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- rdf:value = " El señor ARANCIBIA (Vicepresidente).-
Hago presente a las personas que ocupan las tribunas que está prohibido hacer manifestaciones.
Tiene la palabra el Diputado señor Víctor Barrueto.
El señor BARRUETO.-
Señor Presidente, en primer lugar, deseo referirme al significado y valor de este debate.
Habría querido que esta discusión se desarrollara mucho antes. De hecho, la propuse durante el Gobierno del Presidente Aylwin, pero en ese momento se argumentaron razones de Estado para no abordarla. Sin embargo, la maduración de la democracia nos permite -por suerte-, con más tranquilidad, discutir, discrepar, disentir y entender que la diversidad no es sinónimo de caos. Éste ha sido un debate refrescante para el Parlamento y estoy seguro de que la opinión pública ha estado muy atenta a él.
Es bueno que la opinión pública, que normalmente nos ve discutir temas que le son muy ajenos o muy distantes, sepa que estamos discutiendo un asunto de gran trascendencia para su vida cotidiana.
Me pregunto: ¿qué pasaría si la Cámara de Diputados ni siquiera aprobara la idea de legislar sobre el tema, en circunstancias de que el 80 por ciento de los chilenos, según las últimas encuestas, se muestra partidario de una ley de divorcio?
El sistema político debe escuchar a la gente, y para la Cámara de Diputados es una gran oportunidad discutir, más allá de las distintas posiciones, problemas de esta trascendencia e importancia. Si eso no sucede y nos enredamos en el proceso legislativo, cada vez surgirá con más fuerza el plebiscito como sistema de decisión en temas tan importantes como éste. Sin embargo, estoy optimista y espero que el proceso legislativo llegue a buen término.
Estamos hablando -éste es el ángulo desde el cual quiero discutir el tema del divorcio- de derechos humanos. Los seres humanos, por suerte, no somos perfectos, cometemos errores, nos equivocamos, fracasamos y aprendemos del fracaso. Estamos hablando, ni más ni menos, que del derecho humano a equivocarse, y equivocarse es empezar de nuevo. Es más, a la Declaración Universal de Derechos Humanos le agregaría un nuevo artículo: el derecho humano de equivocarse, de arrepentirse y de empezar de nuevo.
¿Por qué nosotros vamos a prohibir la libertad de las personas para rehacer su vida cuando han tenido un fracaso importante? Tenemos la obligación de fortalecer la autonomía de las personas, de los adultos, para conducir su vida por sí mismos. La ley y el Estado deben crear condiciones para que puedan tomar esa decisión y no limitarlos, no dejarlos prisioneros de leyes que no responden a necesidades muy vitales. Estamos hablando de una cuestión vital, tremendamente humana. A veces perdemos de vista en estas discusiones leguleyas, dogmáticas o abstractas, que hablamos de seres humanos. No puede ser una discusión fría, como bien señaló la Diputada señora Pollarolo en su intervención.
Ayer escuchamos aquí una verdadera campaña del terror: “apocalipsis now”, si aprobamos el divorcio.
El Diputado señor Víctor Pérez dijo que no nos importaba nada que se terminara el matrimonio. Con esa frescura, así simplemente. El Diputado señor Carlos Dupré manifestó que si hay divorcio la gente se empezará a separar. No podemos discutir una cuestión de tal profundidad y significación de esta manera.
Me pregunto si los que opinan de esa forma alguna vez se han adentrado en el corazón de las personas que han tomado la decisión de separarse, con todo el dolor e implicancias que ello tiene. Sería bueno ponerse en esa situación para discutir temas de esta trascendencia.
¿Tiene derecho un poder del Estado, como el nuestro, a condenar de por vida a las parejas que conviven con todas las características de familia, porque no han podido contraer matrimonio por la existencia de uno anterior y no tener, en consecuencia, respaldo legal? Si una niña de 21 años se casa porque quedó embarazada, por presiones sociales o mil razones, y al año siguiente se da cuenta de que su matrimonio es un fracaso y debe separarse, ¿podemos imponerle la obligación de aceptar por el resto de su vida la imposibilidad de rehacerla? Eso es una crueldad. Algunos pensarán que llevar cruces así es muy bueno; yo estimo que no. Me interesa la calidad de vida de la gente.
Ahora bien, ¿cuáles son las razones por las que en Chile no hemos legislado sobre el divorcio, a pesar de tener una Ley de Matrimonio Civil del siglo pasado y ser el único país del mundo que no tiene ley de divorcio formal? Digo formal porque, de hecho, existe una fraudulenta, que ha operado por largo tiempo. Yo diría que, como país, nos hemos sacado el premio mayor a la hipocresía.
Pero quiero responder la pregunta de por qué no tenemos ley de divorcio, y voy a hablar francamente. Con todo el respeto que merece, la Iglesia Católica y algunos de sus dogmas han jugado un papel fundamental.
