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El señor MARTÍNEZ, don Gutenberg ( Presidente ).-
Tiene la palabra la Diputada señora Mariana Aylwin, por nueve minutos.
La señora AYLWIN (doña Mariana).-
Señor Presidente , lo que ha pasado recientemente en esta Sala demuestra que no podemos seguir tapando el sol con la mano. Ninguno de nosotros puede acallar un debate que ha estado silenciado por mucho tiempo y, más aún, creo que es nuestro deber encauzarlo. De lo contrario -y aquí hay un presagio-, si no lo hacemos en forma razonable -este es un llamado a nuestros colegas de la Oposición y a nosotros también-, esto nos arrastrará a la irracionalidad, a la frustración, a la confrontación. Este debate no sólo se refiere a Pinochet, sino también a las dificultades que está enfrentando nuestro proceso democrático.
El general Pinochet y los defensores del régimen militar no pueden pretender que el paso del comandante en jefe del Ejército al Senado no genere indignación, aunque esté contemplado en una norma constitucional que todos conocemos. Tampoco pueden pretender tener el privilegio de ser intocables y de saltarse, como ahora, todos los juicios judiciales y políticos -por eso felicito a la Diputada señora Prochelle y al Diputado señor Longton , que han permanecido en la Sala- y llegar incólumes al juicio inevitable de la historia.
Como una dictadura que se precia de tal, ésta dejó todo bien atado con la ley de amnistía; la inamovilidad de los comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas; el Ejército bajo el mando de Pinochet por ocho años, después del retorno a la democracia; un puesto vitalicio para él en el Senado, cuando terminara esa función, probablemente para seguir teniendo fuero e inviolabilidad; una institucionalidad hecha a la medida, como él dijo varias veces, para proteger a su gente. ¿A cuál?, me pregunto. ¿A los que participaron en el gobierno militar? ¿A los que hicieron el trabajo sucio de la represión? ¿O también a los sectores privilegiados de este país, que se ampararon y enriquecieron bajo un sistema que los protegió con esmero? ¿No fue explícito el general cuando dijo que había que cuidar a los ricos?
Es cierto que los demócratas chilenos aceptamos una transición pactada. Decidimos derrotar a la dictadura con sus propias reglas del juego. Lo hicimos, porque siempre rechazamos la violencia como método político. También, porque el régimen militar fue insensible a la movilización social y se cerró a las alternativas de una apertura. Seamos realistas: lo hicimos porque no teníamos más opciones. Asumimos el reto; dimos gestas heroicas; derrumbamos la dictadura con el voto de un pueblo que se sobrepuso al temor y manifestó su voluntad de recuperar su ciudadanía, dignidad y libertad y avanzar por una senda de justicia.
No nos arrepentimos del camino asumido. Al contrario, éste ha tenido muchos logros, y creo que es deber nuestro reconocerlos y valorarlos. Nos sentimos orgullosos -yo me siento orgullosa- de lo que hemos logrado. Pero seamos claros. Lo que hemos conseguido ha sido muchas veces a pesar de Pinochet, y con la resistencia casi continua de las fuerzas políticas de la Derecha.
Es evidente que la institucionalidad heredada ha entrampado nuestro proceso. En ese marco, Pinochet no ha hecho más que asumir el papel que le asignó el sistema institucional. Por lo tanto, el problema de fondo es la institucionalidad, no el general Pinochet . No obstante, la actitud que ha tenido el general y la Derecha, que lo respalda, no se compara con el esfuerzo hecho por la inmensa mayoría de los chilenos: actuar con prudencia, buscar la paz, restablecer la convivencia para construir un país común, respetando las diferencias; asumir las responsabilidades históricas que a cada uno nos corresponden. Al contrario, él siempre ha querido mantenerse en el límite de lo permitido, intentando hacer sentir el peso de su poder a través de presiones, provocaciones, amenazas y amedrentamientos, especialmente cuando se ha sentido afectado en lo personal.
