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- rdf:value = " SALUDO A TRABAJADORES AL CONMEMORARSE EL DÍA DEL TRABAJO.
El señor SALAS ( Vicepresidente ).-
En el turno del Comité Socialista y Radical, tiene la palabra el diputado señor José Pérez.
El señor PÉREZ (don José) .-
Señor Presidente , en esta oportunidad, en víspera del 1º de mayo, ocasión en que se conmemora el Día del Trabajo a nivel internacional, en mi calidad de jefe de la bancada del Partido Radical Social Demócrata deseo saludar a todos los trabajadores de mi país y, en forma muy especial, a los esforzados hombres y mujeres de la provincia de Biobío, a quienes represento en este Parlamento.
Los trabajadores son, y sin duda seguirán siendo, la preocupación principal del Gobierno, de la Concertación y de los partidos que pertenecen a ella. Por eso, los saludo con afecto, cariño y reconocimiento por el inmenso esfuerzo que hacen para mantener la actividad normal del país.
Señor Presidente, en atención a que por razones de tiempo no pude dar lectura a mi discurso, solicito que sea insertado en la versión oficial.
He dicho.
El señor SALAS ( Vicepresidente ).-
Se procederá en la forma solicitada por su Señoría.
-El texto del discurso que se acordó insertar es el siguiente:
“Señor Presidente , honorables colegas:
En nombre del Partido Radical Social Demócrata, colectividad política más que centenaria, deseo manifestar mi adhesión a la conmemoración del Día del Trabajo, con un saludo a todos los trabajadores de Chile, especialmente a los hombres y mujeres de la provincia de Biobío.
La historia del trabajo está estrechamente ligada a las permanentes aspiraciones de los trabajadores por un futuro mejor.
En el transcurso de esta evolución, los instrumentos del trabajo han desempeñado un papel esencial. Mientras la herramienta fue el principal elemento de la producción, mientras sólo fue accionada por la fuerza muscular del hombre, el rendimiento del trabajador fue mediocre. El advenimiento de la mecanización permitió un aumento considerable de la productividad. La cantidad de bienes puestos a disposición de la humanidad para la satisfacción de su bienestar aumentó en proporciones tales que apenas podía imaginarse hace dos siglos. Sin embargo, la condición de los trabajadores no siguió la curva de la productividad. Sólo a fuerza de luchas y sufrimientos innumerables lograron los asalariados obtener un mejoramiento progresivo de su suerte. La revolución de la técnica, acontecimiento fundamental para la historia del mundo, tuvo también como consecuencia desplazar el trabajo de los campos a las ciudades. El crecimiento de la población obrera y su concentración en los grandes centros dieron al trabajo una importancia y una preponderancia que nunca había tenido hasta entonces.
En el caso particular de Chile, acontecimientos como la Guerra del Pacífico , la Revolución de 1891, el auge del salitre, el despoblamiento de los campos, el desarrollo de la Administración Pública, el agudizamiento de los problemas de vivienda por las grandes migraciones hacia las ciudades, en especial Santiago , y la creación consecuencial de cordones de miseria; el predominio de las ideas liberales, el incremento de los medios de comunicación y la incorporación de nuevos grupos sociales a la vida política por la extensión de la educación, configuraron todo un nuevo orden de cosas, del cual hubo que hacerse cargo, todo lo cual se tradujo en una legislación que contemplara las demandas de los trabajadores, y se intentara poner fin a los abusos y arbitrariedades que se cometían en el trabajo.
Junto con ello, la incorporación de Chile a la Organización Internacional del Trabajo por la ley Nº 3.557, de 1919, marcó un hito decisivo en la revolución de nuestra legislación laboral. Son las normas y la influencia de esta institución las que dieron forma a las inquietudes que concretó el proyecto del Código del Trabajo de 1921, derivándose de él las leyes de 1924, recopiladas luego en el primer Código del Trabajo chileno de 1931.
Desde entonces, la legislación laboral chilena ha evolucionado cada vez más, poniéndose a tono con la de los países más desarrollados, avanzando durante los últimos 12 años, aunque todavía queda mucho por hacer.
Por otra parte, se ha escrito que ningún ámbito de nuestra existencia en sociedad refleja tan nítidamente, como el del trabajo, las virtudes y limitaciones de nuestra convivencia. La gran mayoría de nuestros ciudadanos trabaja diariamente como organizador de factores productivos cuando está a cargo de una empresa, contratado por un empleador, o en un oficio o profesión que ejerce en forma independiente.
Los impresionantes cambios registrados en la organización económica y política actual han impactado fuertemente en el mundo del trabajo. En países como el nuestro, las profundas transformaciones en el mundo del trabajo tienen importantes impactos en el desarrollo de las ciudades, en la organización de la familia, en la vida en pareja, en la educación de los hijos. En una palabra, en cómo vivimos. Trabajo y vida personal, trabajo y afectos, trabajo y dimensión ética de la vida constituyen cuestiones inseparables.
Es necesario observar de manera periódica y sistemática estos profundos y complejos procesos de cambio, a fin de identificar el tipo de sociedad que estamos construyendo, así como las políticas e iniciativas necesarias para enfrentar con criterios de eficiencia y equidad los desafíos que ella nos plantea.
Junto a lo anterior, también se ha sostenido que las relaciones de trabajo tienen una ineludible dimensión ética que ninguna sociedad, consciente de su historia y de su porvenir, puede olvidar en nombre de la necesaria consideración de las leyes del libre mercado, ni de las certezas técnicas, ni de la legítima y compartida aspiración a ser más eficientes, más competitivos y más productivos. Separar el desarrollo de su dimensión ética arriesga romper la unidad entre los frutos del crecimiento y la valoración moral que de ellos haga la comunidad en su experiencia cotidiana individual y colectiva. La historia nos enseña que la estabilidad y la perdurabilidad del desarrollo se basan, en definitiva, en las convicciones morales que los hombres y mujeres de una sociedad se forman acerca de la calidad humana que el desarrollo les ofrece a ellos y a sus familias en el presente y en el futuro.
El mundo del trabajo es un mundo de personas y nada que tenga relación con las personas puede enfocarse prescindiendo de criterios de principio, sin un marco de valores. El mundo del trabajo no puede ser sólo el ámbito de desarrollo y utilización de un factor productivo, ni puede ser un espacio que se rige por el predominio de los criterios del lucro y la maximización de la ganancia. Es, principalmente, un ámbito de relaciones humanas. Por eso, la dignificación del trabajo debe ser una tarea fundamental de una sociedad como la nuestra.
Hace algunos años que planteaba que se requería una ética del trabajo para los tiempos actuales y los por venir, a fin de que ellos no nos dejen sin la ética del trabajo. El desafío fundamental es siempre bregar para humanizar el trabajo, lo que significa conciliar las exigencias de la economía con las necesarias para una vida humanamente buena. Es decir, una vida laboral que permita la creatividad, facilite la vida familiar, asegure el descanso necesario, evite las discriminaciones de cualquier signo, proteja la vida y la seguridad de quienes trabajan.
Este propósito es más fácil de lograr si existe diálogo, capacidad de acuerdo, respeto por los derechos y las obligaciones de cada cual. La experiencia de países socialmente más avanzados que el nuestro nos señala que su prosperidad se construyó conjugando estas exigencias de eficiencia y humanización del trabajo”.
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