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- rdf:value = " El señor MARTÍNEZ, don Gutenberg ( Presidente ).-
Tiene la palabra el Diputado señor Ramón Elizalde .
El señor ELIZALDE .-
Señor Presidente , lamento que en la sesión de ayer no hubiésemos avanzado en un proyecto que, para mí, tiene dos elementos sustantivos: primero, la eliminación de las razones fraudulentas que hoy se dan para obtener la declaración de nulidad, que transformaba en reales y comprobables, y segundo, el establecimiento de los tribunales de familia.
Sin embargo, quiero expresar mi opinión respecto al proyecto que se debate hoy, en el entendido de que se trata de una alternativa diferente a la planteada en la sesión de ayer.
A través de la historia, el matrimonio ha sido la institución que ha sustentado a la familia y al progreso de la sociedad. Sus dos elementos esenciales son su carácter monógamo, es decir, se trata de una relación entre un hombre y una mujer, y su carácter indisoluble. En pocas palabras, se trata de una relación permanente entre un hombre y una mujer.
Históricamente, el matrimonio ha sufrido dos grandes enfermedades: la poligamia, que ataca su carácter único y exclusivo, y el divorcio, que cuestiona el carácter permanente de la unión matrimonial. Cuando estos dos males se han extendido, el matrimonio y la familia se han fragilizado, influyendo en el debilitamiento de los pueblos. Hoy, el divorcio ha vuelto a extenderse provocando efectos sociales desastrosos en los países en que se ha aprobado.
La ley puede fortalecer o debilitar a la familia. Las leyes no tienen ni les corresponde tener el poder de plasmar la personalidad de los ciudadanos; pero sí la posibilidad de crear las condiciones que faciliten las conductas honestas y de poner trabas a las dañinas. Por eso, por ejemplo, el derecho a la vida es protegido por ley sancionando el homicidio, porque no basta con decir que la vida es buena. Lo mismo sucede con la familia. No tienen sentido las declaraciones a su favor, si no van acompañadas de una legislación que promueva su fortalecimiento.
A la sociedad no le da lo mismo que la familia sea estable o no; ella no puede renunciar a su derecho a promover los valores en que se funda, y la familia es el más importante de todos. Por eso, la ley debe proteger y fomentar la estabilidad del matrimonio.
Se dice que el divorcio es sólo una solución para aquellos matrimonios que han fracasado irremediablemente y que no afecta a los bienavenidos. Sin embargo, la evidencia mundial demuestra que ello es falso. Por ejemplo, en naciones donde no hay ley de divorcio, como Chile e Irlanda, el porcentaje de matrimonios exitosos bordea el 90 por ciento. En el caso chileno, la cifra procede de la encuesta Cep-Adimark, solicitada por el gobierno de Aylwin a fines de 1993. Concuerda con la información del Censo de 1992, que indica que el número de matrimonios bien constituidos asciende a 93.2 por ciento y el de separados y anulados a 5.8.
En cambio, a partir de la década de los setenta, en un gran número de países donde el divorcio se fue legislando, la cantidad de rupturas en relación al conjunto de matrimonios se elevó desde niveles del 10 por ciento a porcentajes que fluctúan entre el 30 y el 50 por ciento. Por ejemplo, de acuerdo al Demographic Yearbook de 1990 de Naciones Unidas, entre 1971 y 1985 la tasa de divorcio en Bélgica ascendió desde el 10 al 32 por ciento; en Francia, del 12 al 40; en Holanda, del 9 al 30, y en Gran Bretaña, del 17 al 44 por ciento.
En la actualidad, Dinamarca y Estados Unidos lideran el número de rompimientos, con porcentajes de casi el 50 por ciento, y se calcula que en los próximos decenios se llegará al 66 por ciento. En consecuencia, no se puede decir que la ley del divorcio no atenta contra la estabilidad de la familia y, por ende, contra la sociedad en su conjunto.
La ley debe elegir entre un matrimonio permanente o uno transitorio, porque le es imposible establecer un matrimonio permanente y a la vez transitorio. Necesariamente debe elegir entre uno u otro. Es más, debe escoger entre matrimonio propiamente tal y la cohabitación legal, porque la diferencia radical entre uno y otra es, justamente, la indisolubilidad del vínculo que caracteriza al primero, y la transitoriedad y la relación consustancial de la segunda.
