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El señor ARANCIBIA (Vicepresidente).-
Tiene la palabra el Diputado señor Claudio Alvarado.
El señor ALVARADO .-
Señor Presidente , en un proyecto de tanta trascendencia y que, por lo mismo, genera una gran expectación pública, deseo iniciar mi intervención señalando en forma clara y categórica que soy contrario a la existencia del divorcio vincular. Asimismo, precisar que en esta definición personal no hay dogmas religiosos, ni mucho menos incomprensión, de la situación de las personas que, lamentablemente, han visto terminar la convivencia en sus matrimonios. Por el contrario, mi posición obedece a la convicción de que ésta es consecuente y positiva para nuestra sociedad en su conjunto.
¿Por qué digo que ser contrario al divorcio es un asunto de consecuencia? Muy simple: no conozco a nadie que se oponga al fortalecimiento de la familia o señale como objetivo su deterioro. Entonces, la pregunta es obvia, ¿el divorcio fortalece a la familia? Me parece que la respuesta también es evidente. ¡No! A mi juicio, el divorcio debilita la institución del matrimonio y, por ende, también a la familia, por razones muy claras. En el momento en que el matrimonio pasa a ser una unión cuya mantención depende de la sola voluntad de los cónyuges, de uno o de ambos, su naturaleza cambia a la de un simple contrato civil, de características precarias, cuya duración es incierta y, por lo mismo, su grado de compromiso y entrega pasa a ser menor que frente al matrimonio indisoluble.
Con un proyecto de esta naturaleza, creo que caminamos hacia la mera convivencia regulada y, en lo personal, éste es un factor muy importante que los divorcistas suelen olvidar. El matrimonio no es sinónimo de convivencia ni se reduce sólo a un problema afectivo. Por el contrario, con él surge un vínculo entre los cónyuges, un lazo que los une y que perdura aunque se termine con la convivencia. A mi juicio, el matrimonio no existe para el solo interés de las personas que se casan, sino también para el de los hijos y, por lo mismo, de toda la sociedad. Con el matrimonio se asumen responsabilidades que van mucho más allá de la pareja.
Sé muy bien que esto no es fácil de plantear. Mucho más agradable resulta decir que no hay obligaciones que cumplir, que todos somos libres de hacer con nuestra vida lo que queramos. Pero eso no es así. Nuestra sociedad sería mucho más egoísta aún si aceptáramos ese razonamiento y liberáramos a las personas de los deberes familiares que contrajeron libremente.
Como señalé, si el divorcio no fortalece el matrimonio ni la familia, ¿es neutro o la debilita? Desde luego, la debilita; es el camino a la ruptura aceptada y reconocida legal y socialmente. Casarse y divorciarse pasan, entonces, a ser dos opciones equivalentes, implica decir a las personas que frente a los problemas tienen un camino fácil: el divorcio.
Como legisladores, debemos ver no sólo la situación presente, sino también los efectos futuros. En tal sentido, considero indesmentible el hecho de que los hijos de padres divorciados se divorcian más que los de padres no divorciados. Se produce una espiral que ya conocemos en otros países, y que los ha hecho reflexionar y tratar de fortalecer la familia.
Sin duda, una concepción individualista comienza por aceptar el divorcio; sigue por aminorar el valor de los hijos y termina por aceptar el aborto. Todo ello, como consecuencia lógica del principio de que somos dueños de disponer absolutamente de nuestras relaciones de familia.
Son las sociedades europeas avanzadas, que ya han legislado al respecto, las que envejecen; ahí es donde aumentan las tasas de drogadicción y de suicidios, donde este camino fácil termina, a la larga, siendo el más duro y destructivo.
También quiero reforzar algunos planteamientos hechos ayer y hoy en la tarde: el divorcio contribuye a aumentar los niveles de pobreza. Los hijos de padres separados tienen menos posibilidades materiales de acceder a la educación y a la salud. Ello, por una razón muy evidente: si ya es difícil responder a los requerimientos económicos de una familia, más lo es responder frente a dos o más, como sucede con padres divorciados que constituyen nuevas relaciones de pareja, en este caso, nuevos matrimonios.
Otra situación que parece no haberse considerado adecuadamente son los efectos del divorcio en la mujer. De nuevo, nos encontramos con posiciones propugnadas, por lo general, por mujeres de pensamiento liberal, de familias acomodadas, con estudios universitarios que, legítimamente, sin duda, reivindican libertades de este tipo.
Sin embargo, pregunto por la realidad de las mujeres sacrificadas de las poblaciones que alimentan con dificultad a tres o cuatro hijos. ¿Qué pasará cuando el marido pueda divorciarse por su sola voluntad y desligarse de sus responsabilidades para con ellos? Me dirán que eso sucede hoy. Es posible que así sea, pero hoy, al menos, el Estado envía la señal correcta, marca claramente cuál es el camino y quien no lo sigue y abandona a su familia sabe que está violando las normas de la sociedad en que vive.
Por otra parte, tampoco veo en esta posición un problema religioso, como generalmente suele hacerse creer. Recordemos que desde el punto de vista religioso, el matrimonio, además de una institución social es un sacramento. Como tal, es irrevocable para los católicos, y hasta ahí llega el aspecto religioso.
Ahora, que el matrimonio civil sea también indisoluble, obedece a razones sociales y de bien común, y muchas personas, aunque no sean católicas, también las comparten.
En estas situaciones especiales y trascendentes que se presentan en la vida de las personas dedicadas al servicio público, debemos actuar de acuerdo con nuestros principios y de que estamos haciendo lo correcto para el país.
Sin embargo, más importante aún es actuar en función de lo que nos dicta nuestra propia conciencia, sobre la base de lo que creemos bueno, no para uno mismo, sino para el futuro de las nuevas generaciones.
Por eso, creo en la familia. Si nuestros hijos no aprenden el sentido de responsabilidad de parte de sus padres, estos últimos no creen en su voluntad y fortaleza para darles el hogar que les prometieron cuando los trajeron a este mundo, probablemente no lo aprenderán nunca, y tampoco nadie podrá exigirles que lo tengan.
La familia es la fuerza moral de nuestra sociedad y estoy por que se fortalezca. Si renunciara a levantar mi voz para este fin, no tendría sentido ocupar el sillón que hoy ocupo.
Por eso he intervenido para defender la institución familiar. Lo hago con el mayor agrado, aunque sin duda el cumplimiento de nuestros deberes no siempre es fácil ni lleva comprensión, pero creo que en política, así como en la familia, enfrentar las dificultades e intentar hacer lo correcto y salir adelante es el único camino que conduce a la felicidad con base sólida.
He dicho.
-Aplausos.
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