Recordemos que en los casos conocidos como “ejercicio de enlace” y “boinazo” el hecho determinante fue la situación procesal que afectaba a su hijo en relación con unos cheques que había recibido del Ejército.
Si bien el general Pinochet nunca ha conseguido lo que pretendía ni ha logrado poner en peligro la estabilidad institucional, su forma de actuar, en una lógica de poder reñida con la democracia, sigue siendo un factor de división y perturbación.
Se ha hecho referencia a opiniones expresadas por mi padre, el ex Presidente Aylwin, quien fue elegido por todos los chilenos, pero que no será senador vitalicio, institución en la cual, por cierto, no cree ni aspira a formar parte de ella. Se ha mencionado que él dijo que la presencia del general Pinochet en la Comandancia en Jefe del Ejército ha servido para que en Chile no se produjeran situaciones de alzamiento, como las que en otras naciones protagonizaron algunos coroneles en períodos de recuperación democrática. ¿Alguien puede decir que eso no es una realidad? Sin duda, la gran autoridad y ascendiente de quien ha sido tanto tiempo jefe absoluto ha sido un factor que ha evitado ese riesgo. Por ende, ha sido un factor de estabilidad.
Sin embargo, el tiempo nos demuestra que no basta la estabilidad. Tras ocho años de gobiernos democráticos, muchos sentimos que la senda por la cual hemos transitado está bloqueada. Lo que parecía aceptable hace algunos años hoy se hace cada vez más insostenible para más chilenos. Vivimos una democracia anómala, en la cual en vez de gobernar la mayoría con respeto a la minoría, gobierna la mayoría siempre que la minoría se lo permita. Dos programas presidenciales, aprobados mayoritariamente por los chilenos, han chocado con la estructura de un Senado que no representa la voluntad popular.
Los partidos de Derecha siguen apegados a los poderes fácticos y no han sido capaces de vivir en democracia sin los subsidios que les legó el régimen militar.
El riesgo de la marginación del sistema es creciente. ¿Para qué participar y votar si el poder no está en las instituciones democráticas, sino que lo detentan, en definitiva, los que tienen la fuerza y el dinero? Frente a ello, ¿nos quedamos de brazos cruzados? Quería apelar a los partidos de Oposición a que se pusieran en nuestro lugar.
Esperamos que la naturaleza se encargue de hacer lo suyo y que, en unos años más, en vez de ser Pinochet el senador vitalicio lo sea Eduardo Frei ; y que en vez de tener escasas opciones para designar senadores democráticos y progresistas, haya muchas más, y que la Derecha, entonces, en forma generosa, se disponga a hacer las reformas, porque lo mismo que ahora la favorece dejará de convenirle.
Nuestra gran distancia con el general Pinochet está en cómo concebimos el poder. Él ha entendido la política como una acumulación de poder sin restricción; lo ha ejercido sin un concepto ético, desligado de valores superiores. Ni el respeto a la dignidad humana, ni la libertad, ni la justicia inspiraron sus acciones.
Por eso, durante su gobierno se usaron métodos que permitieron violaciones masivas a los derechos humanos. Por eso impuso una lógica de guerra y un clima de odios. Por eso, nos ponía frente a la disyuntiva de optar por la modernización o la vida humana, por el desarrollo o la democracia. Por eso, en todos estos años no ha sido capaz de hacer un gesto de reconocimiento, de generosidad, de reconciliación.
Señor Presidente , podemos tener opiniones distintas respecto de la historia y del porvenir; pero, por sobre esas distancias, el país necesita que seamos capaces de construir una visión ética común acerca del poder, ligada a valores básicos.
A quienes comparten, más allá de las legítimas diferencias, una manera de concebir la política lejos de los personalismos y vinculada a la realización del bien común, les hacemos un llamado para que no sigan cerrando filas con un esquema que violenta la conciencia democrática y la aspiración de paz y de justicia de la inmensa mayoría de los chilenos.
He dicho.
-Aplausos en la Sala.
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