La unión de por vida es la garantía esencial para que el marido y la mujer puedan entregarse por entero al otro y responsabilizarse de los hijos, sin el riesgo de que ante una crisis propia de todo matrimonio, uno de ellos pueda ser abandonado, quedando ya sea expropiado de sus hijos o privado de ayuda para educarlos y mantenerlos. Por lo tanto, a la ley le corresponde resguardar la estabilidad del vínculo matrimonial.
Cuando algo es establecido por ley, significa que la sociedad lo aprueba y lo considera moralmente aceptable. Legitimar el divorcio es aprobar legalmente una unión transitoria y reconocerle un valor igual que al matrimonio estable y por toda la vida. Al aprobarlo, la ley deja de considerar mejor la permanencia de la familia y, además, introduce temporalidad en todos los matrimonios.
El divorcio transforma el fracaso matrimonial en un concepto absolutamente arcaico. El fuerte y acelerado crecimiento de las rupturas conyugales, una vez legalizado el divorcio, es el resultado lógico, ya que éste cambia radicalmente las reglas del juego matrimoniales.
Es muy distinto enfrentar un compromiso transitorio a uno definitivo. La expresión “hasta que la muerte nos separe”, es muy diferente a “mientras las cosas no vayan bien.” Nadie se casa pensando en divorciarse; pero no es lo mismo encarar la crisis que necesariamente enfrenta cada matrimonio, en conocimiento de que todo debe arreglarse, a saber que legítimamente uno puede olvidar sus responsabilidades y compromisos. En el fondo, al pasar a ser igualmente consideradas una unión temporal y una permanente, la sociedad deja de apoyar el concepto mismo de matrimonio y con el tiempo termina por eliminar cualquier forma de protección. A través de los años, el divorcio pasa a ser lo normal; en consecuencia, el fracaso matrimonial no tiene razón de ser.
El divorcio atenta contra el derecho a casarse para toda la vida. Es natural aspirar a encontrar una persona a través del amor, con la cual uno se une para compartir toda la vida, engendrar y educar a los hijos que nacen de esa unión. Todo ser humano tiene derecho a unirse voluntariamente para toda la vida con otro y a recibir a otra persona. Si no fuera así, simplemente, se conviviría. Es un derecho esencial del hombre que el divorcio prohíbe a todos al eliminar la garantía legal de un vínculo permanente, caso en el cual a las personas únicamente se les permite casarse bajo un arreglo temporal, un contrato rescindible por una de las partes.
La ley del divorcio viola los derechos de las personas. El matrimonio conlleva la decisión más libre para iniciarlo. Por privada que sea la intimidad, los cónyuges no están aislados y solos; tienen hijos, forman familias entre miles. Se quiera o no, el matrimonio es un hecho social. El hombre y la mujer se casan porque quieren, pero no de acuerdo a las reglas que ellos determinen, sino según las que les impone la realidad natural del matrimonio.
El matrimonio no es sólo un contrato: es una institución donde el individuo tiene derechos y deberes. A través de una ley de divorcio el Estado trata de intervenir ilegítimamente, ayudando a aquellos que desean romper su juramento de fidelidad de por vida libremente contraído, en desmedro del derecho de los niños de ser educados y de vivir con ambos padres; en desmedro del derecho del cónyuge que desea permanecer casado como libremente se lo prometieron. También atenta contra el derecho de todo ser humano de poder comprometerse de por vida, que es uno de los actos más sublimes en el ejercicio de la libertad.
El divorcio no resuelve los actuales fraudes de las nulidades. Carece de todo asidero real afirmar que acabará con el fraude con que se abusa en las nulidades, puesto que la experiencia mundial demuestra que el fraude y los chantajes son prácticas de uso común en los juicios de divorcio. Tanto es así que en todos los países, el divorcio por causales específicas y calificadas, ha pasado a existir sólo en la letra. Y ése es el gran problema que tiene el proyecto que hoy se nos presenta: las buenas intenciones de los legisladores y el control judicial de sus efectos.
