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El señor MARTÍNEZ, don Gutenberg (Presidente).-
Tiene la palabra el Diputado señor Paya.
El señor PAYA.-
Señor Presidente, mi postura frente a este tema ya es conocida por esta Cámara. Por eso, quiero en estos minutos hacer tres reflexiones.
En primer lugar, dirigirme hacia algunos diputados que, a mi juicio, han tenido una actitud negativa para este Parlamento, porque, en el futuro, tendremos muchos debates de esta naturaleza y sería grave dejar pasar un error. Me refiero a cierto escándalo con que algunos han reaccionado ante el hecho de que otros, al defender su posición, hayan reconocido su condición de católico y, por lo tanto, adherir no sólo a una religión, sino que a un conjunto de principios, a una filosofía o a una doctrina.
Es evidente entonces que si una persona no coincide con la visión católica en el tema del matrimonio, de la familia, la educación, la libertad y sus límites, ni siquiera con el del derecho a la vida, adhiere a otra doctrina, la cual tiene todo el derecho de sostener, programar y defender. Pero no le da el derecho a escandalizarse porque alguien aquí tiene el valor de reconocer que su postura está inspirada en un conjunto de principios más amplios que una serie de reglas sobre el matrimonio.
Aquí conviven más de tres doctrinas distintas frente a la vida. Me pregunto si algún respetable miembro de la francmasonería de este país participa en este debate y expone sus principios, tratando de ganar con su postura, de manera que ésta sea la que recoja la ley, ¿lo acusamos de estar tratando de imponer su visión a todo el resto del país? ¿Se le ocurriría a alguien hacer semejante cosa? Si alguien sostiene una visión del mundo que no es una concepción del hombre espiritual, sino una agnóstica o material, y trata de imponer su punto de vista en este debate, ¿se le ocurriría a alguien acusarlo y descalificarlo por querer imponer a todo el país su posición? ¡Pero si de eso se trata el debate!
Quiero decir que, como cualquier otra, la filosofía y doctrina católicas tienen mucho que aportar, y tienen todo el derecho a exponerse aquí, porque, más que una visión religiosa del mundo, ellas tienen consecuencias humanas, sociales y ramificaciones legales. Si a alguien no le gusta la visión católica porque tiene una distinta, que tenga el valor de decir cuál es la suya, pero no venga aquí a pretender que no se exprese la católica con el argumento tinterillero de que éste no es un debate religioso, filosófico ni doctrinario.
En segundo lugar, quiero dirigirme a aquellas personas que con buena intención –todos hemos reconocido aquí buenas intenciones- han propuesto este proyecto de ley de divorcio. Sucede que todas las personas, incluso ese 70 por ciento que dice querer una ley de divorcio, entienden que no puede ser que la ley desconozca y prohíba la existencia de un matrimonio ante la ley para toda la vida, que es la consecuencia legal obvia de aprobarse una ley de divorcio. Nadie lo discute. Pero cuando se hace ver ese punto, nos dicen que al momento de casarse lo que importa son los sentimientos, lo que la gente siente y no lo que diga la ley, por lo que, no importa que ésta deje de reconocer el matrimonio para toda la vida. Sin embargo, esas mismas personas, tres minutos después, levantan el dedo acusador, el dedo catón, el dedo maniqueo del que hablaba el Diputado señor Jocelyn-Holt , para decir que son otros, somos nosotros los que queremos negar a la gente el derecho de rehacer su vida porque nos oponemos a una ley, argumentando que sí es la ley la que permitirá rehacer la vida. ¡Eso no es cierto! No es la posibilidad de pararse por segunda vez en la vida delante de un funcionario que está debajo de la foto del Presidente de la República a decir algo que ya se dijo antes, que no resultó cierto ni real, lo que permite rehacer la vida.
Negarse a una ley de divorcio, por las razones que mil veces hemos dado, no es para impedir que la gente tenga el derecho a rehacer su vida, pues no podríamos hacerlo.
¡Claro que se debe aclarar la situación gris y de ilegalidad en que viven muchas personas! ¡Pero sostener que esta ley les devolverá la felicidad es jugar con el dolor de esa gente y vender una esperanza falsa y falaz!
Nos hemos opuesto a una ley de divorcio porque obviamente causa daño y afecta no sólo a las parejas que ya han tenido problemas en su vida, sino que a todas, porque se cambia la actitud ante el matrimonio. Sería como cambiar la actitud frente al pololeo, que es esencialmente temporal y desechable y, por eso, la mayoría lo termina. En cambio, el matrimonio es indisoluble, de manera que si se cambia su esencia, se transforma en algo temporal, y es evidente, entonces, que cambiará la actitud con que se enfrenta y, por lo tanto, también su resultado. Eso es obvio.
Al negarse a reconocer los problemas que hoy tiene el matrimonio, algunos sostienen que se actúa como el avestruz: escondiendo la cabeza, porque es evidente que no es una institución perfecta y que tiene muchos defectos, pues está constituida por seres humanos. Sin duda, la ley del divorcio impone cambios de actitud en el matrimonio. Por eso, en todos los países que la tienen, han surgido nuevos problemas y desafíos adicionales para el matrimonio, y no asumir un hecho tan obvio y manifiesto, en nada contribuye a solucionarlos.
Por último, quiero dirigirme a las personas que más esperan la aprobación de una ley de divorcio, a las que ven en ella una solución a sus problemas, a aquellas que, porque entienden mejor que nadie el valor de la existencia de una institución que une a dos personas para toda la vida, buscan con afán la posibilidad de reconstruir una familia.
Confío en que no le daremos la espalda a ese ideal humano. Siento que es mi deber ayudar a esas personas y brindarles un marco legal que les permita concretar su propósito, a fin de terminar con la situación de ilegalidad en que viven actualmente. Por eso, voté afirmativamente el proyecto que se discutió ayer.
Asimismo, confío en que ellos también entenderán que la solución no es poner la lápida a una institución que no inventó la ley, sino el hombre, y cuyo ideal es unir a un hombre y a una mujer para toda la vida, respondiendo así al anhelo más profundo de felicidad que todos llevamos en nuestra alma.
He dicho.
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