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El señor ARANCIBIA (Vicepresidente).-
En beneficio del conocimiento ascendente de la humanidad, recuerdo al señor diputado que, según últimos descubrimientos, la tierra no es exactamente esférica, sino que tiene una forma bastante irregular y cambiante.
Tiene la palabra el Diputado señor Escalona.
El señor ESCALONA.-
Señor Presidente , considero que es nuestra responsabilidad intervenir en este debate, tomando en cuenta que suscita la atención del país y porque debemos responder a nuestros electores y a la sociedad al dar a conocer nuestra posición.
En tal sentido, aunque sea un debate largo y repetitivo, creo que la discusión es muy útil para que nuestra sociedad, y en el futuro quienes analicen lo que fue este período legislativo, sepan lo que se debatió en esta Sala y lo que cada uno de nosotros opinó.
Considero que legislar sobre esta materia no significa estar contra la familia. Es el engaño y la falacia más grande que se han reiterado en forma abusiva en la Sala, en el curso de estas horas.
Según datos que figuran en el informe de la Comisión, entregados por autoridades responsables, que emanan del censo de 1992, hasta ese año, el vínculo matrimonial de cerca de 900 mil chilenos estaba en crisis. Si consideramos que estos datos son de 1992, podríamos pensar perfectamente que esta situación afecta, a la fecha, a un millón de chilenos o, probablemente, a una cifra superior. Como lo señala el informe, interrogadas por el funcionario que toma el censo, muchas personas señalan que son casadas, en circunstancias de que no es exactamente ésa su situación, puesto que son convivientes. De manera que estamos hablando de una situación que afecta a un sector considerable de nuestra sociedad.
Entonces, ¿qué pasa con esas personas? ¿Dónde quedan esos seres humanos? Todos estos alegatos -algunos con raíces confesionales o integristas; otros con rasgos de fundamentalismo religioso que están presentes en el debate- omiten referirse a las personas que mantienen una situación sin resolver y que, probablemente, son más de un millón de chilenos, buena cantidad de los cuales son mujeres jefas de hogar abandonadas por su cónyuge, o personas que no dispusieron de las condiciones necesarias para prolongar su matrimonio y que debieron, en consecuencia, cesar el vínculo común con una persona, después de varios años de vida en común.
¿Qué pasa con la libertad de esas personas? Eso es lo que más me llama la atención del alegato de los diputados de la Unión Demócrata Independiente. Seamos francos; ¡somos o no somos liberales! Sólo somos liberales en el campo económico; es decir, la gente sólo puede tener libertad para comprar o vender. La libertad sólo vale para que el trabajador o trabajadora tenga un empleo precario y un mal salario. ¿Y su otra libertad? En otras palabras, somos libremercadistas en todo, menos en esto, punto en el cual somos estatistas. El Estado le impondrá a ese millón de chilenos una situación determinada, le impedirá que constituya otro matrimonio y, en consecuencia, otra familia. ¿En qué quedamos? Seamos coherentes; tengamos un pensamiento sistemático. Cuando alegamos contra el Estado, recurrimos a las ciencias económicas y sociales; pero cuando estamos a favor del Estado, recurrimos a Dios. ¡Qué contradicción!
Aquí queda al desnudo la profunda inconsistencia ideológica y cultural de este sector político del Parlamento nacional. No se puede ser estatista para negar a las personas su libertad de opción en el campo de la familia y del matrimonio, y libremercadista en todo lo que se refiere a los otros aspectos de la vida de las personas. Ésa es una primera consideración, que no se ha planteado en el debate.
La segunda ya fue expresada en la discusión de ayer por el Diputado señor Joaquín Palma , que aludía al alma de Chile. ¿De qué alma de Chile estamos hablando? Hace pocos días, la Concertación de Partidos por la Democracia efectuó un homenaje al cardenal Raúl Silva Henríquez , persona que podemos considerar como la precursora del concepto alma de Chile. En esa ocasión, el cardenal aludió a la tradición libertaria, humanista y democrática del pueblo chileno. El concepto alma de Chile cobró mayor vigor cuando la tradición humanista y libertaria fue interrumpida, cuando las libertades fueron negadas, cuando el Parlamento no funcionaba y cuando los derechos humanos eran atropellados. Entonces el cardenal Raúl Silva Henríquez abogó por el alma de Chile; en cambio ahora se invoca para negar las libertades a los individuos y su posibilidad de optar por contraer un nuevo matrimonio y formar una familia.
No juguemos con los conceptos. El alma de Chile es lo que ahora estamos reconstituyendo: la tradición centenaria del país, el rescate y reconocimiento de valores fundamentales y las libertades del ser humano. Eso es el alma de Chile, y no vaticinar un negro panorama sobre el futuro del país que francamente no corresponde y está fuera de lugar.
En última instancia, lo que fluye de esta discusión es que estamos frente a un anacronismo. El país no se ha ajustado al rumbo de los cambios que imperan en todas las sociedades del mundo actual; el país presume de moderno en algunos campos, pero está profundamente atrasado en otros.
Aquí se adopta la actitud paternalista de cuidar el matrimonio futuro; se dice que esto tendrá consecuencias a posteriori; se pide que no se destruyan más matrimonios. ¡Por favor, no juguemos con las palabras! ¡Dejemos que los ciudadanos, por sí mismos, sean capaces de consolidar la convivencia futura del país! Al parecer, se piensa que los ciudadanos de este país deben ser tratados como niños, y que el acto de legislar consiste en imponerles cierto tipo de sociedad y determinada opción. Muy por el contrario, nosotros pensamos que nuestra sociedad ha madurado y que a pesar de la interrupción de la vida democrática, el país ha sido capaz de evolucionar, de caminar, y se ha ido colocando, crecientemente, pantalones largos. Confiamos en los ciudadanos; confiamos en que no habrá más destrucción de matrimonios -que ocurre en toda sociedad normal-, y en que la familia se fortalecerá cuando terminemos con la cosmética actual; cuando no queden mujeres indefensas y niños sin protección como consecuencia de las nulidades. Cuando todo esto se supere con una legislación apropiada y moderna, no nos cabe ninguna duda de que se fortalecerá la familia.
Afortunadamente, no nos guiamos por los fantasmas apocalípticos que, en última instancia, siempre tienen la tentación de cercenar o restringir legítimos derechos ciudadanos y la libertad de las personas.
He dicho.
-Aplausos.
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