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- rdf:value = " En el tiempo del Comité de la Democracia Cristiana, tiene la palabra el Diputado señor Rodolfo Seguel, por ocho minutos.
El señor SEGUEL .-
Señor Presidente , el país presiente que la historia juzgará, sin duda alguna, a Augusto Pinochet Ugarte . Pero nosotros, representantes de la voluntad de millones de chilenos, no podemos dejar entregada a la pluma de los historiadores la opinión que nos merece el régimen represivo y dictatorial que él encabezó.
Al finalizar la época de los amarres constitucionales y de los poderes fácticos, la mal llamada transición a la democracia se hace absolutamente necesaria. Como un imperativo moral y de conciencia, es preciso volver la mirada hacia el pasado para rendir tributo, aunque sea tarde e ineficaz, a los miles de personas y familias que sufrieron en carne propia los rigores de una dictadura sangrienta y repulsiva, sobre la cual se construyeron los enclaves de poder y de riqueza que hoy muy pocos chilenos detentan.
Ellos merecen esta sesión pública, y en su nombre, quiero participar hoy en este hemiciclo -cuna de la democracia y crisol de las voluntades democráticas que llevaron a Chile de vuelta a la civilidad- para expresar el repudio de un pueblo que no tiene más voz que la nuestra para hacer sentir su disgusto e impotencia al ver que la figura del tirano estará sentada en medio de nosotros.
Quien borró de un plumazo el orden constitucional en 1973, de un bandazo el Congreso Nacional el mismo año, se manchó las manos de sangre asesinando a tres parlamentarios y abominó de los partidos y de los políticos, ahora pretende, en un ataque de amnesia, olvidándolo todo, convertirse en senador. Si estuviéramos en una obra de teatro del absurdo, podríamos entenderlo, pero estamos en el mundo real, y tratar de comprenderlo es absurdo.
¿Qué país del mundo se permite el lujo de tamaña incongruencia? Sólo los que no tienen conciencia de su historia ni vergüenza de su pasado.
Afirmo que este país podrá haber perdido muchos valores, vidas y bienes durante la dictadura, pero nunca perdió la conciencia de que era una nación libre, por la razón o la fuerza, y nunca podrá olvidar un pasado vergonzoso y humillante en materia de derechos humanos.
Señor Presidente , fui líder sindical durante muchos años en la dictadura militar, encarcelado y perseguido, condenado muchas veces a vivir en la clandestinidad, pero, gracias a Dios y a muchos amigos, conservé la vida, a diferencia de muchos otros compañeros y camaradas que hoy no pueden acompañarnos.
No traten de justificar las bancadas que hoy defienden a Pinochet los excesos que cometió mientras en este país no se movía una hoja sin que él lo supiera; no se hagan cómplices de actos de barbarie y satanismo; no se burlen como él de los chilenos desaparecidos, torturados o exiliados; demuestren la grandeza moral que él no tiene y háganse cargo también de sus errores y debilidades.
La clase trabajadora de este país pagó el costo de su desarrollo. Sobre sus hombros y privaciones se construyeron y amasaron, bajo el amparo de una mal llamada libertad económica, las enormes fortunas que hoy se encuentran en manos de muy pocos chilenos. Las empresas que tanto esfuerzo costó al país construir fueron regaladas a sus acólitos, para que a la vuelta de los años fueran vendidas a extranjeros, como acaba de ocurrir con una del sector eléctrico.
La seguridad social, obligación del Estado, se convirtió en una empresa privada generadora de cuantiosos recursos que benefician a los pocos dueños de las empresas que hoy en día manejan. ¿Cuánto ganan las sociedades propietarias de las AFP y cuánto ganan los fondos de pensiones de los trabajadores? Las diferencias son abismantes: las utilidades de las primeras superan 600 veces las de las últimas.
El movimiento sindical se atomizó y sobre él se volcó la furia empresarial para tratar de extinguirlos, quedando los trabajadores en la más absoluta indefensión gracias al famoso plan laboral, cuyo autor se ha perdido en el anonimato después de ver frustrados sus intentos para alcanzar alguna figuración política.
