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El señor PRAT.-
Señor Presidente, el domingo recién pasado el país fue partícipe de las ceremonias, realizadas a lo largo del territorio, en que el contingente de jóvenes que cumple su servicio militar prestó juramento a la bandera. La ceremonia central, realzada con la presencia de Su Excelencia el Presidente de la República , se llevó a cabo en la austral ciudad de Punta Arenas. La circunstancia de realizarse en la Duodécima Región permitió recordar y reconocer la meritoria contribución de un numeroso contingente de jóvenes que hace 22 años sirvieron en esa área, ayudando activamente a preservar la paz, entonces gravemente amenazada, y a partir de ello, a construir los lazos de cooperación y amistad que actualmente estrechan a las naciones chilena y argentina.
Hoy quiero emplear esta alta tribuna para traer algunas reflexiones en cuanto al sentido que contiene el juramento a la bandera que año tras año realizan decenas de miles de jóvenes y a cómo es de significativo que la ceremonia se haga coincidir con la fecha en que la comunidad nacional conmemora la batalla de La Concepción, hecho histórico en que 77 jóvenes chilenos ofrendaron su vida por mantenerse fieles al cumplimiento de su deber.
Hace algunos años -seis, para ser preciso- tuve el privilegio de intervenir en este Senado a propósito de la conmemoración de los hechos del 9 y 10 de julio de 1882 en la sierra peruana. En el tiempo transcurrido desde entonces han acaecido situaciones que hacen necesario profundizar sobre la materia, adicionándose esta razón a la justicia que encierra el que esta Alta Corporación reviva el reconocimiento que la nación debe a sus hijos mártires.
El acto de juramento incorpora efectivamente a los jóvenes reclutas a las filas de nuestras Fuerzas Armadas. Antes, por espacio de algunos meses, ellos han tenido un período de entrenamiento y formación, alcanzando así las condiciones para asumir el compromiso de fidelidad para con la patria, que se expresa en el juramento. Son testigos, en primer lugar, Dios Todopoderoso, y la bandera, que en su estrella solitaria representa a la patria toda. A los jóvenes juramentados les acompañan, en la solemnidad de la ocasión, sus padres, sus amistades, sus seres más queridos. Asisten, asimismo, las autoridades, que con su presencia sellan el carácter oficial de la ceremonia. Y, sin lugar a duda, desde lo alto están presentes quienes cumplieron el juramento entregando sus vidas. Entre éstos se encuentran, en un lugar privilegiado, los 77 héroes de La Concepción. Ellos supieron allá, en la lejanía de la sierra, cumplir con su deber, defendiendo la posición que les había sido encomendada, aun a costa de entregar, una a una, sus vidas en 20 horas de lucha sin cuartel frente a fuerzas inmensamente superiores. Es por ellos que se ha elegido para el día del juramento la fecha del 9 de julio. Se debe a que el ejemplo que brindan con su sacrificio constituye una luz que alumbrará el proceder de quienes están jurando.
Actualmente, diferentes aspectos de la realidad social sirven de base para que ciertos grupos pongan en tela de juicio las instituciones que dan origen a la ceremonia que estamos recordando, cuestionamiento que alcanza también a los valores que la informan. Unos son los "ismos" que afectan a la sociedad occidental. El hedonismo y similares desviaciones de la naturaleza humana impulsan a aquellos envueltos en sus redes a justificarse abrazando activismos para enrolar a otros en su condición. Se agrega, asimismo, una peligrosa fuerza uniformadora que pesa sobre los centros de decisión en un mundo globalizado y caracterizado por un orden político unipolar; y, por cierto, no faltan quienes, llevados por rencores y animosidades que arrancan de ideologías materialistas, se entregan a la tarea de atacar a la institucionalidad castrense y a todo cuanto la fundamenta.
