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- rdf:value = " El señor MARTÍNEZ, don Gutenberg ( Presidente ).-
Tiene la palabra el Diputado señor Chadwick.
El señor CHADWICK.-
Señor Presidente , los fundamentos que me llevan a votar en contra del proyecto que establece el divorcio vincular en nuestro país -para tranquilidad del Diputado señor Sota- no son de carácter religioso, no se mueven dentro del orden de la fe ni obedecen a criterios de carácter eclesiásticos. Son fundamentos que se encuentran en el concepto y en la trascendencia de una institución que, a mi juicio, es esencial dentro del orden social: la familia.
El matrimonio está vinculado esencialmente a la familia: es la fuente principal que da origen y constituye a una familia. Por lo tanto, no puede ser indiferente el tipo de matrimonio que nuestra legislación consagre, dado los efectos que éste puede tener sobre la familia. Si consideramos -como tantos parlamentarios lo han dicho durante el debate- que la familia es en sí una comunidad esencial y trascendente para el orden social, la pregunta de fondo en esta discusión debe ser la siguiente: el divorcio vincular, aquel que permite la disolución matrimonial por la mera voluntad de uno o de ambos contrayentes, ¿fortalece la familia, la defiende, permite su desarrollo? A mi juicio, el divorcio vincular la debilita y empobrece.
Voy a reflexionar acerca de las razones en virtud de las cuales he llegado a esta conclusión.
En primer lugar, el divorcio vincular, que depende de la voluntad de uno de los cónyuges, debilita fuertemente el concepto y sentido de familia.
Si consideramos que la institución matrimonial es importante para el orden social, quiero que nos preguntemos: una institución fundamental, importante, trascendental, ¿puede no tener claro o dudar acerca de cuáles son sus elementos constitutivos o esenciales, cómo se constituye, qué carácter tiene, a quiénes se extiende o a cuántas se puede pertenecer?
Para que las instituciones sean importantes y trascendentes deben tener, conceptual y lógicamente, claro y sin lugar a duda alguna, cuáles son sus elementos constitutivos o esenciales. Y el divorcio vincular, en relación con el concepto de familia, genera dudas e incertidumbre respecto de sus elementos constitutivos.
Preguntémonos: ¿quiénes constituyen la familia? Si existe el divorcio vincular, la respuesta es “depende”. Depende de un primer matrimonio, de un segundo, de un tercero o de otros.
Preguntémonos: ¿cómo se constituye la familia? Si existe el divorcio vincular, de nuevo la respuesta es “depende”. Si se trata de un primer matrimonio, tendríamos tales o cuales requisitos; si se trata de un segundo, tales o cuales otros, y así sucesivamente.
Preguntémonos: ¿qué carácter tiene el matrimonio? Si existe el divorcio vincular, nuevamente la respuesta es “depende”. Puede ser permanente, pero también transitorio.
Preguntémonos: ¿a quiénes se extiende la familia? Si existe el divorcio vincular, de nuevo la respuesta es “depende”. Se puede extender a los hijos de un primer matrimonio, también a los de un segundo, a los de cuanto matrimonio se pueda constituir.
Preguntémonos: ¿a cuántas familias puedo pertenecer? Si existe el divorcio vincular, depende. A una primera, a una segunda, a una tercera.
¿Puede concebirse una institución trascendente e importante cuando la respuesta a las preguntas de quiénes la constituyen o cuáles son sus elementos esenciales, es “depende”? Si ésa es la respuesta, significa que la institución no está llamada a trascender ni a tener importancia. Ése es el problema fundamental que introduce el divorcio vincular, cuando se trata de la familia.
Daré otro ejemplo más gráfico, para que podamos entenderlo mejor. Todos pertenecemos a una Cámara de Diputados que consideramos muy importante y esencial dentro del sistema democrático. ¿Sería importante la Cámara de Diputados si no tuviésemos claro quiénes pueden pertenecer a ella, cómo se puede acceder a ella, cuánto tiempo se puede permanecer en el cargo, a cuántas podemos pertenecer?
Todos estarán contestes en que eso no puede ocurrir en la Cámara de Diputados, porque, en ese caso, dejaría de ser una institución importante. ¿Por qué, entonces, lo aceptamos con respecto a la familia? ¿Por qué lo aceptamos respecto de una comunidad que, sin duda, puede ser aun mucho más trascendente que la Cámara de Diputados?
