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El señor PRIETO .-
Señora Presidenta , soy uno de los 43 diputados que lleva sólo dos años cumpliendo funciones en el Congreso Nacional y me veo enfrentado a un proyecto que, por encontrarse en su tercer trámite constitucional, me ofrece alternativas limitadas para su votación.
Al igual que todos ustedes, represento un distrito y adscribo a una tendencia política definida; al igual que ustedes entré en política por convicción y como respuesta a una vocación profunda de servicio a los chilenos, especialmente a quienes más demandan nuestro trabajo en el día a día.
El país está atento al curso que sigue el debate de la iniciativa legal, la que tendrá consecuencias profundas en nuestra sociedad. Me asiste la más clara y nítida convicción de que cada señor diputado tiene una opinión fundada respecto del proyecto. También me asiste la más clara y nítida convicción de que hay posiciones lamentablemente irreconciliables en materias de fondo. Algunos creen firmemente que instaurar el divorcio vincular es bueno para nuestra sociedad, mientras que otros creemos, de corazón, que esta iniciativa traerá nefastas consecuencias para la familia chilena.
Tras haberme informado en profundidad sobre el contenido de la iniciativa y haber escuchado atentamente el debate no puedo sino cumplir con el imperativo moral de dar mi opinión de forma calmada, pero no por ello menos clara y directa.
A mi juicio, el proyecto, con las modificaciones introducidas por el Senado o sin ellas, es malo para los chilenos. Lo digo porque estoy seguro de que atenta contra la unidad familiar, contra la protección de la mujer y de los hijos, y porque viene a sembrar una semilla de potencial destrucción de uno de los pilares fundamentales de nuestra sociedad cristiana occidental.
No estoy aquí para aburrir a la Sala en torno a mis convicciones personales, pero sí para reflejarlas, en cuanto sea posible, en mi forma cotidiana de actuar, sea cual fuere el motivo de la discusión y sean cuales fueren las consecuencias políticas que ello acarree.
Creo en la tolerancia y en la libertad. Entiendo la primera como el verdadero respeto por la opinión y el pensamiento de los demás, y comprendo la segunda como la capacidad de cada persona de autodeterminarse hacia los fines reales de nuestra existencia. No concibo la libertad como una licencia, sino como un verdadero tesoro. No creo que el argumento de la libertad sirva para justificar todo lo que hacemos o dejamos de hacer, ya que estoy convencido de que hay parámetros objetivos que guían nuestro camino y al amparo de los cuales se miden nuestros actos.
A estas alturas, estimo extemporáneo debatir respecto de temas que han sido ampliamente discutidos y debatidos en profundidad y sobre los cuales no lograremos modificar posturas, pero me parece importante ahondar, al menos, en un punto que considero central: la existencia de argumentos de diversa índole para amparar una u otra postura. Pero también hay argumentos a favor del matrimonio para toda la vida muy difíciles de rebatir.
El matrimonio civil, si bien es hoy una institución que pertenece al mundo de las leyes humanas, encuentra sus verdaderas e innegables raíces en la tradición y en la enseñanza cristiana y ha tenido siempre características especiales que lo distinguen nítidamente.
Las preguntas que a mi juicio permanecen sin respuesta hasta la fecha son las siguiente: ¿Qué tiene de especial esta institución como para querer modificarla, en circunstancias de que se pudo haber creado una nueva institución que reconozca el deseo de disolubilidad que muchos quieren? ¿Por qué, en lugar de modificar el matrimonio civil, no se ha trabajado en crear una nueva modalidad disoluble, con otro nombre y con efecto retroactivo para los casados bajo la institución que hoy conocemos?
Sin pretender dar una solución definitiva a esta paradoja, creo que la respuesta tiene que ver con el prestigio social que tiene esta institución, con raíces profundamente cristianas, y que en esta oportunidad estamos contribuyendo a despojar de uno de sus principales y esenciales atributos, que, no me cabe duda, es el principal causante de su prestigio social.
Me parece injusto tijeretear al matrimonio de la forma en que se está haciendo. Si el sentir de la mayoría es tener una institución familiar disoluble, debió haberse pensado y trabajado desde cero y no utilizar el nombre y las características de una institución que nos pertenece a todos.
En el convencimiento de que hoy hablar es un deber y callar una falta, termino mis palabras diciendo que durante los próximos días el matrimonio, tal como hoy lo conocemos, simplemente dejará de existir.
He dicho.
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