-
http://datos.bcn.cl/recurso/cl/documento/662272/seccion/akn662272-ds4-ds5-ds64
- bcnres:tieneTipoParticipacion = bcnres:Intervencion
- bcnres:tieneEmisor = http://datos.bcn.cl/recurso/persona/1175
- rdf:type = bcnres:SeccionRecurso
- rdf:type = bcnres:Participacion
- bcnres:tieneCalidad = http://datos.bcn.cl/recurso/cl/cargo/1
- rdf:value = "
El señor OJEDA.-
Señor Presidente, como ha quedado establecido durante el debate, parto de la base de que todos valoramos y deseamos el matrimonio para toda la vida. El problema es que no siempre logramos que ello sea posible. Cuando se produce la ruptura y ya es imposible la vida en común, se crea el problema.
Es verdad que quienes estamos aquí no tan sólo representamos a quienes nos eligieron, sino también a los ciudadanos que no nos privilegiaron con su preferencia. Es cierto también que nuestras decisiones deben responder a las inquietudes y reales necesidades de la gente. No sé si siempre debemos legislar y marcar nuestras votaciones por lo que nosotros, personal e íntimamente, estimamos conveniente, salvo que se trate de un proyecto que debamos enfrentar como partido, caso en el cual lo hacemos cumpliendo órdenes. Pero en muchas oportunidades e instancias decisivas hemos tenido que adoptar criterios tan personales y tan íntimos que nos ha provocado y desencadenado una verdadera lucha interna entre una y otra opción.
Recuerdo el tema de la vida y de la muerte, cuando legislamos sobre el trasplante de órganos humanos. El presente caso es de características particulares y amerita reflexión y una decisión responsable muy acertada, pues hay discusiones, disparidades profundas y desencuentros partidarios de una u otra posición.
¿De qué manera podemos legislar ante un tema tan complejo, sensible y de profundas huellas, donde está el dolor, la frustración, la esperanza, la humillación, a veces, el amor y el desamor, y tantas otras cosas que son tan consustanciales y personales del individuo, respecto del cual quienes nos dieron la representación parlamentaria no nos han mandatado para este efecto tan específico?
Puede que al votar por una decisión origine el desagrado o enojo de la otra parte, de aquellos que por mí manifestaron una opción. Por una y otra posición se provocan irritaciones. Lo ideal habría sido un plebiscito que resolviera la situación por tratarse de un tema tan trascendente y muy especial y para el cual no hay bancadas ni partidos. Habría sido más cómodo, quizás, más claro y más lógico que otro referente u otro cuerpo político con representación ciudadana hubiera decidido por nosotros.
Pero ya tenemos esta responsabilidad, esta visión suprema que nos entrega el Estado y la sociedad. Creo tener la representación necesaria, y la asumo con orgullo, para que, en virtud de una responsable discrecionalidad legislativa, pueda pronunciarme a fin de zanjar las dificultades que se entronizan en la familia y en la sociedad.
El tema requiere, entonces, más que doctrina, principios, datos históricos, encuestas e ideas de cada uno de nosotros, una solución realista, la captación del drama humano basado en la vida cotidiana, en las necesidades de la gente, sus problemas e inquietudes.
¿Les interesa a esos miles de chilenos seguir viviendo bajo modelos arcaicos, principios desfasados o doctrinas que no logran aplicarse con realismo y eficacia, cuando a ellos sólo les importa el pan y no las estrellas?
¿Qué esperan esos miles de chilenos y chilenas separados y unidos de hecho, que necesitan una fórmula legal para resolver su situación? ¿Quién debe dársela? ¿De quiénes esperan la solución a sus situaciones de hecho, que ya son intolerables por la circunstancia de vivir casi al margen de la ley y fuera de los cánones de una sociedad o de un Estado que no los escucha y no los comprende?
¿Seguiremos posibilitando que esos chilenos que viven y cohabitan en pleno y descarnado concubinato prosigan en su adulterio, pese a que las leyes penales de nuestro país lo castiga severamente como delito?
¿En qué quedamos? ¿Seremos tan obcecados y ciegos al ignorar que debemos emplear métodos y procedimientos para corregir estas situaciones anómalas? Porque es anómalo e irregular lo que hoy ocurre, pero nos empecinamos en mantener estas situaciones.
¿Por qué nos asustan el divorcio, cuando en Chile ya existe, y las separaciones, si en nuestro país hay miles? Según datos obtenidos en 1992, 534.400 personas conviven; 324.926 están separadas de hecho. ¿Cuántas más habrá que escapan a los datos estadísticos?
