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- rdf:value = " El señor MARTÍNEZ, don Gutenberg (Presidente).-
Me permito recordar a nuestros invitados, que se encuentran en las tribunas, que nuestro Reglamento no permite manifestaciones a favor ni en contra de las intervenciones de los diputados.
Tiene la palabra el Diputado señor Ceroni.
El señor CERONI.-
Señor Presidente, no cabe duda de que a estas alturas las ideas esenciales ya se han expuesto. Sin embargo, por ser un debate de mucha transcendencia, debo dar a conocer mi opinión.
Como se ha enfatizado, la familia es de esencial importancia para nuestra sociedad, pues abre el espacio propicio para el adecuado desarrollo de sus integrantes y el crecimiento de la persona. El afecto que se da en un ámbito familiar armonioso permite la formación de hombres y mujeres equilibrados, libres, sanos, capaces de contribuir positivamente.
El matrimonio permite la existencia de una familia, pero no todas las familias están fundadas en él y no podemos desconocer eso. No podemos negar la existencia de uniones de hecho, de familias monoparentales y por extensión. Es irrefutable que existe una pluralidad de grupos familiares.
Debemos y tenemos la obligación de proteger la familia. Esta protección requiere de muchas medidas; una de ellas, por supuesto, es el fortalecimiento del matrimonio. Pero no sólo esto, pues para proteger la familia debemos, en primer término, luchar más intensamente para eliminar la pobreza, otorgando la base material para el desarrollo de las relaciones familiares.
Debemos dar más espacio a la mujer en lo laboral y en lo social. Debemos tener una política de salud y educación que permita el acceso de todos. En definitiva, debemos adoptar las medidas necesarias para que la familia tenga un contexto que permita, a su vez, ser el real espacio del desarrollo de sus integrantes.
Proteger la familia significa enfrentar los problemas que ella y sus integrantes tienen en la vida cotidiana. Es positivo y conveniente el fortalecimiento del matrimonio, pero eso no significa que desconozcamos la realidad de las rupturas matrimoniales, que causan tan graves y serios problemas a quienes les afectan.
Nadie desea las rupturas matrimoniales, pero ellas ocurren. ¿Qué solución les hemos dado? La cuestión apunta directamente a nosotros, los legisladores, pues debemos dar solución a un problema que, por tener causas múltiples, es de connotación y requiere de una solución legal.
¿Qué solución otorgamos a los adultos y menores que sufren en carne propia, con secuelas de por vida, una situación no querida por ellos? ¿Podemos, por concepciones a veces religiosas, no dar una solución legal a las personas afectadas, que muchas veces no comparten nuestras propias creencias y valores? ¿Podemos ignorar, como diputados, una situación que la realidad nos presenta en forma dramática, en donde las tensiones y los no afectos atentan contra la persona?
Podemos rechazar el proyecto sobre divorcio que se ha planteado, pero no podemos ignorar que ello significa amparar el fraude actual de las nulidades, cuyo mecanismo han de utilizar las víctimas de las rupturas matrimoniales. No legislar sobre el divorcio significa aceptar un mecanismo poco ético, basado en la mentira y que, para colmo, soluciona mal un problema y, además, sólo a los que cuentan con recursos económicos para enfrentar un litigio, con lo cual se crea otra odiosa diferencia en la sociedad.
Si rechazamos el proyecto significa que no hacemos caso de las últimas cifras, que indican que en 1996 más del 40 por ciento de los nacidos en Chile son hijos fuera de matrimonio; de ellos, el 75 por ciento son naturales, es decir, reconocidos por padre y madre que tienen relaciones estables. Si existiera divorcio, permitiríamos a hijos de parejas estables vivir en un grupo familiar bajo el amparo de la ley.
Rechazar el proyecto de ley implica no atender el problema social de los bígamos, de los que en nuestro país se descubren entre setecientos a ochocientos cada año.
Esto indica que la gente de menores recursos, al no tener una vía de solución a sus problemas de ruptura matrimonial, opta por tomar el riesgo legal de contraer un nuevo matrimonio.
¿Tenemos derecho a no dar solución a un problema real? No, señor Presidente . Necesitamos legislar para establecer en nuestro sistema legal el divorcio con disolución de vínculo, que permita a las personas afectadas rehacer sus vidas; fijar normas claras en relación con la situación en que quedan los hijos en diversas materias, tales como pensión alimenticia, relaciones paterno-filiales y otras.
Una adecuada ley de divorcio permite enfrentar y dar solución a los matrimonios deteriorados en forma irreversible. Ser partidario de ella no significa, como se ha dicho, fomentar el “matrimonio temporal”.
El sostén fundamental del matrimonio es el amor. De él se genera todo lo positivo de esta institución. Ser partidario de una ley sobre divorcio no significa dudar de que el matrimonio es de por vida.
Si el sostén fundamental del matrimonio es el amor, es natural que esa relación deba ser, como a lo que éste tiende, para siempre; mas, la realidad humana y su complejidad, las actuaciones de los hombres -incluso las no culpables-, impiden a veces que la relación sea para siempre. Ante ello, debemos buscar una solución para el bien de la familia, aceptando el mal menor del divorcio.
Una ley de divorcio no está en contra de la estabilidad del matrimonio, sino que, ante la disolución real del vínculo, da una solución profundamente humana, evitando que una pareja e hijos vivan en una situación torturante por no tener la posibilidad legal de rehacer sus vidas. Una ley de divorcio debe tener como objeto dar una solución a la crisis del matrimonio, evitando, con ello, los perjuicios que dicha situación trae a los cónyuges e hijos.
El divorcio permite enfrentar los problemas que se generan para los matrimonios cuyo vínculo se ha roto. En Chile, el divorcio impedirá las consecuencias nefastas que actualmente la nulidad trae para la familia. No me cabe duda de que el proyecto de ley que estamos discutiendo no será “la gran solución” para las crisis matrimoniales. Es imperativo adoptar -y el Estado ha de preocuparse en conjunto con los privados- todas las medidas para preparar a las parejas en mejor forma, a fin de que enfrenten adecuadamente las dificultades propias del matrimonio.
Este proyecto de ley no es la gran solución, pero da una para los que son afectados por la ruptura conyugal irremediable.
El proyecto es perfectible, y a ello nos podemos dedicar en la discusión de su articulado; pero su aprobación en general permite abrir una puerta de solución ética a las rupturas matrimoniales.
Las causas para otorgar el divorcio son serias y fundamentadas, y más adelante debemos discutirlas en particular en forma tranquila. Podremos mejorar el articulado, pero -insisto-, como legisladores, no podemos negarnos a dar solución legal al problema.
Porque creo que el divorcio es positivo, conveniente y ético para enfrentar las rupturas matrimoniales irreversibles, en conciencia, voy a aprobar en general el proyecto de ley.
He dicho.
"
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