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El señor GUILLIER.-
Señor, Presidente , creo que estamos partiendo un debate en que hay pequeñas diferencias, en algunos casos más significativas pero no trascendentes.
Tenemos un sistema de educación pública gestionado a través de los municipios cuyos resultados más visibles, en términos promedio, se reflejan en la caída progresiva de la matrícula; el aumento de la segregación social -resulta evidente que ha cambiado la composición social de los colegios públicos, sobre todo por la escapada de las clases medias-; la pérdida de pertinencia local de muchos establecimientos cuyos proyectos educativos dicen poca relación con el entorno en que viven los propios alumnos; la falta de participación, no solo de los alumnos, sino también de los profesores, en la elaboración de una propuesta educativa por colegio (me refiero sobre todo a los colegios públicos); la escasa diversidad de proyectos, a pesar de las enormes diferencias territoriales que tiene nuestro país; ni hablar de la dignidad del profesor o del sectarismo con que muchas veces se administran corporaciones municipales, que son verdaderas becas de trabajo político; la misma evaluación estandarizada, ajena al desempeño de cada colegio en función de su realidad y, por lo tanto, de resultados predecibles, con el consiguiente mal uso de recursos públicos al efectuar estudios obvios.
Se crean superagencias, agencias, superintendencias. Se recurre a empresas capacitadoras, de evaluación. Pero la escuela sigue igual.
No ha habido Gobierno que no haya planteado una reforma a la educación en los últimos 27 años. Sin embargo, el profesor sigue igual que hace 27 años, utilizando los mismos métodos de enseñanza-aprendizaje, las mismas bases curriculares, con el mismo concepto de escuela, y se mantiene la misma infraestructura de los colegios.
Por lo tanto, revisar lo que está pasando en la educación pública constituye una necesidad que nadie puede negar. Requerimos un nuevo sistema que pueda enfrentar estas variables mal evaluadas, a la baja.
De hecho, de los 345 municipios, nadie podría decir que funcionan como un sistema articulado, en que las buenas experiencias se irradian como tendencia predominante a los colegios más retrasados; o que los tamaños de los colegios y los distintos proyectos educativos de las comunas tienen sustentabilidad.
Se aprecian las mismas dificultades en la contratación de equipos calificados para colegios pequeños de zonas rurales; la falta de generación de redes de intercambio, para lograr economías de escala y de alguna manera enfrentar la heterogeneidad social con un sentido más integrador.
Todo ello nos lleva a decir que, evidentemente, no era el sistema que se buscaba. No creo que haya habido mala fe, pero el resultado es que se está destruyendo la educación pública. Es un hecho visible a toda vista.
Por lo tanto, necesitamos una gestión distinta, entre otras muchas reformas; un modelo de educación que tenga cierto principio unitario, una visión de país y que esboce una imagen del país que se quiere porque la educación está conectada con ese proyecto. Pero, a la vez, que haya descentralización y participación a nivel local y territorial para aterrizar esas visiones generales a las realidades particulares de cada zona, donde las reformas conversen entre sí.
Estamos discutiendo sobre la creación de una nueva institucionalidad. Pero también se supone que en paralelo debemos avanzar hacia la descentralización de nuestro país, como ya ocurre con la elección de los intendentes y cores; al empoderamiento de la ciudadanía; a la instauración del concepto de gobierno local más que de administración municipal, y a las autonomías de las escuelas para definir sus propios proyectos educativos, con participación de la comunidad, que hagan sentido en la población, en los jóvenes, y respondan a las necesidades de cada región.
La escuela del siglo XXI no es la del siglo XX. Los proyectos educativos deben expresar la realidad cambiante del entorno de los propios alumnos. No es comparable un establecimiento educacional con otro en cuanto a los desafíos en la formación de los jóvenes.