En tales condiciones, se hace necesario identificar cómo los ideales y virtudes que inspiran a nuestros Institutos Armados son los que estructuran nuestra nacionalidad y están presentes en el seno de las familias chilenas. Esta identificación explica el cálido apoyo ciudadano a nuestro Ejército, a la Marina y a la Aviación, y la concurrencia masiva que concitan ceremonias como las del pasado fin de semana. La fe existencial que orienta las vidas y la vocación de paz, así como el amor a los semejantes, que se resume en el amor a la patria, son haberes espirituales que cristalizaron en el proceso de formación de la nacionalidad en una dosificación que hace del ser nacional una individualidad diferente del resto. Esa combinación ha demostrado, en los momentos más críticos, donde ha estado en juego la defensa de la patria, ser capaz de activar las voluntades hacia el cumplimiento del deber sin miramiento de la propia vida.
Es un hecho que, en nuestra nación, pueblo y Fuerzas Armadas son un todo inseparable. Esta unidad se ha manifestado con plena fuerza en los momentos más críticos de nuestra historia. También en La Concepción. Los 77 de La Concepción comprendían una mayoría de jóvenes y niños, y también, algunas mujeres. Los integrantes que habían recibido formación militar previa eran una ínfima minoría. Fue lo que ocurrió en la generalidad de las acciones de la guerra. Los hechos de La Concepción resaltan la inclinación de nuestra comunidad por el cumplimiento del deber que impone la defensa de la patria, en ese caso identificada en el honor del pabellón. La guerra entonces ya está resuelta, y lo que suceda en esa lejanía no cambiará el resultado. Los jóvenes, encabezados por Ignacio Carrera Pinto, son conminados a rendirse antes de que se inicien las acciones y, reiteradamente, a lo largo de ellas. A pesar de conocer lo primero, y estar conscientes de que negarse a lo segundo les llevará a la muerte, no dudan en mantenerse en la actitud de cumplimiento de su deber. Las conclusiones acerca de cómo debió ser el desarrollo de aquel drama -recordemos que nadie quedó vivo que hiciera de testigo- permiten intuir una entrega a su destino de muerte y gloria envueltos en una paz interior, cercana a la de los mártires de la fe cristiana que estructura la civilización que integramos.
Las Instituciones Armadas cultivan valores que son queridos por la comunidad nacional toda. El amor a la patria, el honor, la valentía, el compañerismo y el cumplimiento del deber son virtudes apreciadas entre nosotros, y afloran con particular intensidad en las conductas cuando la nación se ve enfrentada a desafíos superiores. Las Instituciones Armadas los promueven en forma expresa y nítida por medio de su quehacer profesional, manteniendo tradiciones y símbolos y honrando la memoria de los mártires. A través de la institución del Servicio Militar Obligatorio los inculcan a los jóvenes conscriptos, quienes no sólo son instruidos en el uso de las armas, sino formados en los valores que los hacen hombres de bien y amantes de la paz.
Decíamos anteriormente que hay quienes, impulsados por diferentes motivaciones, encuentran en la institución del Servicio Militar Obligatorio una puerta de entrada para levantar sus cuestionamientos y promover sus particulares orientaciones. La misma oportunidad se les presenta en las circunstancias de enfrentar, las Fuerzas Armadas, los desafíos de modernización que les demandan las nuevas realidades político estratégicas y las nuevas características de la guerra. En el presente se ha agregado el aprovechamiento de situaciones judiciales que afectan a oficiales que sirvieron principalmente en el Ejército, las que son impulsadas y manipuladas con intencionalidad política. Dentro de ella es posible identificar los intentos que se hacen por debilitar los valores militares. La ciudadanía no puede caer en engaño ni quedar desinformada a este respecto. Es ella, y su patrimonio espiritual, la que resultaría finalmente afectada de prosperar esos intentos. En cuanto a las modernizaciones, siempre válidas, es posible avanzar en muchas modificaciones que adecuen las modalidades e instituciones a las necesidades emergentes, pero el sustento valórico en que están estructuradas las actuales, que es parte esencial de nuestra identidad nacional, debe ser a toda costa preservado.
He dicho.
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