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El señor SILVA .-
Señor Presidente , señores Senadores, en verdad no había pensado hacer uso de la palabra porque tenía serias inquietudes acerca de lo que escucharíamos en esta Sala. Y pensé que, tal vez, lo mejor sería guardar silencio.
Por tal motivo, desde un comienzo, siempre creí que la actitud del señor Presidente del Senado fue muy acertada, cuando estimó que en el fondo estábamos en presencia de un documento que no era más que el ejercicio de un derecho: el de optar. Y en plenitud, porque así emana de la norma de cambiar una situación de la cual se hace dejación por otra. Observen Sus Señorías que la carta en cuestión en ninguna parte habla de renuncia. Reitero: se hace dejación de una situación y se opta por otra.
Lo anterior es jurídicamente correcto, porque los cargos de Senadores son irrenunciables; también el de Senador vitalicio. La única diferencia radica en que se puede optar por otra norma y por otro derecho que la ley ha consagrado.
Frente a eso, estimé que el señor Presidente estaba en la razón desde un inicio, cuando pensó que lo más adecuado para la circunstancia que se presentaba, a fin de evitar lo que dolorosamente hemos vivido hoy -y lo hemos vivido en todas sus etapas, desde que comenzó hasta ahora, que está culminando-, era acusar recibo. Y punto. ¿Por qué? Porque estoy absolutamente seguro de que en el corazón y en la conciencia de todos nosotros está el anhelo fervoroso de que Chile llegue a transitar por los caminos del amor y de la paz.
Tengo la plena convicción -porque conozco a Sus Señorías desde hace ya muchos años- de que aquí nadie desea que siga germinando el odio mediante la formulación de planteamientos y conceptos o la emisión de juicios que, en el fondo, sabemos que no deberían expresarse porque pueden herir. Sin embargo, agachamos la cerviz. Nos equivocamos e inclinamos frente a una realidad dolorosa, como lo hicimos también hace varios años cuando se trató el proyecto para derogar el feriado del 11 de septiembre. Recuerdo que entonces hubo idénticos problemas y las mismas lamentaciones. ¿Por qué? Porque hasta la fecha no hemos sido capaces de comprender que la vida no ha corrido lo suficiente, que la historia no ha avanzado demasiado y pretendemos adelantar el juicio de la historia.
Estimados amigos y colegas Senadores, ¿con qué derecho empezamos ahora a emitir el juicio de la historia? Unos a otros nos vituperamos de ser responsables de lo acontecido. En definitiva, la responsabilidad es de la sociedad chilena porque no supo comprender que en un momento dado de la vida colectiva las cosas podían cambiar dentro de principios de paz y de sana razón. Y los ánimos se exacerbaron y los juicios se violentaron. ¿Acaso no hemos visto que en esta ocasión, deplorablemente, también se han exacerbado?
Pregunto: ¿cuál es la finalidad de haber traído a colación todo lo que esta tarde, por un lado y otro, hemos escuchado? Con eso, ¿seremos capaces de ir trazando un camino de paz, que es lo que todos los chilenos, en el fondo de nuestros corazones, estamos anhelando?
Los Senadores somos algo más que el resto de los ciudadanos. Tenemos una representatividad legítima, emanada del pueblo o de normas jurídicas, que nos impone determinados planteamientos. Muchos de nosotros podemos ser partidarios de que en este último caso tal representación desaparezca por no ser legítima y no provenir de la voluntad popular, y hay constancia de que así lo hemos planteado. Pero, ¿tiene valimiento el exacerbar ese hecho y mencionarlo hasta el cansancio? ¿Tiene valimiento el que cada uno esté haciendo presente en qué se materializó el odio de una parte o de la otra? ¿Con eso verdaderamente crearemos el camino de paz a que todos aspiramos?
Señor Presidente , pienso que deberíamos terminar esta sesión, echar una especie de manto de olvido sobre ella y decir que las cosas sucedieron porque desgraciadamente no fuimos capaces de comprender que en un momento dado de la vida colectiva todos queríamos que esa paz se materializara, no sólo en la realidad de nuestras conciencias, sino en el camino del amor que somos capaces de proyectar. Y tendremos que hacerlo.
Termino expresando mi deseo más fervoroso de que al fin podamos ser capaces de comprender que sólo la unidad, el amor y la posibilidad de admitir sinceramente que todos pretendemos la felicidad de los chilenos permitirán, de una vez y para siempre, desterrar el pasado y encender la luz de la esperanza que el pueblo está demandando.
Nada más.
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