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El señor MARTÍNEZ, don Gutenberg ( Presidente ).-
Tiene la palabra el Diputado señor Nelson Ávila.
El señor ÁVILA .-
Señor Presidente , hemos oído la más ultramontana visión respecto del proyecto que hoy discutimos. No voy a profundizar en la crítica al Diputado señor Luis Valentín Ferrada , porque aún me quedan diligencias pendientes en los tribunales.
-Risas.
El señor ÁVILA .-
Señor Presidente , voy a construir mi intervención limitada casi rigurosamente a la formulación de 15 preguntas. Quisiera que fueran 15 aguijones sobre la conciencia de quienes aún persisten en no mirar de frente la realidad.
Después de 113 años regresa a esta Cámara el debate amplio y profundo acerca del divorcio vincular. Se hizo en 1884, con motivo de la discusión de la ley del matrimonio civil. Aquí nos sorprende ahora nuevamente el tratamiento de este tema.
Confieso que las interrogantes que plantearé surgen como consecuencia de estar en la encrucijada de dos poderosas corrientes motivacionales. Una, es el debate suscitado entre ayer y hoy. Es cierto -como se quejaba ayer un parlamentario- que el nuestro pareciera un diálogo de sordos, porque nadie convence a nadie. Eso es verdad y no constituye ninguna sorpresa. Nosotros somos caballeros que venimos acorazados, revestidos de una carga ideológica, y muchas veces no exentos de prejuicios, a enfrentar los temas que están en tabla; pero, desgraciadamente, en el caso del divorcio vincular no se recoge con fidelidad el sentimiento mayoritario de la población. Entonces, uno duda acerca del grado de sintonía y de sensibilidad que, por la opinión de la gente, puedan tener quienes representan a la ciudadanía.
Entre las refinadas disquisiciones que se mueven en el mundo abstracto de los principios y el placer intelectual de hurgar en el espíritu de las leyes, naufragan las angustias y los sentimiento que día a día vive la población. Éste es un tema que lacera a muchos de nuestros compatriotas; fundamentalmente, a los que no figuran en las estadísticas; a aquellos que no tienen los medios para pagar el engaño a que ha dado lugar la solución del quebrantamiento de la relación conyugal.
Nosotros, muchas veces, nos ufanamos de ser originales para resolver algunos de nuestros problemas. Pero no sé de dónde nos proviene esa tendencia irrefrenable a emplear lenguajes equívocos. Desde luego, al cáncer lo llamamos enfermedad incurable; las derrotas para nosotros son triunfos morales, y al divorcio, que sí existe, lo denominamos, de manera piadosa, nulidad.
En materia de originalidad, estamos siendo superados en Nueva York. Así, por lo menos, nos lo delata la agencia Ansa , que señala: “Una organización neoyorquina propuso a los judíos ortodoxos que recurran a una concubina para solucionar sus crisis matrimoniales en vez de divorciarse”.
Creo que ha llegado el momento de enfrentar, de una vez por todas, con franqueza y honestidad, un tema que ya no puede mantenerse oculto, cubierto en la corrupción y el perjurio, porque, sencillamente, eso mina no sólo a las personas, en su condición ética, sino también a las instituciones.
Paso, en consecuencia, a dar a conocer las 15 interrogantes que son -un poco- el resumen de la constelación de dudas que acucian a la ciudadanía y al hombre común de nuestra patria:
1. ¿Se debe legislar en concordancia con las necesidades y sentimientos de la gente de carne y hueso o atados a doctrinas, tradiciones o instituciones?
2. ¿Tenemos derecho a imponerle a una familia cargar la cruz de la indisolubilidad de una relación conyugal vacía de amor? ¿Es eso defender lo que llaman célula básica de la sociedad?
3. ¿Son capaces los códigos de revivir el amor donde éste ha muerto de modo irremediable?
4. ¿Acaso las palabras del obispo Orozimbo Fuenzalida -de quien envidio su nombre, más no su manera de pensar- no amenazan con una suerte de chantaje clerical? Dijo: “Quien se separe de su pareja establecida según la ley civil, no puede comulgar”.
5. ¿Qué clase de sintonía con la gente poseen quienes se niegan a terminar con el ominoso sistema de nulidades prevaleciente hasta hoy?
6. ¿Dónde queda el respeto al sentimiento ciudadano que demanda una solución legal, franca y transparente?
7. ¿Alguien pretende que Dios estaría por forzar una unión que socava, envenena, humilla y lacera sentimientos que constituyen la razón de ser del matrimonio?
8. ¿Es justo penalizar a hijos inocentes sólo por ser fruto de una unión que se vació de contenidos?
9. ¿Hemos de asumir fatalmente que la única salida a la ruptura matrimonial sea el fraude a la ley?
10. ¿Hemos de legislar por lo que la relación conyugal debe ser o por lo que es realmente?
11. ¿No es suficiente dolor el fracaso matrimonial en sí como para imponer, además, un castigo a perpetuidad?
12. ¿No es absurdo que mientras Jesús fue bondadoso hasta con las adúlteras, algunos blandan espadas respecto de quienes fracasan como matrimonio?
13. ¿Hasta cuándo mantendremos en vigor la más execrable forma de divorcio basada en la corrupción y el perjurio?
14. Si existe un divorcio espurio, ¿por qué no dictar una ley que lo regule? ¿No es acaso perseguir el mal menor?
15. Por último, ¿puede ser democrática la actitud arrogante de imponer a todos, católicos y laicos, normas basadas en consideraciones de orden religioso?
He dicho.
-Aplausos.
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