Por lo tanto, el divorcio vincular, el rompimiento matrimonial por la mera voluntad de uno de los cónyuges, trae como consecuencia que la familia, como institución, conceptualmente se debilite en forma muy, pero muy fuerte. Estamos transformando a una institución llamada a ser sustancial y trascendente, en una accidental y transitoria. Como ello ocurre en el marco conceptual, obviamente, produce efectos en el ámbito práctico, porque así como el divorcio vincular debilita a la familia en su concepto y en su sentido más profundo, también la empobrece, la limita, impide que dé todos sus frutos y que entregue todos sus bienes en el marco de la vida social, cotidiana y permanente.
¿Por qué ocurre esto? Se ha señalado en otras intervenciones, y las estadísticas así lo indican, que en aquellos países que legislan y aceptan el divorcio vincular se produce progresivamente un aumento de las rupturas matrimoniales y, por consiguiente, de las familiares. Tenemos la experiencia de diversos países europeos, como Bélgica, Holanda , Francia o Gran Bretaña , donde, establecido el divorcio vincular, las rupturas matrimoniales aumentan en forma progresiva, incluso, hasta triplicarse, en un margen de medición de no más de quince años. En el caso de Estados Unidos, esa progresión ha sido tan fuerte que hoy más del 50 por ciento de los matrimonios acuden al divorcio para romper su vínculo y provocar una ruptura familiar.
Pero esta situación, comprobada con estadísticas, no es indiferente, sino que trae consigo efectos muy importantes para quienes no tienen responsabilidad alguna de la ruptura, a los más inocentes del error o del fracaso: a los hijos. Porque la familia es una institución esencialmente social. Junto con producir efectos nocivos en los hijos, los provoca de inmediato en el orden social. Los estudios e investigaciones así lo señalan. Por eso, debemos aprovechar la experiencia de los países que han dado estos pasos con anticipación al nuestro. Las investigaciones indican que el divorcio, la ruptura matrimonial y familiar necesariamente traen consigo un empobrecimiento de la familia. En Estados Unidos, los hijos de familias que han sufrido la ruptura matrimonial, económicamente se ven muy perjudicados, en términos de que sus ingresos futuros son menos de un tercio que los de aquellos que provienen de familias estables. Junto con eso, hay artículos en connotadas e importantes revistas internacionales. Por ejemplo, “The Economist”, de abril de 1994, señala que en Gran Bretaña el 77 por ciento de las madres que han sufrido una ruptura matrimonial tienen que recibir ayuda estatal para seguir manteniendo sus hogares.
El rompimiento matrimonial y familiar –lamentablemente, los hechos así lo indican- trae consigo mayor aumento de la pobreza, y quienes la sufren son los hijos, las madres, los más desvalidos y los más pobres. Eso se debe tener presente, porque el divorcio vincular no sólo produce una debilidad del concepto de familia, sino que origina efectos tan fuertes como incrementar la pobreza, en especial en los más pobres. Pero no sólo los genera en la pobreza material, sino también en la pobreza emocional, espiritual y conductual de las familias que sufren esta ruptura. Los informes, también tomados de investigaciones norteamericanas, nos indican que las familias que sufren una ruptura matrimonial tienen entre dos a tres veces más probabilidades de presentar problemas emocionales y conductuales.
En Estados Unidos, los datos del Centro Nacional de Estadísticas de Salud señalan que los hijos que provienen de hogares destruidos, en que no están unidos los padres, tienen entre un 100 y 200 por ciento de mayores posibilidades de presentar problemas emocionales, y más de un 50 por ciento de mayores posibilidades de tener problemas de aprendizaje. En los hospitales estatales, sobre un 80 por ciento de la atención de los jóvenes con problemas y trastornos psicológicos proviene de familias destruidas. La propensión al abandono escolar es más del doble en el hijo que proviene de un matrimonio destruido. Por lo tanto, no sólo trae consigo mayor pobreza a la sociedad, sino que menores oportunidades y mayores problemas emocionales y conductuales. Ello, además, se agrava porque produce un efecto extraordinariamente serio y profundo en las conductas delictuales a que están propensos esos hijos.
Estudios tomados de experiencias extranjeras, más adelantados en el tema, indican también que existe un alto porcentaje, superior al 60 ó 70 por ciento, de niños delincuentes provenientes de hogares destruidos, de rupturas familiares y matrimoniales, en comparación con aquellos de familias estables.
