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- rdf:value = " HONRAS FÚNEBRES Y EXEQUIAS DE LOS RESTOS DEL ZAR NICOLÁS II Y MIEMBROS DE SU FAMILIA.
La señora MUÑOZ , doña Adriana (Vicepresidenta).-
En el tiempo del Comité de la Unión Demócrata Independiente, tiene la palabra el Diputado señor Ibáñez.
El señor IBÁÑEZ .-
Señora Presidenta , en días pasados, un hecho verdaderamente inusual conmovió al mundo y atrajo la atención de todos los medios de comunicación: en Rusia -más exactamente en San Petersburgo- se procedió con toda solemnidad a dar sepultura a los restos del último zar, Nicolás II , así como también a los de su esposa, a los de algunas de sus hijas y a los de los servidores que les acompañaron hasta el final. Todos ellos fueron salvajemente asesinados en 1918 por mandato de las máximas autoridades del régimen comunista que, con Lenin a la cabeza, un año antes habían conquistado el poder por la fuerza y por la astucia en esa desgraciada nación, convirtiéndola en la tristemente célebre Unión Soviética.
Al concurrir a los funerales, el Presidente Yeltsin declaró que, con ellos, la nación rusa buscaba reparar la injusticia de esas muertes y el enorme crimen cometido contra el zar y su familia. Subrayo estas declaraciones, no sólo porque fueron los comunistas los que se encargaron de crear y difundir una leyenda negra en torno a ese desgraciado monarca, sino también porque en esa tarea fueron ayudados por muchos que se decían partidarios de la libertad y de la democracia y que, ocupados en denigrar a las antiguas autoridades y en descargar en ellas el peso de sus propias culpas, abrieron camino al afianzamiento del poder comunista. Así, se generó la idea de que, si bien el comunismo cometía excesos, eran el precio que había que pagar para liberar a Rusia y al mundo de lo que llamaban el “oscurantismo” precedente.
No creo que Nicolás II haya sido un gran gobernante ni me corresponde a mí, en ningún caso, hacer su defensa ni menos un panegírico sobre él. Sí quiero subrayar la tremenda fuerza moral de quienes organizaron esas exequias, porque con ellas han dado un paso fundamental para develar la verdad de lo que fueron los setenta años de dominación marxista sobre Rusia y sobre buena parte del mundo. Recientes investigaciones calculan en cerca de cien millones de víctimas el costo que debió pagar la humanidad al ser sometida a tan terrible experimento. Ello, sin contar el empobrecimiento y ruina de regiones enteras del planeta ni las emigraciones colectivas y en condiciones miserables de millones de personas que se negaron a vivir en el “paraíso” que prometían los comunistas.
En toda la historia de la humanidad, nunca se había visto en acción ni organizado siquiera una máquina de destrucción, muerte y miseria como aquélla, todo ello en nombre de los derechos de los más desposeídos, de la liberación de los más pobres y de la definitiva emancipación del género humano de toda servidumbre.
El fenómeno marxista es abismante por la magnitud de sus crímenes; pero, por lo mismo, lo es más por el silencio cómplice de las principales democracias occidentales, cuando no por el apoyo soterrado que le brindaron gobiernos, medios de comunicación, centros de estudios, empresas y núcleos de poder del llamado occidente liberal. Hasta en el mismo interior del clero y de las jerarquías católicas hubo quienes se identificaron con esa ideología, a pesar de la explícita condenación que sobre ella había descargado Su Santidad Pío XI al calificarla en su encíclica Divini Redemptoris como “intrínsecamente perversa”. Estoy cierto, eso sí, que ese pontífice nunca imaginó a qué extremos llegaba y llegaría esa intrínseca perversidad.
Mientras nuestra patria era sometida a toda suerte de vejámenes internacionales, a controles y condenaciones por el pecado de haberse liberado de tan terrible tiranía, miles de personas seguían sucumbiendo en los países marxistas. Pensemos, nada más, en los experimentos de ingeniería social a que fueron sometidas Cuba, China continental y Cambodia, o en los miles de vietnamitas que, en medio del jolgorio internacional que causó la caída de su país en las manos comunistas, optaron por huir en frágiles embarcaciones que las más de las veces los condujeron al fondo del océano. Las pocas veces que tuvieron éxito en alcanzar otros horizontes, fueron, como indeseables, devueltos por las democracias occidentales a sus lugares de origen, donde, por cierto, se perdieron sin dejar rastro alguno. Para ellos nunca hubo relatores de las Naciones Unidas ni defensa de sus derechos humanos violados, ni siquiera memoriales que recuerden sus nombres y sus números a las generaciones posteriores. Ellos son los muertos que molestan, las víctimas que sobran, el precio inevitable que había que pagar por transitar por el camino de la total liberación hacia la sociedad sin clases.
De a poco llega la hora de la verdad. El funeral de los Romanov es, sin duda, un paso fundamental en ese sentido, y no tengo dudas de que será seguido por otros, aunque no sea más que por la fuerza de los hechos. No podemos, sin embargo, impedir que, al contemplar la devastadora tragedia provocada en todo el mundo por el marxismo, se nos encoja el alma, se detenga nuestro caminar, a lo menos por un instante, y brote de nuestros labios una oración para pedir a Dios por tantas víctimas y también por sus victimarios, y para que Él libre al mundo -en especial a nuestra patria y a nuestros hijos- de toda otra experiencia como la marxista.
He dicho.
"
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