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El señor NÚÑEZ.-
Señor Presidente , hoy hemos conocido la expresión de voluntad, a través de una carta de renuncia a su condición de Senador vitalicio, de una persona que días atrás fuera declarada demente por el Supremo Tribunal de Justicia de la República.
Como si fuera un acto propio de otros escenarios, esa misma persona ha sido capaz, en un acto de súbita cordura, de renunciar a un cargo que, en nuestra opinión, nunca debió detentar.
Lo paradójico de todo esto es que nos veamos enfrentados a la necesidad de decir algo respecto de un acto que, en rigor, no debió haberse producido. Lo lógico y coherente habría sido que una persona declarada insana mental, de pleno derecho, sin necesidad de renuncia y evitándonos de paso este bochorno, hubiese cesado en el cargo que ostentara de un modo tan ilegítimo.
De la lectura de la carta de renuncia resulta lamentable, sin embargo, que esta persona, supuestamente insana, nos siga repitiendo, de la misma manera que cuando gozaba de plena salud mental, que sus acciones como dictador las llevó a cabo en aras de los intereses superiores de la patria y porque ésta así se lo demandaba.
Me pregunto, legítimamente, a estas alturas del proceso histórico que hemos vivido durante todos estos años, ¿puede efectivamente la patria demandar que en su nombre se cometan actos de horror y sufrimiento?
No, señor Presidente . La patria jamás puede demandar la barbarie ni la desaparición de miles de sus hijos. La patria jamás demanda la muerte de chilenos, ni la tortura de hombres y mujeres que piensan distinto a quienes detentan el poder. La patria jamás demanda la expulsión, el exilio de miles de chilenos, desarraigados de sus familias, de sus parejas, de sus sentimientos y de sus amores.
Por tanto, nadie puede, en nombre de la patria, generar tanto dolor y tanto sufrimiento.
Señor Presidente, es cierto que estamos cerrando un amargo capítulo de nuestra historia y que, por ello, debiéramos contentarnos.
No obstante, cuando los recuerdos del dolor que personalmente sufrí se hacen nuevamente presentes, y se agolpan en mi mente los rostros de chilenos y chilenas, sinceramente patriotas, con los que compartí la prisión y el exilio, quienes sólo luchaban por un mundo mejor para los que nada tienen, el dolor lamentablemente vuelve a embargarme.
Nada de lo que ocurra hoy podrá mitigar este sentimiento, menos aún este acto de renuncia.
A propósito de ella, muchos personeros y representantes de la Oposición han querido convencer al país de que estamos en presencia de un gesto conciliador y de verdadera reconciliación nacional. La verdad, desde nuestro punto de vista, es distinta.
Estamos en presencia de la derrota de una persona que expresó soberbia, que siempre quiso pasar a la historia como uno de sus próceres y que, sin embargo, ella -pienso yo- la recordará como un gobernante que destruyó la democracia y las instituciones centenarias de Chile, que instauró el terror y la persecución de sus adversarios.
La Derecha, especialmente la UDI, a través de los medios que le son proclives, durante estos días no ha escatimado esfuerzos para relevar su figura. Hoy también hemos escuchado palabras en ese sentido. Este partido, heredero privilegiado del Régimen militar y que hoy funge de representante del mundo popular -el mismo mundo al que tanto se persiguió durante el Gobierno que ellos avalaron-, pretende hacernos creer que Augusto Pinochet y su Régimen reconstruyeron una democracia rota y perdida.
¡Que vano af��n, señor Presidente!
Con franqueza digo que hubiésemos querido que Pinochet respondiera plenamente ante la justicia. Sin embargo, el hecho de que fuera desaforado y sometido a proceso por la fundada presunción de haber sido partícipe de los crímenes de la "Caravana de la Muerte", constituye un paso muy relevante en la prosecución de la verdad y la justicia, que difícilmente hubiéramos imaginado hace algunos años.
Hoy asumimos que quien clausurara el Senado ha tomado la decisión de abandonarlo. Hoy hemos conocido que esa misma persona abandona el escenario político nacional. Más allá de los recuerdos dolorosos que inevitablemente vuelven a nuestra memoria, no puedo dejar de sentir que este hecho marca un hito importante, que en el fondo es una victoria, la cual debe servirnos para seguir avanzando en esta ya fatigosa transición a la plena democracia.
Por cierto, quedan tareas pendientes. El perfeccionamiento de nuestra Carta Fundamental es un imperativo político que no resiste más dilaciones. Verdad y justicia para las víctimas y familiares de las violaciones a los derechos humanos cometidos por el Régimen del renunciado Senador, siguen siendo una demanda que nosotros, los socialistas, no cejaremos de representar.
Como señaló mi amiga, la periodista Mónica González , en una crónica que recientemente publicó: "dirá que el 4 de julio se cerró una etapa más. Una que habla de que los miles de chilenos que vivieron el terror y la muerte durante 17 años bajo su bota podrán quizás esta noche dormir mejor sabiendo que son mejores, que nunca buscaron venganza, que sólo querían justicia. Una que restituyera dignidad para los suyos y dejara escrito un ¡Nunca más! con enormes letras en las que están marcados para siempre los rostros de todos los ausentes".
He dicho.
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