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Señor Presidente de la Cámara de Diputados, señor Presidente del Senado, señores senadores que nos acompañan, señores diputados, distinguida familia del homenajeado:
Hoy hacemos un alto en nuestro quehacer legislativo para revivir una de las hermosas tradiciones republicanas, como es la de rendir homenaje para recordar a los grandes servidores del país, a aquellos que ya no nos acompañan y que en la historia del Congreso de la Nación ocupan el sitial que en el servicio público les otorga su propia trayectoria.
Este acto sincero cobra mayor solemnidad cuando el homenajeado ha ocupado un escaño en esta Sala, en el lugar donde nos creemos diferentes, no obstante que, en la realidad, en el servicio, somos todos iguales.
Don Sergio Pizarro Mackay ya no está con nosotros. Su recuerdo y su legado han quedado grabados en la retina de sus colegas y del país; de este Chile que él quiso y el cual representó ¡y de qué manera lo representó!, que ha reconocido en él, como lo dijera su Excelencia el Presidente de la República, un ejemplo de servidor público.
La historia nos da el privilegio de conocer a las personas. No tuve el honor de conocerlo personalmente; pero ¡quién de mis colegas no me habló de él! Quienes fueron sus camaradas de partido y colegas en este hemiciclo me han ayudado a formar una opinión sobre tan especial caballero. Su trabajo al servicio de los intereses de su país es un legado.
El diputado Pizarro , el embajador Pizarro , siempre fue un hombre con inquietudes sociales e intelectuales, un verdadero hombre de nuestro tiempo, que desde joven sintió el llamado del servicio en favor de los más humildes, de ese servicio del que a lo mejor todos nos creemos parte. Difícil tarea.
En el humanismo cristiano encontró una veta de acción política acorde con sus ideales de igualdad y fraternidad ¡que tanta falta nos hacen! vaciados a su comunidad, que lo motivó a integrarse tempranamente allá, en Copiapó, su tierra natal, a lo que tanto quiso: su Democracia Cristiana.
Don Sergio eligió, como buen humanista, convertirse en un hombre de derecho, y luego, por su capacidad, en diplomático. Durante 1967 y 1968 se desempeñó en la Cancillería y, posteriormente, fue representante de Chile ante la FAO, en Italia, hasta que su carrera diplomática fue truncada por una situación injusta del servicio exterior que a él no le hubiera gustado comentar en este homenaje que le rendimos. Hoy, ello es historia.
Sus inquietudes internacionales también se hicieron sentir en la Cámara cuando, al ejercer como diputado por Copiapó, entre 1990 y 1994, ocupó una presidencia que lo llevaría a ser el gran diplomático de la historia de nuestras relaciones exteriores. En 1993, asume, entonces, un importante cargo político de la Internacional Demócrata Cristiana y, posteriormente, es designado por el Presidente, Eduardo Frei Ruiz-Tagle , embajador de Chile en Bélgica y Luxemburgo. Ya en esos años, don Sergio Pizarro era capaz de moverse con particular facilidad en los medios políticos y diplomáticos tan difíciles de Europa.
Para nuestros representantes, su nombramiento posterior como embajador de Chile en Madrid, una de las más preciadas sedes diplomáticas del mundo, ha sido un ejemplo. ¡Cómo nos hace falta hoy! Las relaciones exteriores son para personas de su estampa.
Don Sergio Pizarro , diplomático cabal, no dudó un segundo en anteponer a sus intereses personales los intereses permanentes del Estado. Sus sentimientos los desarrolló intensamente en la acción diplomática. Frente al gobierno hispano y al mundo político peninsular, hizo valer los argumentos de la territorialidad de la ley penal chilena y de la primacía de la jurisdicción internacional.
Terminado ese episodio, que, sin duda, le demandó enormes energías como las que él tenía, continuó su acción internacional en nuestra embajada ante la Unión Europea. En Bruselas, que hoy es una de las más importantes destinaciones diplomáticas, su trabajo se vinculó con los temas económicos y las relaciones comerciales internacionales, que tan bien manejaba.
La negociación del tratado de libre comercio con el conglomerado europeo nos obligó a poner a don Sergio Pizarro Mackay , uno de nuestros mejores hombres, o, mejor dicho, el mejor de nuestro tiempo, al servicio exterior en Bélgica, en el corazón de la Europa comunitaria.
Allá, lejos de su tierra, lo sorprendió lo que nos cuesta aceptar a nosotros los seres humanos: la partida, en pleno trabajo al servicio de su patria, como lo hizo durante la mayor parte de su vida.
Señor Presidente, honorable Cámara, cuando en esta misma Sala hemos conocido, a veces, episodios, no de nobleza ¿por qué no decirlo?, vinculados a la acción de hombres públicos, la figura de don Sergio Pizarro Mackay se alza como ejemplo de vida para las generaciones de políticos y funcionarios más jóvenes, y para nosotros mismos.
Una prueba de lo que digo es la presencia permanente, junto a nosotros, de un joven abogado que es su hijo, que lleva el mismo nombre de su padre y quien ha optado, al igual que él, por el servicio público en esta Cámara.
Para la familia, para todos, vaya el reconocimiento y admiración por la destacada trayectoria profesional, política y diplomática del “señor de las relaciones exteriores”. Ya hay un compromiso tácito de no olvidar las lecciones de vida que él ha dejado para quienes abrazamos el servicio público.
Familia de don Sergio , entiendo su orgullo y quiero decirles, en nombre de todos los presentes, que la Cámara de Diputados también se siente orgullosa de haber contado con él como un miembro distinguido.
He dicho.
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