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El señor SABAG.-
Señor Presidente , la materia que hoy tratamos fue fruto de un acuerdo de la octogésima séptima reunión de la OIT, celebrada en Ginebra en junio de 1999.
Estamos por iniciar el siglo XXI, que muchos denominan el de la inteligencia o del conocimiento, y al término del siglo XX, llamado el de la tecnología. Los altos niveles de desarrollo alcanzados nos han permitido mejorar la salud humana, la educación, las comunicaciones, en definitiva, vivir en un mundo globalizado.
Sin embargo, en el otro lado de la moneda aumenta la pobreza, el hambre, y en materia laboral, la desocupación es un verdadero fantasma para los gobiernos y sus economías. Se trata, en el fondo, de una creciente falta de oportunidades para los jóvenes, en contraposición a las fuertes demandas familiares que han empujado a millares de niños a buscar empleo bajo las formas más aberrantes. De este modo, vuelven a surgir la esclavitud, la venta y tráfico de niños, el trabajo forzado u obligatorio y, también, la utilización de menores para la prostitución o la pornografía. Ésta última ha llegado a lograr un sitial en el soporte de Internet, además del desarrollo de una serie de actividades ilícitas, como la producción o el tráfico de estupefacientes. Todas estas prácticas ponen en riesgo la salud, la seguridad y la moralidad de los niños.
Asimismo, el sistema, bajo otra óptica, empuja a los niños a la violencia y a la delincuencia. Los mensajes de la televisión y de los videojuegos incitan o ponen en acción los aspectos más sombríos de la naturaleza humana. Trágicas consecuencias, de triste memoria, hemos visto en los colegios de Estados Unidos. En Chile, un brote de violencia de los alumnos contra sus profesores o compañeros constituye un conjunto de hechos inéditos en nuestra historia.
La estructura consumista que rige nuestra sociedad ha generado artificialmente una desenfrenada carrera por alcanzar bienes materiales. ¿De dónde sacar tanto dinero para comprar todo lo que la publicidad nos ofrece para estar a la moda?
El Convenio define que los niños son personas menores de 18 años que arriesgan su vida y su integridad ejerciendo "las peores formas de trabajo infantil.". Por lo tanto, se demanda la implementación y puesta en práctica de programas tendientes a eliminar prioritariamente esta lacra social. Con tal finalidad deberán coordinarse todos los actores implicados en el tema y garantizar el cumplimiento de estas medidas por medio de sanciones.
Una vez más, la educación es el eje central para terminar con el trabajo infantil. Se trata de rehabilitar a los niños y reinsertarlos en un contexto social que, por sus características, los expulsó de su seno.
Finalmente, quiero hacerme eco de los innumerables reclamos que muchas organizaciones formulan al Gobierno, haciéndole presente que no basta con aprobar los convenios de la OIT, sino que se hace necesario incorporarlos a nuestra legislación laboral. Ello significa que, por una parte, aprobamos los tratados del citado organismo y, por otra, no los aplicamos, dando a la comunidad internacional una imagen que no es real.
En tal sentido, espero que se apruebe este Convenio, Nº 182, y que pronto sus disposiciones se hagan realidad para proteger y salvaguardar a nuestros niños.
Naturalmente, me pronunciaré a favor del proyecto de acuerdo.
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