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El señor FOXLEY .-
Señor Presidente , a mí por lo menos no me cabe duda de que el Gobierno de Chile reaccionó prontamente, con absoluta claridad y sin vacilaciones sobre el particular. A su vez, la señora Ministra de Relaciones Exteriores nos ha ilustrado hoy sobre los pasos de carácter legislativo que se van a seguir para llevar adelante una respuesta coherente frente a la amenaza del terrorismo.
Quiero hacer algunas breves reflexiones, con la mira un poco más allá del hecho terrorista mismo, más bien sobre algunas de las consecuencias que éste podría tener más adelante para nuestra política exterior.
Ante todo, es obvio que la acción terrorista ha dejado de manifiesto, más allá de lo que nos pudiéramos haber imaginado, la inmensa vulnerabilidad de la economía global. Ésta, como consecuencia de los atentados, ha sufrido un impacto que la ha estremecido hasta ahora.
En efecto, hoy día la Reserva Federal de los Estados Unidos rebajó la tasa de interés a 2,5 por ciento, lo cual representa una tasa real de cero por ciento. El Comité de Mercado de la Reserva Federal señaló que "Los ataques terroristas elevaron significativamente la incertidumbre en la economía de Estados Unidos y en la economía mundial". Y el Presidente de la Reserva Federal advierte que esta tasa de interés a nivel de cero puede ser seguida de reducciones adicionales. Además, agrega que como consecuencia especialmente de este atentado, aunque es un proceso que se había iniciado anteriormente, el Producto Interno Bruto de la economía americana caerá 0,5 por ciento en el trimestre actual y tendrá una declinación adicional de 0,7 por ciento en los últimos tres meses del año en curso.
De tal modo que estamos constatando que el sistema mundial es tan interdependiente que un acto terrorista en determinada ciudad de Estados Unidos repercute, por lo menos, desde el punto de vista económico, en todo el mundo.
Me parece que esa situación refuerza el foco tradicional de nuestra política exterior. En tal virtud, discrepo de la aseveración hecha por la señora Ministra , en el sentido de que estábamos -según le entendí- procurando superar cierto aislacionismo chileno.
La política internacional de nuestro país -desde que tengo memoria- ha reconocido el hecho de que somos una nación pequeña, de gravitación muy limitada desde el punto de vista unilateral. Por lo tanto, lo que nos corresponde y nos ha correspondido siempre es participar activamente en todas las instancias multilaterales, comenzando por Naciones Unidas y sus diferentes instituciones, procurando modestamente contribuir a la creación de un orden internacional que sea respetado por todos. Y eso, por cierto, es especialmente importante para un país pequeño.
La situación producida, no obstante ser terrible, nos ofrece una oportunidad para construir un orden internacional mejor que el que hemos estado viviendo en los últimos años. Porque el atentado está obligando al país hegemónico -Estados Unidos- a moverse de una postura en la que estaba habituado a dictaminar las reglas de convivencia internacionales en muchos aspectos y a retirarse de los acuerdos que significaban un avance para alcanzar un orden basado más en la cooperación que en la hegemonía. Me refiero a las señales que ha dado, desde el Gobierno de Reagan en adelante, y recientemente en el de Bush, al manifestar que no suscribirá el Protocolo de Kioto; al pedir a Rusia que se declare no vigente el Tratado Antimisiles firmado hace mucho tiempo; al no llevar al Congreso norteamericano para su ratificación el Tratado que crea el Tribunal Penal Internacional, y, por último, al no pagar los más de mil millones de dólares que adeuda por concepto de cuotas a las Naciones Unidas.
Estimo que esa realidad, de un país hegemónico que impone sus reglas al resto de la comunidad internacional, está cambiando rápidamente.
Tengo en mi poder un artículo del "Washington Post", publicado hace un par de días, cuyo título señala "La política exterior norteamericana cambia repentinamente de trayectoria y de curso". ¿Qué se destaca en él? Que después del atentado, Estados Unidos se ha apresurado a pagar las cuotas que adeuda a Naciones Unidas; se halla dedicado a buscar un entendimiento con Rusia, y, desde luego, ha debido rever su actitud frente a Chechenia y los fenómenos del terrorismo de origen también musulmán producidos en la zona, dando de esa manera cierto respaldo a aquel país; se encuentra abocado a revisar la política de expansión de la OTAN a los países bálticos, porque ello afecta la seguridad de Rusia; está empujando a Israel a buscar un acomodo con los palestinos; ha llegado a un acuerdo con Pakistán, para lo cual le ha levantado rápidamente las sanciones y ha presionado al Fondo Monetario Internacional para que facilite la recuperación de la economía pakistaní; ha procedido a dialogar con los chinos y, por primera vez, les sugiere la necesidad de compartir información de inteligencia generada en el ámbito de influencia de China, y se halla impulsando un segundo acuerdo del Fondo Monetario Internacional con Turquía.