Además de lo fácil que resulta falsificar las causales de divorcio, sucede también que el cónyuge de mala fe las puede provocar. Por ejemplo, rompiendo la convivencia conyugal mediante el abandono del hogar, sin que la parte más débil tenga, al menos, la posibilidad de negociar condiciones más ventajosas a cambio de otorgar su consentimiento.
El divorcio fomenta la cohabitación. Se sostiene que el divorcio permite disminuir el número de parejas que cohabita, pues al establecerse, muchos le pierden el miedo al matrimonio y “legalizan” su relación. Lamentablemente, no hay ningún ejemplo en el mundo en que esto haya sucedido. Por el contrario, la experiencia unánime es que, una vez que el divorcio transforma al matrimonio en una simple unión temporal, pierde su significado y atractivo, aumentando el número de personas que cohabitan sin estar casadas.
El divorcio no hace que la gente le pierda el miedo al matrimonio: Hace que le pierda el respeto.
Para resolver los problemas familiares existen soluciones distintas al divorcio. Se puede otorgar competencia a todos los oficiales del Registro Civil para constatar el matrimonio, acabando con la farsa actual. Para quienes la convivencia se hace imposible, existe el recurso de la separación de cuerpos.
Quien desea unirse a una persona que no es su cónyuge, no requiere de una ley de divorcio para hacerlo. Pretender introducirla entonces para permitir que esas nuevas uniones sean llamadas matrimonio, significa impedir, a la gran mayoría, el derecho a casarse en forma indisoluble y amenaza la estructura familiar que presenta nuestra gran fortaleza chilena.
Deben buscarse soluciones que no afecten la estabilidad de matrimonios sanos. El divorcio crea muchos o más problemas y sufrimientos que los que soluciona.
Se sostiene que la sociedad debería mostrar mayor compasión por las personas cuyos matrimonios han fracasado y permitirles volver a casarse. Sin embargo, dado que el divorcio hace daño a la sociedad en general, al cónyuge, a los hijos abandonados y a los restantes matrimonios, la prohibición del divorcio no es una falta de compasión hacia los que tienen problemas, sino que es una actitud responsable de una sociedad que aspira a promover la estabilidad del matrimonio y a evitar mayores sufrimientos a otro número de familias.
El divorcio afecta negativamente también a los cónyuges. Crea inseguridad entre ellos. Mientras más absoluto sea su compromiso, mayores probabilidades de éxito tiene el matrimonio. Y, al revés, mientras más restringida sea la entrega, mayores son los riesgos de fracasar.
La alternativa de que uno de los cónyuges pueda pedir el divorcio y abandonar a su familia, unida a las tasas de disolución cada vez más altas, dificultan que se entreguen confiadamente el uno al otro y facilita los resguardos emocionales y económicos entre ellos. Para enfrentar con éxito los desafíos y dificultades propios del matrimonio, se necesita un clima de seguridad y de confianza en el otro. Por lo tanto, la existencia del divorcio le crea nuevos problemas a todo matrimonio.
El divorcio facilita la irresponsabilidad matrimonial. La legislación hace más fácil a los esposos abandonar sus responsabilidades, porque se producen cambios en los incentivos para enfrentar las dificultades matrimoniales. Cuando no hay divorcio y la pareja es para siempre, la reacción apropiada frente a un problema es procurar superarlo a cualquier precio; en caso contrario, existe la posibilidad de iniciar otra relación y, por lo tanto, hay una tentación mayor de mirar para el lado en lugar de resolver las dificultades con el cónyuge. Ello explica, en parte, que en cada país donde se ha aprobado la ley de divorcio se ha producido un aumento sustantivo en los fracasos matrimoniales.
El divorcio transforma la crisis en rompimiento. Se suele creer que quienes piden el divorcio son personas cuyos matrimonios han fracasado completamente, esposos cuyos caracteres son incompatibles, por lo cual no tienen otra salida. Sin embargo, gran parte de quienes recurren al divorcio lo hacen en momentos de alteración emocional, o bien motivados por intereses egoístas. Así, muchas crisis que en un matrimonio de por vida se solucionan, con una ley de divorcio terminan ante un tribunal. Todos conocemos ejemplos de parejas que en algún momento tuvieron dificultades muy graves, que hacían suponer que era imposible una reconciliación, pero con el tiempo superaron las diferencias. Hoy, agradecen no haber tenido la posibilidad de poner fin a su matrimonio por la inexistencia de una ley de divorcio.