No puede haber criterios de evaluación estandarizados, que comparan realidades de colegios totalmente distintos entre sí y que, por lo tanto, llevan al absurdo de no considerar que cada proyecto educativo enfrenta a jóvenes, estudiantes y niños que requieren desarrollarse en función de sus propias urgencias, las cuales, a veces, ni siquiera son de carácter cognitivo, sino más bien de contención emocional, o apuntan a la necesidad de formar valores, de mejorar conductas, sistemas de vida, de trabajo. Y el énfasis de ello varía según el tipo de colegio de que se trate.
En consecuencia, se requieren colegios que den cuenta de la realidad del niño, para sacar a ese niño real y concreto de su situación de precariedad.
La educación pública se ha transformado hoy día en el lugar de escape de las personas de menores ingresos. Y se ha producido la fuga de las clases medias de los colegios públicos, lo cual ha acentuado la segregación en la sociedad chilena. Se trata de verdaderas escuelas de segregación.
Por consiguiente, debemos pensar un sistema educacional distinto, en que se dé cuenta de las diferencias de los currículums, del rol del profesor, de la comunidad educativa, de los paradocentes; en que los métodos de enseñanza y aprendizaje se basen mucho más en la experiencia; en que el profesor tenga autonomía para definir su propuesta de trabajo con sus alumnos. Todo eso no encuentra espacio en el actual sistema municipal, razón por la cual tenemos que pensar en nuevas estructuras.
Pero también debemos hacernos cargo de que corremos el riesgo de avanzar hacia sistemas excesivamente burocráticos. Necesitamos comprender que tanta generación de superintendencias, agencias, empresas acreditadoras, de capacitación no ha logrado cambiar sustantivamente lo que ocurre al interior del aula. El profesor, en 27 años, no ha visto variar de manera significativa su vida cotidiana en el colegio, menos los alumnos. Las jornadas escolares extensas son verdaderos bullying frente a la hiperactividad de un joven o niño, que necesita desplegar energías, pero que se encuentra paralizado frente a métodos de enseñanza anacrónicos.
En consecuencia, la pregunta es si con estas reformas no corremos también el riesgo de repetir la burocratización, de insistir en la creación de mecanismos en torno al colegio en lugar de trabajar en lo que es quizás lo más importante: trabajar hacia dentro de los establecimientos educacionales, para que los colegios tengan autonomía para decidir su proyecto educativo en forma participativa, creativa, con profesores fascinados por la posibilidad de desplegar sus capacidades. Ahí deberá ponerse el énfasis en las sucesivas reformas a la educación.
Todos los Gobiernos -ya lo manifesté- en los últimos 27 años han planteado reformas a la educación. Pero la sensación que queda finalmente es que, por lo menos en la educación pública, poco ha cambiado en la mayoría de los colegios. Y de eso nos tenemos que hacer cargo.
Creo que hay que abrir un debate sobre la materia.
El sistema de educación municipalizada no nos ha dado respuesta. Necesitamos crear uno distinto. Chile es un país unitario, pero diverso. Por lo tanto, se requiere que el modelo de gestión del sistema educacional no se transforme en algo centralizado, sino que, por el contrario, permita el despliegue de las capacidades a lo largo del territorio, porque una escuela del siglo XXI debe apegarse a esas realidades diversas que tiene un país sobre todo como el nuestro, donde hay tantos contrastes, tantas desigualdades, que no tienen expresión en las instituciones del Estado en general y en nuestro sistema educacional en particular.
Considero necesario apoyar la idea de legislar. Pero tenemos que trabajar mucho en la institucionalidad que requiere un Chile unitario pero descentralizado, que les permita a todos sus habitantes a lo largo del territorio desplegar sus potencialidades.
Al mismo tiempo, hago un llamado a entrar en una profunda revisión del concepto de escuela del siglo XXI, porque, obviamente, los jóvenes no están sintiendo que vale la pena ir a los colegios que tenemos hoy. El objetivo es que puedan obtener la formación que los habilitará para enfrentar no solo el mundo laboral, sino también la vida plena en todas sus dimensiones.
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