Por lo tanto, el efecto social de la ruptura matrimonial y familiar es gigantesco. Se empobrecen la familia y los más pobres; se generan problemas conductuales, psicológicos y delictuales; se rompe por completo uno de nuestros anhelos más importantes para el orden social, cual es la igualdad de oportunidades para valerse en la vida. Aquel que proviene de una familia destruida, lamentablemente -así se indica-, tiene menos oportunidades para valerse en la vida que el perteneciente a una familia bien constituida. No podemos dejar de lado ese efecto social extraordinariamente importante.
Esas investigaciones efectuadas en países que ya tienen ley de divorcio, especialmente europeos y en Estados Unidos, empiezan también a efectuarse en Chile. Hay diversos estudios. Uno realizado por el Centro de Estudios Públicos, a cargo del sociólogo señor Ignacio Irarrázabal , denominado “Ha-bilitación, pobreza y política social”, concluye en que uno de los elementos más fuertes que genera la desigualdad social y el retraso social y económico en un individuo, es la mala constitución de la familia, el hecho de provenir de hogares sin padre o sin madre. En cambio, en aquellos hogares donde la estabilidad familiar es cierta, las posibilidades para remontar la pobreza son más que suficientes o probables.
Existen otros estudios del CEP, a cargo de Ignacio Irarrázabal.
El Sename, en 1991, hizo un estudio extraordinariamente interesante y concluyó en que hoy, en nuestro país, jóvenes de hogares destruidos, en comparación con grupos juveniles de su misma condición socioeconómica provenientes de hogares bien constituidos, triplican su propensión a la acción delictual.
En materia de drogadicción, fenómeno que nos afecta fuertemente, el doctor Ramón Florenzano , médico psiquiatra, profesor de la Universidad Católica, ha realizado un extraordinario e interesante estudio que señala que la propensión al consumo de mariguana del joven de hogar destruido es 16 por ciento superior a la de aquel que tiene un hogar bien constituido que alcanza al 11 por ciento. En drogas más fuertes es el 8 por ciento versus el 3 por ciento.
Por lo tanto -insisto-, el divorcio vincular no sólo debilita a la familia en lo conceptual, transformándola en una institución con menor o sin relevancia social, sino que también la empobrece en cuanto a los frutos que está llamada a dar, lo cual afecta a los hijos, únicos inocentes que sufren por esta situación, y a todo el orden social. La destrucción del grupo familiar, el hecho de no contar con un hogar y una familia estable produce esos efectos.
Por esas razones, el matrimonio, considerado como un elemento esencial y constitutivo de la familia, para que ésta pueda realmente fortalecerse, trascender y entregar todos sus beneficios, requiere necesariamente ser una institución indisoluble, en el sentido de que no se pueda romper o terminar su compromiso, que sirve de base a la familia estable, por la mera voluntad de uno o de ambos cónyuges.
Chile, necesita hoy de familias estables, para lo cual debemos tener una ley que se oriente hacia la indisolubilidad del matrimonio y no a facilitar su disolución. Sin duda, la ley no va a terminar ni impedir -sería muy poco serio y riguroso señalarlo- los conflictos matrimoniales. ¿A quién le cabe duda? Obviamente, no va a ser así. El punto es el siguiente. ¿Dónde colocamos, ante los problemas matrimoniales que todas las parejas vivimos, la exigencia, la esperanza, el incentivo para poder superarlos? A mi juicio, si la ley dice que el compromiso matrimonial es para toda la vida, establece una exigencia para superar el conflicto y, más importante aún, da una esperanza; de lo contrario, el conflicto prevalecerá.
Para graficar lo que planteo, pongo el siguiente ejemplo, que puede ser entendido por muchas personas.
Cuando uno es propietario de la vivienda -dueño de su hogar-, sin duda que la cuida, arregla, perfecciona e invierte en ella. Si hay algún desperfecto, trata inmediatamente de corregirlo; si hay algo que puede mejorarlo, lo hace; si necesita hacer una pequeña ampliación, invierte para lograrla. ¿Por qué? Porque su casa es para toda la vida; porque es dueño de un compromiso con ella. En cambio, ¿cuál es la actitud del arrendatario, cuya ocupación es transitoria? Si hay un desperfecto, busca soslayarlo; si el problema es más grave, trata de irse a otra vivienda. No tiene incentivos para mejorarla ni para superar las dificultades.
En el matrimonio pasa lo mismo. Si no tiene incentivos para superar los problemas normales, naturales y cotidianos que siempre se presentan, recurrirá a la solución más fácil, cual es buscar en otro lugar aquello que falta en el propio. Si, en cambio, existen los incentivos y se entiende como propio y para toda la vida, las dificultades se tratarán de superar, se invertirá para lograr que ellas no destruyan la unión matrimonial.
