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El señor MC-INTYRE.-
Señor Presidente, Honorables Senadores:
Habiéndose cumplido hace pocos días el 179º aniversario de la Marina Mercante Nacional, adhiero al homenaje que hoy ha rendido el Senador señor Ruiz a esta valiosa institución del país. Nadie mejor que Su Señoría para hacerlo, ya que por largos años navegó en la zona austral.
Dos importantes medidas hicieron posible el surgimiento de nuestra Marina Mercante, a la vez que marcaron el inicio del desarrollo económico de Chile. Ellas fueron la libertad de comercio y la reserva de cabotaje para los buques mercantes nacionales, medidas éstas dignas de recordarse, porque las actuales circunstancias del comercio mundial han renovado su validez.
A través de estos 179 años, la Marina Mercante Nacional, sufriendo toda suerte de vicisitudes y crisis, ha ido gestando su propia historia, admirable y singular en muchos aspectos. Historia que se ha ido desarrollando gracias a la audacia, imaginación e iniciativa de nuestros empresarios navieros que, como verdaderos pioneros, han perseverado en su fe en el destino marítimo de Chile y han trabajado arduamente para hacerlo realidad, respaldados, eso sí, por esa extraordinaria calidad del hombre de mar y profesional náutico competente que distinguió siempre al marino mercante chileno.
Es así como nuestra industria del transporte marítimo no es una improvisación de hoy. La mejor prueba de su solidez como industria natural y tradicional de Chile la tenemos en la más grande empresa naviera del país: la Compañía Sudamericana de Vapores, que está por cumplir 125 años de existencia. No hay un caso igual en los otros países del continente americano, y son muy pocos los ejemplos de tan larga duración en el mundo entero, lo que demuestra que la Marina Mercante chilena no es una ficción económica, ya que ha sido capaz de crear y establecer sus propias ventajas comparativas para seguir manteniéndose en el escenario marítimo mundial, y lo ha conseguido operando contra todas las incertidumbres, inseguridades y poderosa competencia extranjera. Es decir, textualmente, lo ha conseguido contra viento y marea.
Por eso nuestro reconocimiento y nuestro homenaje, en este momento, están dirigidos a los armadores y a los marinos mercantes de nuestro país, oficiales y tripulantes, de ayer y de hoy, a quienes debemos la exitosa posición en que se encuentra Chile en el ámbito marítimo internacional.
Asimismo, un homenaje a nuestra Marina Mercante no estaría completo si omitiéramos la contribución de la Armada Nacional, traducida en el apoyo que ha proporcionado en todo momento al desarrollo de sus actividades marítimas. Por lo demás, la Marina de Guerra y la Marina Mercante nacieron casi juntas en los albores de la patria -en 1817 y 1818, respectivamente-, y unidas han enfrentado las grandes crisis que ha vivido el país. Vaya también nuestro reconocimiento a la Armada de Chile, en general, y a la Dirección General del Territorio Marítimo y Marina Mercante Nacional, en particular.
Pero, señor Presidente , para hacer coherentes los hechos con las palabras, el mejor homenaje que podemos rendir a la Marina Mercante en el Senado consiste en conocer y entender en toda su magnitud los problemas que rodean a la industria naviera y a sus hombres, a los del capital y a los del trabajo, y tratar de mejorar la legislación nacional al respecto para que las regulaciones estatales establezcan condiciones efectivamente favorables para nuestra Marina Mercante -que ya ha demostrado la eficiencia y dinamismo que la animan- para que pueda actuar sin desventajas comerciales en el campo extremadamente competitivo del comercio marítimo mundial, del cual, como bien sabemos y llevamos años experimentándolo, depende el desarrollo económico de Chile en esta etapa de apertura económica e ingreso a la competencia internacional en que se está desenvolviendo el país desde la década de los ochenta.
