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Señor Presidente , por primera vez en su historia, este Congreso está discutiendo un proyecto de ley de divorcio vincular. Tratándose, en consecuencia, de un debate histórico, creo que es necesario tener un pronunciamiento al respecto.
¿Qué estamos discutiendo en el día de hoy? ¿Cuál es la esencia del debate y las materias sobre las cuales debemos pronunciarnos?
Lo que está en discusión es si el Estado chileno debe tener una legislación que regule la situación que se le produce al hombre y a la mujer casados cuando su matrimonio ha hecho crisis y en consecuencia ha fracasado. ¿Ése es el punto en discusión; debemos tener normas claras que regulen esta situación, o no debemos tener nada? Y si no tenemos nada, ¿deben los cónyuges buscar (en complicidad con sus abogados y el Poder Judicial ) otras fórmulas basadas en resquicios, operaciones fraudulentas o mentiras para solucionar su problema?
Lo transparente y concreto es que tengamos una legislación clara que dicte normas para cuando los matrimonios fracasan y diga y estipule qué pasa con sus cónyuges, cuáles son sus responsabilidades y derechos para con sus hijos, y qué efectos se producen en los bienes comunes.
¿Por qué en nuestro país ha sido imposible hasta la fecha tener una ley al respecto?
Creo que por varias razones, algunas de las cuales quisiera hoy día consignar:
1. Porque al hablar de una ley de divorcio, los detractores plantean un falso debate, señalando que el propósito es favorecer el divorcio.
Nadie está a favor del divorcio; es decir, nadie está a favor de que los matrimonios se disuelvan; plantearlo así es distorsionar el debate. Todos queremos que las parejas se casen, les vaya bien y su matrimonio sea por toda la vida. Ése es el ideal, y estoy cierto que todos los novios que contraen el vínculo lo hacen ilusionados, plenos de felicidad seguramente, pensando que están construyendo una vida en común por el resto de sus vidas. Por lo tanto, una ley de divorcio no pretende ni tiene como objetivo el que los matrimonios se separen. Esto no es efectivo.
2. Lo que se pretende con una ley de divorcio es darle solución a esos matrimonios (celebrados en la forma descrita anteriormente), que durante su desarrollo se encontraron con la cruda realidad de su crisis y fracaso.
Entonces, una ley de divorcio debe propender a fortalecer el matrimonio, dándole oportunidades para superar los problemas y las crisis, y sólo cuando ésta y aquéllos son irremediables y definitivos, sólo entonces y no antes debe establecer una salida que permita a los cónyuges empezar una nueva vida frente a la ley, con las cosas en orden y consecuencialmente fijar otras normas sobre los hijos y los bienes.
3. Se ha dicho también que una ley de divorcio favorece las separaciones y debilita el matrimonio. Se parte de la base que las parejas, sabiendo que tienen una ley que les permite divorciarse tomarían el matrimonio con liviandad y como solución al alcance de la mano, sin poner mayor empeño en superar sus crisis y resolver sus problemas.
Los matrimonios fracasan por múltiples factores y no a causa de una ley. Eso está demostrado en la historia de la humanidad y en las legislaciones que existen en todos los países del mundo. Las situaciones personales, sociales, psicológicas, económicas, etc., están en la base de las causas de los fracasos matrimoniales.
Para evitar la ligereza y precipitación en las decisiones, y para impedir, también, que algunas parejas puedan pensar que divorciarse “es tan fácil y sencillo”, la ley debe contemplar los mecanismos de resguardo para que se llegue a la decisión final en un proceso serio, indagatorio, probatorio, etc., que asegure para el matrimonio, los hijos y la sociedad una “buena y correcta resolución” que le permita a los que fracasaron rehacer sus vidas, velando por su prole, y estableciendo un marco claro para los aspectos económicos.
4. Finalmente, deseo rechazar el argumento religioso. Los que somos creyentes y miembros de una Iglesia, no tenemos derecho a imponerles a los demás nuestras creencias y obligaciones propias. El Estado no debe tomar partido alguno. Aquella persona que por convicciones religiosas rechaza el divorcio, lo puede hacer y es bueno que permanezca fiel a su conciencia, y simplemente no use la ley.
Nosotros debemos legislar para todo el país, con su variedad de intereses, creencias, y puntos de vista, respetándonos entre todos.
En consecuencia, voto favorablemente la idea de legislar sobre el divorcio vincular. En la discusión particular ya veremos, en su momento, cómo hacer una ley que fortalezca la familia, pero al mismo tiempo reconozca la realidad de los fracasos matrimoniales y les dé una salida a los cónyuges, velando por los hijos y por su futuro.
He dicho.
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