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El señor ARANCIBIA.-
Señor Presidente , Honorables colegas, el matrimonio es un asunto social que debemos normar buscando el bien común de la sociedad. Y, considerando que en el país existen la libertad de culto y la tolerancia religiosa, en la Ley de Matrimonio Civil no debiéramos confundir ni mezclar los aspectos propios de las diversas creencias con las normas laicas llamadas a regir tan delicado tema.
Del mismo modo, tengo la convicción de que los aspectos religiosos se debieran ver reflejados en la forma como los legisladores voten la ley en proyecto; y esto dependerá de su grado de adhesión a los elementos doctrinarios de su fe. Lo anterior, en el bien entendido de que religiones que han tenido la virtud de interpretar y orientar durante miles de años las conductas sociales, de acuerdo con una clara diferenciación de lo que es bueno y lo que es malo, alguna autoridad poseen para seguir guiándonos frente a nuestras difíciles responsabilidades.
Por lo tanto, debiéramos preocuparnos de que el debate girara en torno del bien social perseguido, según nuestro orden institucional, los dictados de la ley natural y nuestra propia conciencia.
Ello nos conduce, necesariamente, a la gestación de una Ley de Matrimonio Civil-Civil que, interpretando nuestra diversidad cultural y religiosa, dé la mejor solución a un asunto tremendamente complejo pero que exige reglas claras, que guíen las conductas individuales con un sentido de búsqueda de "lo bueno".
Y es con tal propósito, más que con el afán de un esfuerzo testimonial, que quisiera aportar al debate el recuerdo de las sabias orientaciones de un viejo maestro que nos enseñaba que "En la vida, todo se puede resolver con un gráfico, menos el matrimonio". Pero él mismo enfatizaba que al menos con un gráfico era posible pretender explicarlo.
Por eso, ruego a mis Honorables colegas que me acompañen en el seguimiento del esquema que me he permitido hacerles llegar, disculpándome por no haberlo distribuido mediante la Secretaría y con firma, lo cual refleja mi falta de experiencia al respecto, pero no tiene ninguna otra connotación particular.
En el gráfico se expresan las dos posibilidades más comunes en el caso que nos ocupa -es muy difícil explicar todas las variantes que pueden existir-, que son la de que un hombre y una mujer se casan y la de que un hombre y una mujer se juntan; en ambas situaciones, tienen hijos, y éstos presentan, en un caso y otro, la misma condición frente a la ley, dado lo dispuesto en la normativa vigente sobre filiación.
Se conforma, entonces, una familia, que, según he escuchado a todos los señores Senadores que me han antecedido en el uso de la palabra -y, probablemente, también lo sostendrán algunos de los que me sigan-, constituye el núcleo fundamental de la sociedad. Y, asimismo, he tenido la suerte de escuchar a Sus Señorías sostener que, en ese núcleo esencial, lo más preocupante, el elemento más fino y al cual debiéramos atender en forma prioritaria, son los hijos, el eslabón más débil de la cadena.
Hasta ahí llegan nuestro acuerdo y nuestro discurso común (espero).
Sigamos avanzando en el gráfico.
De las dos alternativas que planteo -dentro de las muchas que se pueden dar-, la primera dice: "Divorcio sin disolución"; o sea, lo que existe hoy en la legislación chilena. En tal caso, el hombre y la mujer se casan, tienen hijos y con el correr del tiempo se dan cuenta de que su convivencia les es insoportable: dejaron de amarse, no se entienden, "mostraron las garras". Y se verán todas las complicaciones que suelen surgir en los matrimonios y que determinan que, sin quererlo y sin haberlo deseado a priori, la pareja se separe. Y es bueno que esto ocurra, porque, si no, es probable que esa relación tan violenta y tan mala al interior del núcleo familiar dañe a quienes, según afirmamos, deben ser cuidados en forma muy especial: los hijos.
Se produce la separación, y una parte vive en un lugar, y la otra, normalmente -reitero: normalmente-, en una distinta, con los hijos.
El que se fue de la casa, el padre, debería tener como objetivo de su vida, con las normas actuales, el dedicarse por entero a sus hijos, el trabajar, luego de renunciar a la mala relación que mantenía con su mujer. Pero todos los recursos con que cuente y todo el tiempo de que disponga los destinará a los hijos, porque ahí se centra su atención. Nadie le negará que pueda tener vida privada; pero el objetivo de su existencia natural serán los hijos.
Pasemos al tema del divorcio con disolución del vínculo.
Otra familia -otro hombre, otra mujer y otros hijos- sufre una muy mala relación. Igual que en el caso anterior, se decide la separación, la que ahora se concreta con el divorcio conforme a la nueva legislación. El hombre se casa de nuevo -está libre; tiene derecho a hacerlo, su libertad se lo permite- y tiene hijos. Y la mujer -para no complicar mucho este cuadro- se queda con los hijos del primer matrimonio. Y a esos hijos, que eran el bien a proteger, a preservar, habrá que entregarles cariño, aportarles recursos y destinarles el tiempo necesario para su mejor orientación y vida futura, tareas que deberá compartir con los hijos de su nueva relación. O sea, al menos hay una vinculación que podría llamarse hasta matemática en cuanto a la imposibilidad de que este espacio que se abre permita al padre dedicar a ese bien tan preciado, a esa joya de la familia que son los hijos, en esta versión del divorcio con disolución del vínculo, al menos tanto tiempo como el que pudiera brindarles si el divorcio impidiera un nuevo enlace.
Hasta aquí la explicación del gráfico.
Quiero hacer unas consideraciones finales.
De acuerdo con el esquema que acabo exponer, ¿dónde quedan más protegidos la familia y los hijos? Lo planteo como pregunta.
¿Cuál es nuestra reacción natural cuando algo o alguien amenaza nuestra familia? ¿Será la reacción natural de salir en defensa de ellos incluso con riesgo de la propia vida?
Y si esta protección de nuestra familia se materializa hasta con riesgo vital, ¿será posible que no seamos capaces de considerar el sacrificio de nuestra propia satisfacción emocional para el mismo y noble propósito?
Si la respuesta a estas interrogantes es afirmativa, ¿cómo es posible que generemos una ley que facilite el contraer múltiples matrimonios sucesivos?
¿Dónde se ha producido el debilitamiento de este sentimiento de protección de la camada que obedece al orden natural de las cosas?
Por eso, voy a votar en contra de la idea de legislar, pues, sobre la base de un criterio de adoración de un concepto de libertad individual, que se transforma en libertinaje irresponsable, esta nueva Ley de Matrimonio civil atenta contra el orden natural.
Del mismo modo, informo a los señores Senadores que estaría disponible para apoyar una legislación que terminase con las "disoluciones fraudulentas" -muchos las han invocado como incentivo para aunar respaldos a lo propuesto- o divorcio a la chilena, y para acoger todas las medidas que tiendan a la protección del cónyuge más débil y de los hijos.
He dicho.
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