La Iglesia ha tenido una oposición tremendamente drástica y peligrosa en este tema, y nos puede retrotraer absurdamente al pasado. La separación entre Iglesia y Estado data desde hace mucho tiempo, pero nos puede llevar a una lucha clericalista y anticlericalista, como sucedió con el matrimonio civil y con el carácter de los cementerios.
No veo que la Iglesia Católica haya tenido la misma firmeza demostrada para oponerse al divorcio, que para hacerlo respecto del divorcio fraudulento de las nulidades. ¿No será que reconoce tácitamente que hay un problema social que necesita solución, y por eso no se ha opuesto tajantemente a ese divorcio real que existe en el país?
Nuestra sociedad es pluralista. La Iglesia tiene el legítimo derecho de orientar a los católicos para enfrentar este problema, pero no puede obligar a los que no son católicos y al resto del país a comportarse según su criterio.
Aquí ha operado mucho el famoso dogma del carácter indisoluble del matrimonio, tema que condiciona mentalmente esta discusión. Me parece una locura escuchar argumentaciones abstractas, ajenas al ser humano, basadas en este dogma, en que no parece importar la realidad. Sin embargo, ni la misma Iglesia tiene una sola interpretación en esta materia.
Quiero leer, porque me parecen muy contundentes, algunos párrafos de un artículo sobre ley natural y divorcio del obispo señor Hourton . Dice: “La doctrina católica es capaz de corregirse a sí misma cuando descubre que algunas de sus formulaciones históricas resultan menos aplicables, o simplemente desfasadas, respecto de un tiempo o de una sociedad determinada. “Ciertamen-te que las bulas pontificias que en la Edad Media condenaron el préstamo a interés ya no son aplicables hoy en día en el mundo moderno y en la economía de mercado. Pero no carecerían totalmente de verdad en cuanto se referían a la usura...”.
Después se pregunta: “¿Cuál es el sentido y el alcance de la expresión común “el matrimonio es indisoluble en virtud de la Ley Natural”. La mencionamos aquí con mayúscula, justamente porque la consideramos con gran respeto, pero no quisiéramos que se le diera un significado vago y abstracto que la convierta en ídolo -como lo hemos presenciado hoy día- ante el cual se sacrifican muchos derechos y aspiraciones concretas de hombres y mujeres.
Luego, añade: “Sucede a veces que la ley natural se comprende como una norma rígida, absoluta, intangible, superior y anterior a la racionalidad humana, una especie de dictadura despótica que deriva de una pretendida esencia inmutable de los seres.”
Finalmente, agrega dos ejemplos tremendamente aclaratorios. Dice: “Para Santo Tomás, la Ley Natural no tiene una majestad totalmente objetiva y universal, pues sus mismos principios derivados racionalmente de la suprema Ley Eterna pueden dejar de ser materialmente aplicables para salvar la racionalidad. La Ley Natural prohíbe matar, pero deja de prohibirlo en defensa propia y pasa a ser de ley natural el derecho a la autodefensa.”
Pone otro ejemplo: “Cuando un eclesiástico ordenado ha fracasado en su vocación, no obstante haber hecho promesas o votos que la ley natural y divina exigen ser cumplidas, puede, sin embargo, obtener dispensa y reducirse al estado laical. Difícilmente se comprende que no pierde su carácter sacerdotal, quedando exento de todos sus compromisos definitivamente. ¿No separa allí el hombre lo que Dios había unido?”
Desde una lógica católica y cristiana, son reflexiones atractivas, que cuestionan este ídolo que por mucho tiempo se ha levantado, que nos impide legislar para los seres humanos y llega a locuras tan grandes como el proyecto que rechazamos ayer. Cómo sería de absurdo, que intentaron retirarlo antes de votarlo, porque se llega a soluciones tan tortuosas como las nulidades matrimoniales. Trataron de imponernos un nuevo doblez de los tantos que tenemos en nuestra sociedad: matrimonios legales inexistentes y matrimonios de hecho reconocidos, de segunda clase.
En Chile existe la monogamia y con este proyecto habría sido posible la situación de un marido con dos esposas: una totalmente legal, y la otra, reconocida. A ese absurdo se llegaba y por eso se rechazó. Llevaron las cosas al límite de la esquizofrenia moral y de la mojigatería y no podemos seguir discutiendo así. Hay que hablar con la verdad. Los chilenos no podemos estar prisioneros de un dogma, porque el problema no es religioso, sino social.
A eso quiero referirme ahora: al problema social. El gran argumento, consiste en que hemos escuchado hasta el cansancio, que el divorcio va contra la familia. Sólo quiero recordar una cifra que figura en el informe de la Comisión de la Familia: el 72 por ciento de las personas estaba por el divorcio, pero, al mismo tiempo, por el matrimonio. Quieren el matrimonio y el divorcio. No son chilenos licenciosos, amorales o descarriados los que piensan que es bueno el divorcio para la familia.
Aquí se ha levantado una tesis absolutamente falsa: que el divorcio es la causa de las separaciones. Esto es absurdo.
