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El señor MARTÍNEZ, don Gutenberg (Presidente).-
Recuerdo nuevamente a los asistentes a las tribunas que no están autorizadas las manifestaciones.
Tiene la palabra la Diputada señora Fanny Pollarolo.
La señora POLLAROLO.-
Señor Presidente , en esta sesión de tanta trascendencia para nuestro país, quiero comenzar haciendo un recuerdo de quienes iniciaron esta tarea.
En primer lugar, deseo mencionar a la Diputada señora Laura Rodríguez , que ya no está con nosotros, que fue pionera en este tema, en un momento en que resultaba muy difícil plantearlo ante la opinión pública del país. Lo mismo puedo decir de la ex Diputada señora Adriana Muñoz , que junto con otros colegas presentó un proyecto que, sin duda, fue la base del que estamos discutiendo.
Como ya lo han manifestado varios colegas, sentimos la sensación de estar viviendo un momento de enorme significado, un momento en que el país nos mira y en que no todos, pero sí la inmensa mayoría -los directamente afectados: las mujeres y los hombres que sufren y que requieren que una ley los ayude y los apoye- esperan que legislemos y que este día no termine sin que la Cámara les ofrezca alguna solución, que apruebe la idea de legislar sobre el divorcio vincular, pues el país no entendería otra cosa.
Hoy recibimos una carta abierta -así se titula- dirigida a todos los diputados. Está firmada por 231 artistas, hombres y mujeres de todos los pensamientos políticos y filosóficos, trabajadores de la cultura y de las comunicaciones.
Ellos nos interpelan y nos dicen que el Estado debe dar una respuesta que respete el derecho de todas las personas a rehacer sus vidas afectivas en plenitud. Nos preguntan: “¿Acaso los señores diputados creen que es un verdadero matrimonio aquél en que ya no existe amor y no se comparten proyectos de vida por varios años? ¿Acaso los diputados creen que los hijos nacidos de uniones permanentes son menos dignos, menos queridos y deben tener menos derechos que los nacidos en un vínculo matrimonial?”
Creo que ellos forman parte del 85 por ciento de chilenos que se ha pronunciado en las encuestas, que son claras y tajantes, más allá de las extrañas interpretaciones y análisis hechos por el Diputado señor Chadwick .
Creo que no estaríamos cumpliendo nuestra función de representantes del pueblo si no los escucháramos. Es respecto del dolor, de la certeza de que toda ruptura conyugal representa una crisis y un duelo; es respecto de estos dolores y de los anhelos de felicidad, tan humanos y sanos, que estamos hablando y tomando decisiones. Es, pues, una tremenda responsabilidad tomar una decisión tan trascendente para la vida y la felicidad de tanta gente. Debemos aprobar la idea de legislar sobre el divorcio vincular, porque la actual situación es demasiado vergonzosa y deja muy desprotegidas a las personas.
Quiero hacer una primera afirmación respecto del contexto en que se da la discusión del proyecto, al cual ayer se refirieron el Presidente de la Corporación y otros colegas. Al hablar de la familia y de regulación y apoyo ante sus crisis, inevitablemente debemos preguntarnos qué estamos haciendo como sociedad para ayudarla a cumplir sus metas y funciones, qué intento real estamos llevando a cabo por ayudar a que, en lo posible, dichas crisis no terminen en ruptura.
Me pareció bastante injusto que algunos diputados de la UDI plantearan acusatoriamente que nada estamos haciendo en la Comisión de Familia por avanzar en apoyo de la familia. A pesar de nuestras limitaciones, algo hemos hecho, y ya la Diputada señora Aylwin lo mencionó. Quiero aprovechar esta reflexión para invitar a los diputados de la UDI -y ojalá a muchos más- a que se sumen a este trabajo, a que se integren a la Comisión de Familia, a que nos hagan propuestas, a que generen iniciativas; pero, sobre todo, a que cuando discutamos la ley de Presupuestos aprueben el financiamiento para que las leyes que van en ayuda de la familia salgan financiadas, de manera que podamos ampliar la cobertura de la educación preescolar de nuestros niños pobres, establecer consejerías de la familia a nivel comunal; en fin, para realizar tantas tareas que sin recursos -que habitualmente los señores de la Derecha nos retacean- no podremos llevar a cabo.
Ahora bien, quiero pedir a todos los colegas que hasta ahora han rechazado la idea de legislar, que reflexionen, que tomen en cuenta todos los argumentos que aquí se han dado y que modifiquen su forma de razonar.
Me voy a referir a dos temas -críticas, dudas, preocupaciones, como se las quiera llamar- que impiden que algunos colegas aprueben este proyecto que, a nuestro juicio, es fundamental para la vida de la gente.
En primer lugar, el motivo más recurrido -al cual el Diputado señor Chadwick se refirió latamente, dando cifras muy sorprendentes y extrañas interpretaciones de los respectivos estudios-, es que una ley de divorcio vincular provocaría daño a la familia, especialmente a los niños. Incluso, ayer se usó una frase grandilocuente: ¿Y quién defiende a los niños de estos padres -segura-mente malévolos-?
