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El señor LEAY.-
Señor Presidente , deseo iniciar mi intervención haciendo algunas consideraciones previas.
En primer lugar, expresarse en esta Sala como parlamentario católico no puede ser considerado como un elemento negativo, que restrinja el debate o que no aporta nada positivo
Lo digo, porque los principios de la Iglesia Católica son válidos para todos, considerando que cada persona es sensible a ellos en uno u otro aspecto.
En segundo lugar, nuestra obligación como legisladores es buscar el bien común y para eso debemos tener presente el daño que puede producir a la familia chilena una eventual ley de divorcio.
Una tercera consideración es que la familia es la comunidad base del ser humano. Es ahí donde la persona puede desarrollarse integralmente, pero para ello es necesario un requisito básico: la estabilidad de ambos progenitores.
Ahora, cabe preguntarse ¿es menor el cambio que nos propone el proyecto?
¿Es menor modificar el matrimonio indisoluble por uno disoluble? La respuesta es no. No puede ser un cambio menor, porque la conciencia social será influida claramente a cambiar de actitud respecto de la institución matrimonial. No puede ser menor, porque genera un impacto social que debilita los compromisos que, libremente, hemos asumido ante nuestra pareja y nuestros hijos.
Por otra parte, se nos dice que debemos confiar en las personas, que ellas sabrán elegir el camino adecuado en esta materia, que no es cierto que una ley de divorcio genere más divorcio, pero muchas de las investigaciones realizadas, no en otros países, sino en el nuestro, señalan lo contrario: cuando el matrimonio es para siempre, las parejas se inclinan más por invertir en esfuerzo, en tiempo y en generosidad, para sacarlo adelante. En cambio, a medida que el divorcio se legitima, aumenta la disposición a dejarse vencer por las dificultades propias del matrimonio.
Señalaba que una de las tareas prioritarias de los legisladores es buscar el bien común. Creo que en este momento es importante pensar en ello. Para eso, es necesario tener presente la naturaleza del matrimonio y las motivaciones humanas.
Con respecto al matrimonio, hay que considerar que la unión conyugal no es fácil. Demanda sacrificios por parte de ambos cónyuges. Los seres humanos somos débiles, tenemos una marcada inclinación a realizar lo más fácil y a evitar lo que nos cuesta.
No se debe olvidar que cuando una ley valida una conducta, induce a las personas a percibir tal modo de actuar como socialmente válido. Se dice que no se trata de desestabilizar el matrimonio. No creo que quienes promueven esta iniciativa quieran desestabilizarlo, pero lo cierto es que el divorcio transforma al matrimonio en un unión de hecho, regulada por la ley. A mi juicio, lo asemeja cada vez más a la convivencia, a la cual, día a día, se le entregan mayores beneficios legales. Al parecer, en un tiempo más el matrimonio y la convivencia tendrán un estatus social parecido.
Pienso que mientras más absoluto sea el compromiso de los esposos entre sí, mayores serán las posibilidades de éxito del matrimonio. Al cambiar la naturaleza del contrato a uno transitorio, disminuyen los incentivos a invertir tiempo y sacrificio en la relación.
A mi juicio, a su vez, se genera una especie de incertidumbre en la mujer, por miedo de que la dejen abandonada y a las pocas posibilidades de sustento. Por lo tanto, creo que será menos libre de sacrificar su vida laboral en favor de su familia y de sus hijos, que tanto la necesitan. El proyecto en estudio es similar a la mayoría de las legislaciones de divorcio del mundo occidental y se basa en que procede, a petición de cualquiera de los cónyuges, cuando se demuestra que el matrimonio no es viable. Esta figura jurídica, similar a la que hoy se propone, se construye en los siguientes postulados: divorcio, medida de excepción, no pretende desestabilizar el matrimonio y busca una solución a los que han fracasado irremediablemente.
Se considera el divorcio una salida, un remedio, y como tal, no queda entregado a la mera voluntad, sino que la ruptura objetiva del matrimonio apreciada judicialmente. Pero lo importante es mirar las experiencias de los países occidentales en donde por años han funcionado sistemas divorcistas. De esas experiencias, se concluye que bajo esos postulados no existe el divorcio. Cada día se aplica más el llamado divorcio unilateral o liberal; cada día las tendencias legislativas en el mundo se inclinan por considerar los plazos como obstáculos a la libertad y se sostiene que es suficiente signo de quiebre matrimonial la sola voluntad unilateral. En verdad, el divorcio como remedio, con sus postulados, se vulnera, al igual que los controles, las normas administrativas y judiciales y se termina por imponer la voluntad de alguno de los interesados.
La solución que presenta el proyecto no es novedosa ni tampoco permite enfrentar el problema. La considero, más bien, simplista, porque nace de la improvisación. Debiéramos abocarnos a analizar por qué surgen los quiebres matrimoniales, dónde están sus causas, cómo fortalecemos a la familia.
La ley siempre debe buscar la felicidad de las personas, el bienestar de la sociedad. Sinceramente, no creo que con el divorcio la gente pueda vivir mejor, ni que los niños vayan a ser más felices. Veo imposible lograr dichos objetivos si por otra parte se debilita la institución básica que es el matrimonio al desestabilizarla a través del tiempo.
Hay que buscar soluciones concretas a una enorme cantidad de chilenos que han fracasado en sus matrimonios, pero esa búsqueda no debe terminar en soluciones perniciosas para que los hombres, las mujeres y los niños de nuestro país puedan alcanzar la felicidad, porque ella sólo se logra por la vía de una buena estabilidad en el matrimonio.
He dicho.
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