Necesitamos familias estables. Para ello es indispensable que la ley exija, motive y genere esperanzas para que el matrimonio sea para toda la vida y no susceptible de disolución. Si hay disolución, si la ley permite que el matrimonio se termine por la sola voluntad de uno de los cónyuges, el concepto y el sentido de familia se debilitan en nuestra sociedad, la entrega generosa que la familia está llamada a hacerle, se empobrece, no se desarrolla.
Por esa razón, mis fundamentaciones no son ni de fe ni religiosas; están directamente vinculadas al bien común, a la exigencia y a la motivación de poder tener una sociedad mejor en Chile. En esa perspectiva, estoy profundamente convencido de que la indisolubilidad del matrimonio y la familia estable nos pueden brindar una sociedad mejor y una convivencia más armoniosa.
Antes de terminar, quiero señalar que el Diputado señor Ferrada ha planteado un punto extraordinariamente interesante en relación con la inconstitucionalidad de que pudiere adolecer el proyecto. Es relevante porque no descansa en el hecho -sería un error- de la protección que la Constitución brinda a la familia -porque expresamente ese aspecto está disipado en las actas constitucionales-, sino en el valor de la libertad personal y de los derechos adquiridos en virtud del contrato matrimonial, lo cual abre un interesante espacio de discusión constitucional sobre el proyecto, que merece un profundo estudio.
Se ha señalado que las personas tienen derecho a equivocarse y que el error siempre debe admitir la posibilidad de rectificación. Eso es cierto, pero el problema es otro. La ley debe propender siempre a que el error no se cometa. Su incentivo debe tener esa orientación y no darse para facilitar el error.
Por eso, si establecemos en la ley la disolución matrimonial, facilitamos el error y no generamos el incentivo para que éste no se cometa. La ley siempre debe propender a lo que la sociedad aspira y no a lo que considera un error.
También se ha destacado que de mantenerse la situación del matrimonio indisoluble, como existe hoy, habría una suerte de imposición de las minorías por sobre las mayorías. Eso se funda en las encuestas, pero hay dos maneras de mirarlas.
En primer lugar, me quedo con aquellos que sostienen que las encuestas estarían indicando que alrededor del 80 por ciento de la ciudadanía quisiera que existiera ley de divorcio; pero si se analiza, se ve que, a renglón seguido, igual porcentaje manifiesta que el matrimonio debe ser para toda la vida. ¿Con cuál opinión nos quedamos? ¿Con la de quienes quieren el divorcio por ley o con la de los partidarios de que el matrimonio sea por toda la vida?
En segundo lugar, las estadísticas nos indican que los matrimonios con problemas, que lamentablemente han sufrido una ruptura, son muy pocos. De todas las estadísticas que conocimos en la Comisión no podemos sacar conclusiones que vayan más allá de un 6 o un 7 por ciento. No podríamos también decir, sobre la base de esa encuesta: ¿Por qué para solucionar el problema de unos pocos tenemos que establecer en la ley la obligatoriedad de casarnos en forma disoluble? Es otra manera de interpretar a las mayorías.
Por lo tanto, el juego de las encuestas permite llegar a distintas conclusiones, razón por la cual quienes legislamos, cuando nos enfrentamos a problemas valóricos y de bien común, no debemos mirarlas y sólo atenernos a nuestras conciencias y criterios, porque las encuestas nos pueden llevar a cometer errores o a actuar en forma equivocada.
También se ha hecho presente que en Chile existe un divorcio encubierto a través de las nulidades fraudulentas. Es cierto, estamos enfrentados a un sistema de nulidades absolutamente mal concebido y todos sabemos que se presta para un fraude no aceptable. La manera más fácil de remediarlo es evitar el fraude. También se afirma que hoy es mucho más fácil divorciarse mediante el sistema de las nulidades que de acuerdo con la legislación. Eso no es correcto, porque hay una diferencia fundamental. En las nulidades, al menos, se exige la voluntad de los dos cónyuges; en cambio, el proyecto de divorcio vincular que se discute permite que el matrimonio termine con la sola voluntad de uno de los cónyuges. Es una diferencia demasiado esencial que induce a un error muy grande a aquellos que hacen esa comparación.
Finalmente, quienes estamos en contra del divorcio vincular en Chile tenemos la mejor disposición para buscar caminos de solución a las dificultades afectivas de muchas parejas chilenas; pero queremos advertir que su solución, concebida a través del divorcio vincular, constituirá un nuevo problema.
He dicho.
-Aplausos.
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