En realidad, con esa preocupación tan justa por los niños se está cometiendo un grave error. ¿Qué daña a los niños? Es un problema de lógica y de estudios técnicos de especialistas. Lo que daña a los niños es la mala relación de sus padres, el clima de hostilidad y de tensión; la pareja unida, estable, pero en mala relación.
De manera que, al parecer, el Diputado señor Chadwick no entendió bien los textos que leyó o no entregó todos los datos. Ciertamente, la familia puede ser un elemento tremendamente protector -como en el caso de la droga-, pero no basta que sea una familia estable, es decir, que perdura en el tiempo como tal. Es indispensable que sea sana, que tenga otros valores emocionales, ambientales, de clima, de relación, de vínculos. Más que el tiempo y la estabilidad, que son importantes, lo sano son esos otros atributos.
Y en las separaciones, ¿qué es lo dañino para los niños? No es la separación en sí misma, sino la forma en que ella se vive, si con confrontación o con cooperación. Hay muchos estudios. Los tengo en mi poder y puedo darlos a conocer a los colegas que tengan dudas al respecto.
Por eso, porque estamos convencidos de que ésta es una realidad muy clara y consistente, nuestro proyecto es eminentemente protector. A pesar de que no contamos con los necesarios tribunales de familia -el proyecto aprobado indiscutiblemente será un incentivo para acelerar la iniciativa relativa a dichos tribunales-, avanzamos en procedimientos y cambios para que el manejo de estas crisis sea un proceso más sano. ¿De qué manera? Ya se explicó aquí cuando se dio cuenta de este proyecto, y quiero detenerme en ello, especialmente porque es un aspecto fundamental. Lo que buscamos en este proyecto es que el tema de la mediación se establezca con extraordinaria fuerza, de manera que sea el eje.
Sobre dicho tema hay muchos trabajos. En 1978, en el ambiente de psicólogos y terapeutas familiares, surgió lo que podríamos llamar “nuevos rumbos en los procesos de separación y divorcio con el procedimiento de la mediación”, que es una vía radicalmente distinta al litigio. Con ella se busca lograr acuerdos aceptables, en un procedimiento cooperativo que tiene en cuenta las necesidades de los afectados: los adultos y los niños. Este trabajo, que es reciente y que aún no se ha entregado en forma completa, se llama “La Separación Matrimonial; litigar o consensuar”.
El problema es que hay dos maneras de separarse. Una, la separación llamada crisis vital, siempre dolorosa, permite el adecuado cuidado de los hijos, porque hay un reconocimiento de las propias responsabilidades y conflictos, porque las tensiones y la lucha se dan en la primera etapa, y eso se supera.
Pero hay otra -seguramente a ésa son las referencias, datos y estudios a que hizo mención el Diputado señor Chadwick -: el proceso llamado destructivo, donde se mantiene la lucha y el litigio; donde es difícil cuidar bien a los hijos; donde se involucra a los niños y a los familiares, en fin, donde se cosifica el conflicto en instancias judiciales.
Por eso nuestro proyecto busca dar lo que no otorga el divorcio a la chilena, el fraude de las nulidades, ese divorcio extraordinariamente rápido y de mutuo consentimiento, sin ningún sistema de mediación.
Se ha criticado la competencia de los jueces. Sé que hay colegas que tienen dudas al respecto. Podremos perfeccionar y discutir el punto, pero lo fundamental es que aquí hay una normativa pensada y concebida como instrumento de apoyo, de ayuda y de protección. Eso es indiscutible, porque desde el punto de vista científico, existen fundamentos más que suficientes.
Quiero referirme a esa teoría de la profecía autocumplida, del espiral, del divorcio que llama al divorcio, en fin, de poner el pie en el acelerador. Al respecto, sólo quiero agregar lo siguiente: Me preguntaba, mientras escuchaba este tipo de argumentos, tan reiterados ayer y hoy, si en países tan cercanos a nosotros, como en Uruguay, por ejemplo, que tiene divorcio vincular desde la década de los ‘20, deberían existir situaciones distintas a las nuestras o darse estas imágenes cataclísmicas de destrucción de la sociedad entera, que se han mencionado, de erosión de la vida, etcétera. La verdad es que estas imágenes tremendistas no tienen nada que ver con la realidad y la situación allá no es muy distinta a la que vivimos en nuestro país.
También se ha mencionado al proyecto como de facilista. No tiene nada de facilista, porque la verdad es que dificulta la nulidad.
Sobre esto quiero hacer una pequeña digresión. Estoy de acuerdo con las exigencias que se ponen, pero no me gustan las palabras “resguardo” y “exigencia” ni la forma en que esta materia se plantea. Aquí no se trata de fiscales frente a seres humanos, convertidos en niños malvados a los que hay que controlar, porque la libertad no la podrían utilizar. No me parece que haya aquí ni un tono acusador ni desconfiado. No estoy por eso. Se trata de colocar a la pareja en las mejores condiciones para que se dé el tiempo de elaborar este proceso, que siempre lo requiere; para que ella no tome decisiones precipitadas, porque necesita elaborar, hacerse cargo, vivir los complejos procesos emocionales. Pero es para ella ese tiempo, no para un fiscal ni para un acusador.