Todas las cifras que nos entregaron los parlamentarios, entre ellos el Diputado señor Ulloa , la Diputada señora Cristi , en fin, apuntan a demostrar cómo aumentan los divorcios en los países desarrollados donde existe la ley de divorcio.
En verdad, aumentan por causas generales, porque existe deterioro de las condiciones de vida y de las relaciones humanas en esas sociedades. Si queremos impedir el fracaso de las parejas, debemos cambiar un conjunto de condiciones de vida, del sistema económico, de la participación, de la realización de la gente. Es absurdo pensar que la ley de divorcio genera todo eso, o que motiva directamente a divorciarse.
Ningún matrimonio que se ame se va a separar porque existe una ley de divorcio, aunque sea la más amplia posible, como no hay ley alguna que obligue a un matrimonio que perdió el amor irreversiblemente, a mantenerse junto. Lo que se ha dicho aquí es una falacia.
Otra cosa es que discutamos y concordemos en que la familia es fundamental para la calidad de vida de las personas; que es necesario fortalecerla, adoptar políticas y tomar decisiones para que eso ocurra; que necesitamos un código de la familia, tribunales de la familia; que requerimos otorgar un subsidio estatal a las instituciones que se dediquen a preparar a las personas para el amor, para casarse, a ayudar a las parejas en conflicto, a fin de que no se terminen separando. Hagamos mil cosas de ese tipo, pero ésta también, porque la ley de divorcio es fundamental para el fortalecimiento de la familia de verdad, no teórica, inexistente, sino para la que existe en Chile.
Resulta que en nuestro país hay dos grandes agrupaciones de familias que se ven tremendamente afectadas por no contar con una ley de divorcio. La primera, en los sectores populares y más pobres, en que la separación se traduce en abandono de la mujer y de los hijos, donde el marido no tiene ningún tipo de obligación económica o de otra clase. Una ley simple y clara de divorcio permitiría dar solución a todos esos casos y proteger a los niños.
Respecto del segundo grupo de familias no hay un cálculo exacto, pero si este año el 42 por ciento de los niños nacieron fuera del matrimonio -como decía la señora Berta Belmar -, y el 75 por ciento de ellos ha sido reconocido por ambos padres, significa que estamos hablando de aproximadamente un 30 ó 35 por ciento de familias de hecho, que tienen todas las características de las de derecho: se aman, viven juntos, se ayudan mutuamente y tienen hijos. A ellas les estamos negando la posibilidad de contar con un respaldo legal. ¿Acaso ésas no son familias? ¿Qué respuesta o solución se da a ese inmenso porcentaje de familias chilenas?
Daré mi respaldo al proyecto de divorcio en estudio, aun cuando no estoy conforme ni me gusta suficientemente. Contiene un conjunto de condiciones que harán más difícil divorciarse que anularse con la situación actual. No considera la posibilidad del mutuo acuerdo de una pareja para divorciarse. No me satisface plenamente. Sin embargo, su aprobación será un hecho histórico en este país que ocupa el primer lugar en el ranking de los países conservadores. Creo que implicará un cambio significativo en nuestra sociedad, en cuanto a apertura mental, cultural y al fortalecimiento de la libertad personal.
Termino desmintiendo cinco falacias que hemos escuchado durante todo el día en esta discusión.
Primera: que el divorcio hará del matrimonio algo temporal. Nadie se casa por poco tiempo; todo el mundo lo hace para siempre. Imagínense ustedes si alguien se casara con la profecía autocumplida de que va a fracasar. ¡Es ridículo! No es lo mismo, Diputado señor Ferrada , que uno se case para toda la vida a que el matrimonio sea indisoluble.
Segunda: que la gente que desea el divorcio está contra la familia y el matrimonio. Está comprobado de todas formas -además, por el sentimiento de cada uno de nosotros- que la gente que quiere el divorcio también desea el matrimonio. Los ejemplos son demostrativos: la gente que se separa o divorcia se vuelve a casar, pues quiere vivir en matrimonio, en pareja estable y tener la mejor familia posible, porque eso es de nuestra esencia.
Tercera: que la ley convertirá el divorcio en la norma. Creo que no es así. Seguirá siendo la excepción, aunque más amplia, porque, mayoritariamente, la gente quiere vivir en matrimonio.
Cuarta: que la ley de divorcio hará que la gente se separe a cada rato, como decía el Diputado señor Dupré. ¡Cómo va a ocurrir eso! Separarse es un fracaso, produce dolor, problemas, echa a perder la calidad de vida. ¿Cómo se les ocurre que la gente va a querer casarse y divorciarse o separarse a cada rato?. Ésa es otra falacia.
Por último, el Diputado señor Orpis decía que las leyes entregan señales de valores. Estoy de acuerdo. ¿Cuál es la señal y el valor que queremos entregar al país? ¿El amor o los códigos? ¿El amor o los dogmas? ¿El amor o la ley? ¡Estoy por el amor!
He dicho.
-Aplausos.
"
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