Todo lo anterior tiene como objeto crear una coalición, una alianza internacional, que permita atacar el terrorismo en mejores condiciones, reconociendo que ante este fenómeno un país, por muy poderoso que sea, no puede derrotarlo por sí solo y debe construir cooperación. Y el principio de cooperación es fundamental en una buena convivencia internacional.
Esta nueva situación nos plantea también una necesidad y un desafío, tanto en el ámbito multilateral como en el de las políticas exteriores de cada país y, sin duda, de Chile.
Cuando hablamos del terrorismo, nos referimos sólo a una de las manifestaciones del lado oscuro de la globalización. Este último se caracteriza, según quienes han estudiado estos fenómenos, por la presencia creciente de ciertas redes sumergidas: el terrorismo; el lavado de dinero; el negocio de las drogas a nivel internacional; la industria de los secuestros; el tráfico ilegal de seres humanos, particularmente en los países europeos; el tráfico ilegal de mujeres mediante redes internacionales de prostitución, etcétera.
En consecuencia, dicha situación nos plantea la necesidad y el desafío de construir un orden internacional apoyado, a su vez, en una política nacional. O dicho de otra manera: la inseguridad internacional que generan estas redes sumergidas del delito produce inseguridad en los Estados y a nivel nacional.
Quien no tenga claro el proceso de debilitamiento que esas redes pueden provocar en los Estados, sólo debe observar lo que ocurre en Colombia, país muy amigo de Chile.
Por lo tanto, la necesidad y la exigencia de nuestra política exterior sobre cómo realizar acciones multinacionales contra esas amenazas, rige también para nuestra política interna, en el sentido de adecuar las instituciones nacionales a fin de que respondan bien a tales desafíos. Ello implica la cooperación en el plano policial y judicial; la definición de los nuevos delitos que surgen por el fenómeno de la globalización; la necesidad de establecer redes de cooperación para inteligencia financiera e intercambio de información, etcétera.
La señora Ministra de Relaciones Exteriores ha ilustrado parte de estos desafíos y nos ha insinuado cuáles serán algunas de las medidas que se adoptarán al respecto.
Finalmente, más allá de reaccionar frente a esta red de delitos con una respuesta adecuada, me parece que nuestra política exterior, como país pequeño que siempre ha contribuido a la cooperación internacional y ha sido un actor relevante -más allá de su tamaño y de su poder- en los niveles multilaterales, debería diseñar medidas que vayan más allá de lo puramente defensivo, a fin de construir efectivamente un orden internacional, con reglas que sean respetadas, no sólo por los países pequeños, sino, sobre todo, por los hegemónicos.
En ese sentido, hay una oportunidad inmediata frente a dos desafíos planteados como consecuencia de esa crisis. Uno -que ha sido reiterado después del conflicto-, es lo relativo a la tremenda vulnerabilidad financiera en el sistema económico internacional que hemos construido; y dos, la necesidad de fortalecer flujos libres de comercio como un principio de construcción de un orden internacional. El comercio compartido, ya sea mediante acuerdos de libre comercio o de acuerdos multilaterales, genera una cercanía de cooperación entre los países, que después se puede traducir y trasladar hacia otras esferas que van más allá de las del ámbito económico y comercial.
Espero, como esperamos muchos chilenos, que una consecuencia no prevista del atentado terrorista sea la de que, efectivamente, Estados Unidos dé un impulso fuerte, decidido y claro -como lo ha dicho su Ministro de Comercio , el señor Zoellick, en sus discursos después del atentado- a los acuerdos bilaterales, como el previsto con Chile, y a la Ronda Multilateral de Comercio de Qatar , porque eso va asentando una manera de cooperar para construir un orden internacional ante el cual Estados Unidos, en algunos momentos, parecía estar o desinteresado o al que definitivamente daba la espalda.
Por eso, considero que estos hechos han abierto una ventana de oportunidad para que la nación del norte, el poder hegemónico dominante, se abra a un diálogo real con países de mucho menor connotación, tamaño e influencia, incluso con algunos que podrían hasta ser catalogados de insignificantes en la esfera internacional. Esa apertura al diálogo posibilitaría a los servicios exteriores de países como Chile el trabajar en el desarrollo de una línea permanente destinada a construir en definitiva, más allá de la defensa frente a amenazas que no manejamos, un orden estable, permanente, basado en la cooperación y a partir del cual se pueda lograr una verdadera paz y, por qué no decir también, un mundo un poco más humano.
Creo que ése debiera ser el objetivo final, de mediano o largo plazo, en que Chile debería trabajar a raíz de este conflicto.
Muchas gracias.
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