En el plano de las libertades individuales, sólo se permitieron las de los partidarios del régimen absolutista, conculcándose los derechos y libertades de millones de chilenos que disentimos de la tiranía, a los que se hostigó, expulsó de sus trabajos, arrancó de sus hogares y condenó a vivir durante muchos años en el ostracismo.
¿Acaso se olvidan, colegas, de los mal llamados programas de empleo, como el Pojh y el Pem, limosnas con que se humilló a los trabajadores y se condenó a la prostitución a miles de mujeres chilenas? Sí, colegas, escucharon bien, se condenó a la prostitución a miles de mujeres chilenas, que para alimentar a sus hijos, sacrificaron su más preciado don: la dignidad.
¿Acaso se olvidan también de los ancianos, de los pensionados, de los enfermos, a los cuales se les dejó en el olvido durante mucho tiempo en los años del terrorismo de Estado, cuando los cuantiosos recursos del Fisco se invirtieron para armar a la Dina, manejada por un desquiciado que, gracias a Dios y a la dignidad recuperada de nuestros jueces, hoy está en la cárcel?
¿Acaso se olvidan de Tucapel Jiménez, de Nattino, Parada y Guerrero, de Letelier, Prats , Lorca , Atencio y Lobos, del joven Martínez , del transportista Fernández , Bernardo Leighton y tantos otros chilenos anónimos que pagaron con su vida su lucha por recuperar la dignidad pisoteada en nuestro país?
¿Acaso Pinochet cree que podemos olvidar la tragedia que afectó a nuestra Patria? ¿Cree, acaso, que el viento y la arena borrarán las huellas del verdadero genocidio que se cometió en nuestro país en contra de quienes creía sus enemigos, en una guerra que sólo él declaró en contra de un pueblo indefenso?
¡No, jamás olvidaremos! En la memoria de cada uno de nosotros y de nuestros hijos, perdurará fresco el recuerdo de aquellos años que ustedes quisieran que olvidáramos. Su recuerdo fortalecerá nuestra voluntad para impedir que la tragedia se repita.
Muchos de ustedes -fundamentalmente los que se fueron de la Sala- querrán traer a esta sesión mi gesto de abril de 1990, cuando en aras de una verdadera reconciliación estreché la mano de mi opresor y carcelero. Créanme cuando les digo que no me arrepiento de haberlo hecho, porque ese gesto respondió a mi ferviente deseo de que este país se reconciliara. Pero cuando ahora escucho al dictador amenazar, amedrentar, chantajear y burlarse de sus atrocidades, no puedo sino concluir que él busca las condiciones para que en Chile no exista reconciliación y pueda nuevamente sembrarse la cizaña de la sinrazón que nos lleve de nuevo a un quiebre institucional.
Su presencia en el Senado busca ese objetivo: dividir profundamente a la clase política para que su cizaña germine, y desde este monumento a la locura -lo constituye este edificio, símbolo, como muchos, de toda dictadura; alejado físicamente del poder político, de las necesidades de la gente-, de este Parlamento, carente de verdaderas facultades por enclaves trasnochados y de poder, de los cuales hoy él mismo se aprovecha, buscará, en su desvarío permanente, que el sistema democrático fracase para poder justificar su dictadura y todas y cada una de las barbaries cometidas durante su régimen despótico.
Pero se olvida Pinochet que, frente a él, ahora está un pueblo dispuesto a luchar por su libertad con las armas de la verdad, la justicia y la equidad, el cual evitará que se hagan realidad las utopías que en su régimen de terror no pudo realizar.
Mi intervención responde al propósito de esta sesión, cual es la de formular un juicio ético sobre la gestión pública de Augusto José Ramón Pinochet Ugarte y condenarlo, moral y políticamente, como ya lo ha hecho la inmensa mayoría de nuestro pueblo.
No busco revanchismo ni protagonismo. Sólo quiero expresar en esta tribuna con mi voz, esa condena de miles y miles de chilenos, y la de miles de compatriotas nuestros que no tienen voz, sino que tampoco vida, gracias a Pinochet.
He dicho.
-Aplausos.
"
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