El divorcio favorece la infidelidad. Cuanto existe divorcio, las personas casadas pasan a ser posibles buenos partidos. Si las presiones de la vida familiar comienzan a agobiar, puede resultar muy tentador empezar de nuevo y buscar refugio en una tercera persona, o conquistar una persona casada con la cual es posible, a su vez, casarse.
El divorcio destruye todas las posibilidades de un reencuentro familiar. Hay muchos casos de familias abandonadas por uno de los esposos, que tienen la esperanza de que algún día la reconciliación se pueda producir. Es un sentimiento vivo que regrese el esposo ausente. El divorcio destruye esa esperanza.
El divorcio impide a los padres educar a sus hijos. Todo padre desea educar a sus hijos. Para el niño es fundamental contar con la presencia y apoyo de sus padres, a fin de poder desarrollarse emocional y psíquicamente en forma sana y plena. Para un cónyuge es imprescindible contar con la ayuda del otro en la difícil y compleja tarea de la educación y mantención de los hijos. Eso lo permite el matrimonio estable. Le da a la mujer la oportunidad de entregar permanentemente todo su cariño a los hijos, y al hombre, la satisfacción de verlos crecer. En Estados Unidos, un niño tiene una probabilidad superior al 50 por ciento de no poder vivir con sus dos padres. Por su parte, uno de ellos tiene igual probabilidad de no poder vivir con sus hijos, y el otro de no contar con la ayuda personal del cónyuge en la educación de los niños.
El divorcio promueve una visión deformada del hombre y de la mujer. En el matrimonio estable, la mujer y el hombre se consideran mutuamente compañeros para toda la vida y no como instrumentos para satisfacer sus propios deseos y caprichos. En una relación temporal y desechable, aumenta la tentación de considerar al otro como un instrumento a utilizar egoístamente: “Si me sirve, me mantengo a su lado; si no es así, lo abandono”.
El divorcio no sirve para rehacer la vida. La mayoría de las personas que se divorcian vuelven a fracasar en su segundo o tercer matrimonio. Al incentivarlos a casarse de nuevo, la ley promueve matrimonios de alto riesgo. Por ejemplo, en Estados Unidos, uno de cada dos matrimonios termina en divorcio, es decir, el 50 por ciento; pero para los divorciados la situación es peor, porque dos de cada tres segundos matrimonios termina en divorcio, el 66 por ciento. Lo mismo sucede en cada país donde hay leyes de divorcio: el segundo matrimonio tiene mayores posibilidades de fracasar que el primero, incrementando el número de niños dañados. Además, el precio de rehacer la vida pasa por la infelicidad de los hijos y del cónyuge abandonado.
El divorcio no es solución para los esposos porque deja marcas imborrables. Estudios psicológicos recientes indican que las heridas causadas por la ruptura matrimonial pueden afectar a las personas involucradas a lo largo de todas sus vidas. En la mayoría de los casos, en lugar de poner fin a los conflictos matrimoniales, es el comienzo de una discrepancia perdurable entre los ex cónyuges y de un resentimiento profundo en el esposo o la mujer abandonados. Se olvida frecuentemente que el divorcio casi nunca es una decisión mutua. Es lo opuesto al enamoramiento e inevitablemente engendra furia y odio, a veces muy intenso, que las personas consideran justificado, ya que nace de la sensación de haber sido explotados y humillados profundamente, lo cual brota de la propia estimación herida.
El divorcio es único en cuanto desencadena las peores, las más primitivas y profundas pasiones humanas: el odio y los celos. Eso a causa del trauma producido por el fracaso matrimonial y por el nuevo estilo de vida, que trae mayor soledad, desorden, dificultades económicas, sociales y emocionales. Si se compara al divorciado con los solteros o quienes llevan una relación matrimonial normal, se detectan menores expectativas de vida, mayor índice de suicidio, de accidentes laborales y de tránsito con consecuencias fatales, aumento de mortalidad por afecciones cardíacas o cáncer, y mayor probabilidad de fracaso en segundo matrimonio.
