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- rdf:value = " La señora TOHÁ (doña Carolina).-
Señora Presidenta , el día de mañana, cuando realicemos la votación de esta iniciativa, habremos dado un gran paso, porque ello significará contar con una ley de Matrimonio Civil más moderna, más completa, que incluya la posibilidad del divorcio, pero también daremos un gran paso desde un punto de vista más amplio.
Cuando hablamos de nuestro país y lo describimos, especialmente cuando estamos en el extranjero, decimos que Chile es un país muy hermoso, que tiene maravillosas playas, una hermosa cordillera, que es muy estable, ordenado, que hemos logrado ponernos de acuerdo, pero -y viene el pero después- es un país donde hasta hace poco había censura, donde no existe el divorcio, donde todavía el Senado no es elegido plenamente en forma democrática, donde no hay una completa legislación que asegure la supeditación de las Fuerzas Armadas al poder civil. Estos “peros” son un lastre conservador, retrógrado, del cual nos ha costado mucho liberarnos.
Hemos dado pasos. En años recientes eliminamos las normas que establecían la censura. Hoy lo hacemos con el divorcio, restándonos dos pasos muy importantes y necesarios para llegar a ser un país realmente democrático, moderno, que enfrenta el futuro en orden.
En el fondo, detrás de todos estos lastres ultraconservadores hay una misma idea: falta de confianza de nuestra institucionalidad y de nuestras leyes en las personas, como, por ejemplo, al decidir qué películas ver, por cuáles senadores votar, qué gobierno con mando sobre las Fuerzas Armadas elegir, y también, por cierto, cómo resolver las diferencias al interior del matrimonio cuando fracasa en su intento de llevar adelante una unión para toda la vida.
La idea central de legislar sobre el divorcio es dar a las personas la capacidad de decidir sobre sus propias vidas y de consagrar y reconocer como un hecho innegable que todos nos equivocamos. El fundamento del divorcio viene a ser parte de la naturaleza humana, que a veces se equivoca. Por eso existe el divorcio. Si fuéramos perfectos, no sería necesario.
Por esa razón, que es de fondo, nunca he sido partidaria de la idea de que existan dos tipos de matrimonio, porque quiere decir que el derecho a equivocarse se lo negaremos a algunos. ¿Qué haremos si existe este doble estatuto del matrimonio y la gente que optó por un matrimonio sin disolución de vínculo, el día de mañana se enfrenta al fracaso y al deseo de reanudar su vida y volver a empezar? ¿Le vamos a decir que no se puede arrepentir, que se equivocó y que nunca más podrá corregir esa mala decisión?
Esa es la razón por la que debemos tener una sola normativa que se haga cargo de esta realidad: que los seres humanos nos equivocamos y tenemos derecho a una segunda oportunidad. Por supuesto, se deben cuidar todos los derechos, el bienestar de las partes y, en especial, el de los hijos.
Creo que en este largo camino hemos logrado llegar a un buen proyecto. Ha costado, ha sido lento, a veces demasiado; incluso, nos ha llegado a dar vergüenza, pero es una buena iniciativa.
Hay varios puntos respecto de los cuales tengo dudas y diferencias, pero en lo esencial y sustantivo, es una propuesta bien pensada, moderna y que funcionará.
No fue gratuito llegar acá y me gustaría que recordemos un poco. Esta iniciativa es producto de una moción presentada en la Cámara hace varios años, patrocinada por varios colegas, muchos de los cuales ya no son parlamentarios. Entre ellos el diputado de la época señor Viera Gallo , las diputadas señoras Saa , Mariana Aylwin, Isabel Allende , los diputados Ignacio Walker , Víctor Barrueto , Longton , Munizaga , Elgueta . Varios de ellos ya no están en la Cámara, pero es mérito de ellos que este proyecto se esté discutiendo ahora. Hubo otras iniciativas. En particular, he sabido de una patrocinada por la diputada señora Adriana Muñoz y los diputados señores Aguiló, Montes, Arancibia -que tampoco ahora es diputado-, que fueron abriendo el debate para permitir que hoy, más maduros y más abiertos, estemos legislando.
En general, reitero que estamos ante una buena iniciativa, que va a funcionar, porque las posibilidades que hubo en algún minuto de despachar una muy engorrosa, que al final iba a ser una tortura aún mayor divorciarse que no divorciarse, se ha superado en gran medida.
Sólo hay un punto en el que me quiero detener, pese a que tengo otras observaciones. Me refiero al artículo 20. Soy partidaria y estoy a favor de que las personas tengan plena libertad para practicar su fe y participar en la iglesia que decidan. Por eso fui muy partidaria de la ley sobre igualdad de libertad de culto.
También se debe asegurar y garantizar, en el caso del matrimonio y de la familia, que la gente pueda practicar sus diversas formas de entenderlo y de vivirlo, pues son legítimas y deben respetarse. Lo importante, sin embargo, es que dentro de esta diversidad quede muy claro que la ley es la misma para todos. En teoría, el artículo 20 asegura esto, pero si no lo cambiamos -lo que vale es la ley y no lo que digan los que tienen distintas maneras de entender el matrimonio-, este artículo 20 lo único que añadirá es confusión, pues el día de mañana puede suceder que en algunos matrimonios, en los cuales se diga que la mujer está subordinada al hombre, o bien que los hijos deben ser cuidados por la comunidad y no por el padre o la madre, sólo sean ratificados e inscritos en el Registro Civil . Creo que esa confusión no es buena. Las cosas claras conservan la amistad y entre el Estado y las iglesias las cosas deben estar claras. La ley es la misma para todos y es lo que vale, desde el punto de vista del Estado.
En nuestra conciencia, podemos tener distintas religiones y opciones. El rito y la manera en que las cosas se hacen deben asegurar eso.
He dicho.
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