Es así como el transporte marítimo realiza el 94 por ciento del comercio exterior de Chile -¡94 por ciento!-. Más aún, en este elevado porcentaje, los armadores chilenos, en dura competencia con las grandes empresas navieras mundiales, transportan en sus buques alrededor del 50 por ciento de las cargas marítimas al exterior del país.
Ésta es una estadística bastante favorable.
Hay que reconocer, pues, que los armadores chilenos, a pesar de que deben operar con grandes desventajas, han mostrado capacidad empresarial suficiente como para estar comercialmente presentes con sus buques en los principales mares y puertos del mundo. Ésta es una razón más para que sean imperiosas la modernización y la adecuación de las regulaciones que permitan que la industria naviera se desenvuelva en el campo internacional.
En el Senado estamos tramitando proyectos de ley patrocinados por el Ejecutivo referentes a la modernización de algunos servicios estatales como parte de una idea modernizadora del Estado, tendiente a mejorar la competitividad del país en el comercio internacional. Sin embargo, en esa preocupación modernizadora no se ha insinuado a la industria naviera, quizás por ser fundamentalmente privada y por estar los armadores realizando su propia acción de modernización dentro de sus respectivas compañías. Pero la actividad privada interna no reemplaza la acción paralela y consecuente del Estado, ya que éste tiene mucho que realizar en relación con la Marina Mercante.
El Estado tiene la responsabilidad de adecuar la legislación y reglamentación que controla y vela por la seguridad de la actividad de los buques mercantes y procurar que sus disposiciones no entraben la condición de competitividad internacional.
Y digo esto con gran énfasis y preocupación, porque en estos momentos todos los esfuerzos del Estado y de la empresa privada están orientados a proyectar económicamente a Chile hacia el Asia Pacífico; hay consenso en hacer de Chile el país puerto del MERCOSUR, y se busca afanosamente ampliar nuestra participación soberana en el mar económico y presencial de nuestra nación.
Pero nos falta una definida política naviera nacional, una política acorde a la realidad marítima actual. Es así que la ausencia de esta política ha permitido que se haya abierto el cabotaje a todas las naves extranjeras que arriban al puerto de Arica sin exigir ninguna reciprocidad para los buques mercantes chilenos de parte de los países de esas naves, ni, por lo menos, equidad en los impuestos que no pagan los extranjeros. Esta medida, si bien no nos ha afectado muy negativamente hasta ahora, representa, sin embargo, una disposición muy negativa para las empresas navieras nacionales (sobre todo en el espíritu del artículo respectivo de la Ley Arica). La reserva del tráfico de cabotaje para los buques de bandera nacional constituye un derecho natural que en nada vulnera nuestra proyección económica al exterior. Es más, todos los países marítimos, con marina mercante propia, aplican esta reserva con bastante rigor.
Y esto ocurre en momentos en que nuestra Marina Mercante experimenta una grave problemática comercial que no es propia ni exclusiva de ella, sino que la sufren todas las marinas mercantes, hasta las más grandes del mundo. Es sabido que entre las características del transporte marítimo mundial está la de experimentar oscilantes períodos de crisis y de auge, conforme al curso que siga la economía mundial.
Pero en la crisis actual, los gobiernos de los países extranjeros, con grandes y medianas empresas navieras, han tenido la sabiduría de aplicar oportunamente cambios de estructura y regulaciones para que sus marinas mercantes puedan enfrentar en mejores condiciones el período de crisis y dura competencia del comercio marítimo.
En suma, la determinación de una positiva política naviera nacional; la acción de intentar adecuar las disposiciones marítimas vigentes, que afectan la operatividad comercial de nuestras empresas navieras con sus buques de registro nacional; y el establecimiento de la reserva de cabotaje para los buques de bandera nacional, además de satisfacer verdaderas necesidades nacionales, constituirían, de parte del Ejecutivo y de nosotros, los gestos prácticos más significativos de homenaje a la Marina Mercante Nacional, a sus armadores y a sus hombres de mar.
He dicho.
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