Respecto de la señal, esto de la ley como pedagogía, al igual que mi colega Juan Pablo Letelier y otros que han sido muy personales en sus reflexiones, también quiero hacer una referencia bastante personal.
No es por el artículo 102 del Código Civil, por la definición del matrimonio como indisoluble ni porque no haya divorcio vincular, que llevo 42 años de matrimonio. No ha sido esa señal ni esa pedagogía, sino el haber tenido la posibilidad de vivir los objetivos de afecto y de comunicación que esperamos en la pareja. Entonces, no entiendo esto de la señal y de la pedagogía, ya que me parece realmente un formalismo y una separación de la vida, de las personas y de la realidad, que me resulta muy difícil de entender.
Se ha hablado de que en el ideal de familia está el ideal de estabilidad. Quiero expresar dos cosas: primero, indiscutiblemente el valor de la familia se mantiene en nuestra sociedad. Me atrevo a decir que es un valor cada vez mayor por las exigencias de la vida, características, carencias, vacíos, hostilidades, inseguridades e incertidumbres del tiempo que vivimos. Cada vez es más importante. La estabilidad es un valor, y cuando decimos sí en un templo o en el Registro Civil , sin duda lo hacemos queriendo, sintiendo y pensando que es para siempre. Sin embargo, no es la estabilidad a cualquier precio; allí está la diferencia, pues no basta sólo con ella.
Uno de los cambios más importantes de la familia -humanizador y civilizador- es el valor de su rol expresivo, y ser espacio de satisfacción afectiva, vínculo confiable y acogedor de comunicación y compañía, y ser apoyo, seguridad, y no factor de tensión ni de hostilidad. Éste es hoy el ideal de la familia, y a eso se aspira. Por eso, la sola estabilidad no basta, pues no protege a los hijos cuando el clima interno no cumple estos requerimientos y necesidades. El ideal actual exige verdad, autenticidad, no formalismo ni mentira -como decía muy bien el Diputado señor Andrés Aylwin -. Cada vez necesitamos ser más auténticos, porque lo requerimos emocionalmente, no por ser mejores. Es una necesidad psicológica; lo que no es verdad no vale, nos hace daño, nos pone inseguro y nos confunde, y le hace muy mal a los niños.
Entonces, este ideal de familia es hoy más necesario que nunca, y la gente –muje-res y hombres- lo busca después de una crisis dolorosa. Es bueno y justo que lo busquen; debemos facilitarles que lo hagan.
Por eso, la postura principista me resulta tan dura, tan separada de la vida y distante de las necesidades de los seres humanos, de los seres concretos, de carne y hueso, de todos los días, esos que conocemos a lo mejor cada uno de nosotros en nuestras propias familias. Aspirar a ser feliz -¡por favor, colegas!- no es necesariamente hedonismo ni egoísmo, sino, muy por el contrario. No es antagónico de responsabilidad ni de compromiso con el otro sino que es necesario. Para dar afecto también necesito recibirlo, pedirlo y decirme que lo requiero. Entonces, hablar del derecho mezquino a la autosatisfacción y decir que la autorrealización va a mediatizar a los hijos es pretender que los hijos se beneficien con el sacrificio y la renuncia.
Lo dijo esta mañana, con palabras elocuentes, el Diputado señor González , cuando hablaba de una mujer. Él expresó cosas muy profundas de una experiencia de vida tremenda. Recordaba que él, cuando era médico joven, equivocadamente recomendaba a personas con patologías psicosomáticas, con neurosis, tensión, problemas y conflictos -que en ese momento no se sabían reconocer enfermos- que por ningún motivo quebraran sus uniones matrimoniales, sino que debían sacrificarse, sufrir y cargar con su cruz. Ése era el mensaje. Años después nos dice aquí, con tremenda sinceridad, que una paciente le plantea: “Doctor, gracias a sus consejos sigo unida a un hombre con el que nos detestamos mutuamente; vivimos frustrados y amargados, y con una hija madre soltera a los 16 años y un hijo que se fue de la casa a los 17”. Le digo al colega Chadwick que aquí hubo estabilidad, pero ¿existió sanidad? ¡Ninguna! Para nadie: ni para los cónyuges ni para los hijos.
Entonces, si hoy no aprobamos este proyecto, ¿qué se le ofrece a esa gente? ¿Se le ofrece -como indicaba el obispo de San Bernardo- resignación? ¿Se le ofrece cargar la cruz y sufrimientos? ¡Para qué! ¿A quién le hace bien y da felicidad? Eso no me parece humano, compasivo, realista ni cristiano -como muy bien dice mi colega Vicente Sota -, ni nos corresponde como legisladores.
Este proyecto debe ser aprobado, porque responde a la necesidad de apoyar a la familia y da la oportunidad de rehacer la vida para ser sanos y felices. Propone la salida más constructiva para todos quienes viven una ruptura irreversible y no quieren quedar condenados a la aridez de una soledad afectiva.
Aprobemos el proyecto. El país y nuestra gente lo necesitan.
He dicho.
-Aplausos.
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