El número de personas afectadas por una situación familiar no relacionada con el matrimonio o derivado de una crisis del vínculo matrimonial, es de 893.026; es decir, cerca del millón.
Quiero legislar sobre esta materia para los demás y no para mí, que podría tener algunas objeciones íntimas al respecto. Deseo hacerlo por lo demás, porque lo exige la gente, para solucionar sus problemas, sin renunciar ni olvidar doctrinas ni principios que formaron y plasmaron mi personalidad y forma de ver las cosas en la vida. Pero créame, señor Presidente -ése es el valor de mi convicción y la fuerza de las ideas que hoy expreso-, pienso que con ello estoy contribuyendo a establecer nuevas pautas en Chile, nuevas formas de realización social, tan positivas como las que hemos tenido en el curso de la evolución del hombre en la sociedad; también estoy creando una moderna manera de enfocar estas cosas, nuevas formas de felicidad y bienestar común, enfoques nuevos extraídos de las verdaderas y angustiantes necesidades de la gente, de la amarga experiencia de muchos hogares -que no siempre interpretamos ni comprendemos, porque muchas veces nos apartamos de ellos y legislamos como sólo nosotros queremos: egoístamente- para que puedan rehacer sus vidas y consolidar sus nuevas familias los que están separados de hecho.
Cuando aceptamos el divorcio no estamos separando matrimonios, pues éstos ya lo están. El divorcio es sólo la consecuencia de un hecho, de una separación, de una desintegración, de un distanciamiento de dos personas, del enfriamiento de una relación, de un cambio de sentimiento, del amor por el desamor. El divorcio no es, entonces, la causa de la separación, sino una acción para solucionar los efectos dañinos que ella produce. Nosotros no estamos separando ni somos actores de ese acto. No quiero considerarme culpable de algo en que no intervine, pero sí soy partícipe de una nueva relación, que ya preexiste, y quiero contribuir a consolidar.
Una ley de divorcio es más efectiva y beneficiosa que ese divorcio a la chilena que tenemos, ficción jurídica hipócrita, encubierta y sancionada por los tribunales que se sostiene mediante fraude a la ley. Es una forma de divorcio que requiere el mutuo consentimiento para deshacer el matrimonio, pero tan poco estructural que sólo posibilita la mera separación, no se preocupa de la tuición y cuidado de los hijos ni prevé la situación de la mujer.
La nulidad es una figura jurídica que utilizan quienes gozan de recursos económicas, pero a la que no pueden recurrir los sectores de bajos recursos. Es decir, aparte de ser una figura hipócrita, irresponsable, superficial, que no prevé consecuencias, es privilegiada porque es un divorcio para unos pocos. Las estadísticas mencionadas en el informe señalan que llegan a treinta mil. Entonces, mientras se proclama la indisolubilidad del matrimonio, se practica el divorcio a la chilena.
Una ley de divorcio es más seria, reglada, y adopta las medidas para evitar las consecuencias derivadas de los efectos disolutorios del vínculo: el cuidado de los hijos, la filiación, la ayuda a la madre, etcétera.
A través de la historia política, nuestro país ha presenciado debates largos e intensos. Hay piezas oratorias que rayan en la elocuencia, con argumentos riquísimos de una u otra posición. Es la eterna discusión entre las grandes opciones del hombre.
Un hombre y una mujer unidos en matrimonio representan una gota de agua, pero, además, son personas, individuos. El hombre y la mujer se dividen, se separan, se unen por sus tendencias individuales, naturaleza, pasiones, sentimientos. Ellos son individualidades y, por eso, también estas circunstancias ocurren en el matrimonio.
Hoy, en la Cámara de Diputados está culminando un proceso. Quienes se pronuncian en favor del divorcio no están atentando contra la familia ni el matrimonio. No somos la fuerza del mal. El matrimonio ya está deshecho; se ha hecho trizas. El divorcio es un instrumento que acude en ayuda de esos cónyuges, de ese hombre y de esa mujer, para volver a la vida.
¡Cómo puede decirse que se destruirán los matrimonios y se estimularán las separaciones! Justamente, porque si hoy existe tal cantidad de matrimonios deshechos, se hace necesario la dictación de una ley de divorcio, que ya no puede esperar más.
He dicho.
"
- bcnres:esParteDe = http://datos.bcn.cl/recurso/cl/documento/662272
- bcnres:esParteDe = http://datos.bcn.cl/recurso/cl/documento/662272/seccion/akn662272-ds4-ds5