El divorcio perjudica gravemente a la mujer. La posibilidad de divorcio, la aleja del hogar y la hace menos libre para dedicarse exclusivamente al cuidado del hogar y a la educación de los hijos. El temor a quedar sola en el futuro, sin medios de subsistencia, la obliga necesariamente a entrar en el mercado laboral, aunque no lo desee, sacrificando así gran parte de su vida familiar.
La posibilidad de divorcio promueve una actitud de egoísmo material. Dado que el matrimonio pasa a ser una unión temporal, al momento de tomar cualquier decisión de carácter económico, se deberá tener presente que éste se puede acabar. Ello desincentiva al marido a comprar una casa o cualquier otro bien e inscribirlo a nombre de ambos o de su esposa, porque significa exponerse a perder esos bienes. En esas circunstancias, la mujer que ha sido dueña de casa, no ha tenido un trabajo o no cuenta con bienes a su nombre, queda en una situación claramente desmedrada.
Cabe añadir que en los países de tradición divorcista se suele dar la práctica de convenir anticipadamente, incluso antes de contraer el vínculo matrimonial, acuerdos que regulen las consecuencias patrimoniales de una posible ruptura.
El divorcio atenta contra la dignidad de la mujer. Una ley que induce a no tener hijos, que obliga a la mujer a alejarse del hogar y la expone a la pobreza y a la soledad en el futuro, atenta contra su dignidad. Ser madre en un hogar bien constituido y poder educar a sus hijos son aspectos esenciales de la realización de la mujer, especialmente de aquellas que optan por dedicarse exclusivamente a su familia, a ser dueñas de casa cuando su familia es, literalmente, toda su vida. El divorcio se interpone entre la mujer y sus legítimas aspiraciones de felicidad.
El divorcio incrementa la pobreza. Como la maternidad es más fuerte que la paternidad, la mujer lleva la peor parte y, además, tiene menos autonomía laboral: se queda con los niños, el ex marido le da la menor pensión posible y tiene menos probabilidades de obtener un trabajo con buena remuneración.
Un estudio realizado en California, Estados Unidos, demostró que las mujeres con hijos menores de edad experimentaron una reducción del 65 por ciento en su nivel de vida durante el primer año posterior al divorcio. En cambio, los maridos consiguieron un 42 por ciento de aumento en su calidad de vida.
El divorcio daña profundamente a los niños. Se sostiene que para los hijos es mejor el divorcio que un matrimonio infeliz de sus padres. Sin embargo, uno de los estudios más serios y profundos, prolongado en el tiempo y realizado en Estados Unidos por la doctora Judith Wallerstein , detectó que, una vez producido el divorcio, todos los hijos que hasta entonces eran sanos experimentaron problemas emocionales y conductuales significativos, los cuales, en la mayoría de los casos, perduraron hasta quince años después de la ruptura.
La evidencia indica que, por lo general, incluso en las familias donde hay problemas y ciertos grados de infelicidad, los niños encuentran un ambiente más propicio para la educación y desarrollo que en el originado por el divorcio de sus padres.
El señor ORTIZ ( Presidente accidental ).-
Señor diputado , ha terminado su tiempo.
El señor ELIZALDE .-
Señor Presidente , al momento de iniciar mi intervención consulté mi reloj. Sé que dispongo de 25 minutos, de los cuales he ocupado 19.
El señor ORTIZ ( Presidente accidental ).-
Señor diputado , esta Mesa se ha distinguido precisamente por su transparencia. Hace treinta segundos que terminó el tiempo de su Señoría.
Para eso contamos con el señor Secretario, que es ministro de fe.
Por favor, redondee su intervención.
El señor ELIZALDE .-
Así lo haré, señor Presidente . Se lo agradezco.
Me habría gustado agregar otros antecedentes que dañan efectivamente a los hijos, pero ello no es posible.
Anuncio mi voto en contra de este proyecto de ley de divorcio por ser una mala solución.
Además, tampoco se ha dicho que si hoy los avisos de los diarios sostienen que es posible anular un matrimonio por 20 ó 30 mil pesos, un juicio eventual de esa naturaleza, en que habrá que contratar siquiatras, abogados, etcétera, redundará en que familias que hoy tienen una vía de solución no la podrán concretar, debido a esa cortapisa económica tan alta.
He dicho.
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