de peores maneras que el de Haití. Y si no lo creen, pregunten a Sánchez de Lozada , a De la Rúa, a Mahuad o a Fujimori. Todos sabemos lo que ha pasado en Paraguay y en muchos otros lugares de América Latina.
Pienso que el Presidente de la República , en uso de sus facultades, y siendo coherente con los objetivos de la política exterior de Chile, ha actuado correctamente, tanto frente a la decisión del Consejo de Seguridad como en su implementación, la cual significa el envío de tropas a Haití.
Considero conveniente hacer otra reflexión. Cabe preguntarse por qué Kofi Annan le pide a Chile que envíe tropas. Podría haberlo solicitado a muchos otros países miembros del Consejo de Seguridad. A mi juicio, la respuesta es más que obvia: Chile es una de las pocas naciones en América Latina en condiciones de implementar legítimamente una resolución de Naciones Unidas de este carácter.
Lo que para algunos puede ser un problema, constituye claramente un reconocimiento a las condiciones imperantes hoy en día en nuestro país. En mi opinión, forma parte del fortalecimiento de una política exterior y habla bien del funcionamiento de nuestro sistema político, de nuestra democracia, de nuestra economía, y de la forma como hemos encarado las relaciones internacionales.
Por lo tanto, no es tan sencillo llegar y decir: "Mire, nosotros debiéramos decir que sí a Naciones Unidas, pero negarnos al envío de tropas para implementar su resolución". Porque Chile no sólo está en condiciones de hacerlo como país, sino que, sin ser peyorativo, la verdad es que en la región, en Latinoamérica, son muy pocos los Estados que pueden implementar una decisión de este tipo. Algunos podrán mencionar a Brasil. Sí, es cierto. Brasil debiera estar en condiciones, pero tiene una política muy particular y en este tipo de materias se abstiene, no se "moja", no asume responsabilidades. Y también tiene demasiados problemas internos como para agravarlos con esta otra situación. O tal vez México. Pero este país ha tenido una política exterior bastante parecida a la de Brasil.
Por consiguiente, debemos enmarcarnos en los objetivos centrales de nuestra política exterior. De manera que no me parece que la crítica y el cuestionamiento que aquí se ha hecho al Presidente de la República signifiquen un menoscabo al Senado. Porque en este momento estamos siendo consultados para aprobar o rechazar la materialización de una decisión tomada por el Primer Mandatario. Él no debería molestarse si rechazáramos la petición de envío de tropas -está dentro de nuestras facultades- y, por nuestra parte, no correspondería que nos incomodáramos si, a su vez, resolviera mandarlas a Haití en forma oportuna. Porque existe un tiempo limitado para cumplir a cabalidad esa función. Los organismos internacionales no toman medidas que no se puedan implementar o no tengan la eficacia necesaria. Y los países tampoco se pueden dar el lujo de que el día de mañana, producto de no haber intervenido oportunamente, se generalice el baño de sangre en esa nación. ¿A quién le echarían la culpa o quiénes se responsabilizarían de ello?
La rapidez con que se ha tomado esta decisión es coherente con lo que Chile ha realizado en Haití durante los últimos años. En la mayoría de los ciudadanos, e incluso en muchos de nosotros, no existe clara conciencia de la ayuda que hemos brindado a ese pueblo. Tal vez somos el único país latinoamericano que lo hace. No se encuentra presente el ex Presidente de la República y actual Senador señor Frei , pero a partir de su Gobierno se han venido implementando en el área de la salud programas de cooperación sumamente importantes y beneficiosos para los haitianos, de los cuales puede dar fe la señora Ministra de Defensa Nacional , porque cuando desempeñó la Cartera de Salud le tocó participar también en su ejecución.
Estoy hablando de programas de cooperación significativos. Nuestro país tiene allá una misión diplomática. Adicionalmente, forma parte de un grupo de amigos de Haití que ha estado permanentemente preocupado de esta situación. A diferencia de otras naciones, estamos involucrados en el tema. No podemos hacernos los lesos o los locos, menos aún cuando en este proceso, reitero, han participado todas las instancias que buscaron previamente soluciones políticas, como la OEA y las Naciones Unidas, que han actuado en uso de sus atribuciones. Y Chile es miembro de ellas.
Por último, creo que el elemento esencial que seguramente llevó al Jefe del Estado a aceptar la solicitud del Secretario General de las Naciones Unidas lo constituye el hecho de que disponemos de un contingente preparado para actuar en estas misiones. Otros países no cuentan con él y aunque tengan la voluntad de ayudar no podrían concretarla. Nosotros estamos en condiciones de hacerlo. Y está bien, porque tal decisión obedece también a una visión estratégica que ha ido desarrollando nuestra sociedad en su conjunto y a un criterio que debería convertirse en una política de Estado permanente en el caso de las relaciones exteriores.
Ésa es otra de las razones por las cuales nadie en el Senado debería molestarse con motivo de las decisiones que el Primer Mandatario toma en materia de relaciones internacionales. Porque dentro de sus facultades exclusivas figura el manejo de la política exterior. En algunos casos debe solicitar la aprobación o el rechazo del Senado. Y éste es uno de ellos.
Pongámonos en la hipótesis de que el Presidente de la República hubiera empezado al revés, recabando la opinión de los partidos. Entonces estaríamos diciendo: "¿Por qué consulta a los partidos, en circunstancias de que somos los Senadores los que debemos pronunciamos en conciencia, de acuerdo a los antecedentes con que contamos? Los partidos no tienen por qué darnos instrucciones".
Quizás el Primer Mandatario debería haber conversado con todos nosotros. Probablemente alcanzó a hacerlo con algunos. Entiendo que al Presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores se le entregó ayer cierta información y algunos Senadores accedimos a ella.
Sin embargo, el debate desarrollado esta tarde; los antecedentes con que contamos; la coherencia entre nuestra política exterior y la forma como Chile ha estado trabajando en el Consejo de Seguridad; la prioridad que hemos fijado para el fortalecimiento de los organismos multilaterales; la consecuencia con las decisiones que hemos adoptado frente a la terrible crisis humanitaria que vive Haití, nos obligan a respaldar la decisión del Presidente de la República, en la convicción de que estamos haciendo lo correcto y de que es absolutamente necesario que la fuerza de intervención para lograr la pacificación de ese pueblo tenga un componente latinoamericano. Y éste, para tales efectos, lo representa Chile.
Votaré a favor de la petición.
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