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El señor VELASCO (de pie).-
Señor Presidente, honorables colegas, distinguida familia de Adolfo Couve, señores intendentes, alcaldes, concejales, decanos de facultades, profesores, queridos alumnos:
Adolfo Couve Rioseco nació en 1940 como él decía “en uno de los cerros de Valparaíso, no sé en cuál. En todo caso, todos miran al mar”.
Estudió en el colegio San Ignacio y en la Universidad de Chile, en cuya Escuela de Bellas Artes se formó como pintor. Completó su formación plástica en la Ecole des Beaux Arts, de París, y en el Art’s, Students League, de New York.
Destacado articulista y crítico de arte, se desempeñó como docente en la Escuela de Artes de la Universidad de Chile.
Si bien incursionó en la plástica con reconocido éxito, decidió su rumbo hacia la literatura. Fue en Cartagena donde nacieron sus más importantes novelas; en el balneario, “esa playa sucia, abandonada todos los inviernos, ese escenario, esa apariencia, ese deterioro infinito, perdida entre la muchedumbre como un despojo a la deriva”.
Allí, en su villa de estilo italiano, contemplaba el mar y cultivaba su jardín, inmerso en un espacio sin tiempo, sólo en compañía de Carlos, sus flores, el perro y un loro, que día a día repetía su nombre.
Adolfo eligió la rama de un gran árbol: la del arte. Es la que conduce al cielo, a las alturas del espíritu, sensibilizando al humano en lo más profundo de su ser, por donde las vías frágiles de la existencia serán vividas en sus extremos o muy felices o muy tormentosas, tan aceleradas como el tren o tan contempladas como la mirada del pintor.
Adolfo Couve vio la profundidad de la vida con sus ojos agudísimos de pintor, siempre cerca del mar y la locura, entre los abismos y la obsesión del artista, como aquella mujer trastornada que corría de un lado a otro en la extensa playa, con la vista fija en el oleaje vacío, esperando el cuerpo de su marido.
Así Couve, con sus personajes sumergidos en lo cotidiano, el chofer, el fotógrafo, la modelo a la que le ha pasado el tiempo por su cuerpo, las calles desgastadas por la lluvia, nos va llevando a la realidad, mostrándonos la belleza por medio del dolor humano, poniéndonos delante el rostro que no puede ocultar la tristeza del fracaso, el hombre vacío, la mujer en soledad, los perdedores, el sufrimiento, elevando al marginal y olvidando al exitoso, dándonos a conocer la cercanía existencial que él mismo poseía con la vida.
La grandeza del mar, el movimiento de los árboles, el silencio de la naturaleza, el paseo tranquilo por las orillas de la vida, la ensimismación de la lejanía del horizonte, los colores de las puestas del sol, son los elementos que se expresan en la escritura de Adolfo, dando el paso para pensar en cada rincón de su vida, rodeada por sus mismas palabras, por la bóveda infinita, los techos de las casas, los árboles oscuros que se extendían ante los ojos del párroco (del libro “El tren de cuerda”) o como los largos paseos solitarios que cada mañana efectuaba por las orillas del mar “Comondo” (pintor, personaje del libro “Comedia del arte”), el pintor que ha dejado, por intermedio de los dioses, sus utensilios a “Sandro”, con el solo símbolo de posar su mano sobre el hombro del niño, representando Sandro a todos los artistas que llevan su arte innatamente y que seguirán el camino que aguarda a los más afortunados: la soledad.
Couve, en cada obra deja su enseñanza. No impone, sólo muestra una perspectiva real, pero distinta de lo establecido por la sociedad consumista, de la vida, que se desarrolla entre los colores de las pinturas y las reproducciones perfectas en palabras de la realidad. Así como un maestro que da una “Lección de pintura”, Adolfo nos entrega una lección de vida, siendo ésta sin duda su mayor preocupación. Ya lo decía en una entrevista: “A mí me interesa saber de qué se trata la vida, porque es una cosa muy fuerte. Cuando miro al cielo y me pregunto, ¿qué será este misterio tan grande?”.
Couve trataba incansablemente de traducir la esencia misma de las cosas, de la vida y su sentido, entre pintura, entre la música, entre los conciertos que cada mañana le entregaba su jardín, en donde nacía una nueva rosa mientras otras se marchitaban y las hojas caían al suelo por el otoño.
Quizás la vida ya la había descrito en “El cumpleaños del señor Balande ”, donde los invitados se mueven tal cual son, sin ocultar sus máscaras, ya que Adolfo penetra en el interior del ser de cada uno de sus personajes, como es el caso del tío Javier , que tenía una avanzada arteriosclerosis y había lanzado al excusado las joyas de su familia.
Es posible que Adolfo haya tenido dentro el tío Javier, ya que él también se alejó de todo lo material para llegar a la riqueza del espíritu y escribirlo con la pura simpleza de las palabras, en donde cada una está pensada, reflexionada, contemplada, para traducir una realidad completa, por la cual llegamos al lugar donde se encuentra la cuerda del tren de la vida, que nos permite hacer el camino pasando desde la sombra a la media tinta, y de ésta a la luz; o desde el paraíso al purgatorio y de éste a las tinieblas, saliéndonos de nuestro centro para atravesar el sendero de la materialidad y llegar a la captación de la vida a través del otro. Por ejemplo, desde la Gioconda, que un día lo hizo estremecerse por ver en ella mucho de él mismo, o vernos por el Niño de mármol, que se encontraba en medio del caos y bajo el único claro que permitían los enormes paltos: El tren de cuerda.
Adolfo daba vida a sus personajes por medio de la luz y la sombra. Por eso vemos a Anselmo en la sombra, por no ver caer de los cielos los miles de globos de colores que le habían prometido, y en una luz cuando la madre se reencuentra con su hijo.
Couve escribía sin identificarse con generación o tendencia literaria. No le interesaba la notoriedad ni la fama, menos el dinero; sólo vivir cerca del mar, deambulando, dedicándose a la reflexión, al conocimiento de él mismo y del mundo circundante.
La mayoría de las veces fueron postergadas sus novelas, ya que las editoriales las encontraban muy breves. El escritor, en una entrevista, decía: “Las editoriales no se han dado cuenta de que los lectores quieren ahora la espiritualidad, volver a los arquetipos. Esto es lo que la gente necesita en medio de tanto materialismo y consumismo”.
Así, nuevamente el conocedor secreto de la existencia nos marca con su rayo de realidad y de verdad lo que necesita el lector hoy en día y lo que es, debe ser y buscar el escritor en estos tiempos. Por esto nos dice que el artista mediocre es lo más grave que hay, ya que el mal que causa no es al cuerpo sino al alma.
Su meta era la obra bien hecha, el arte, la perfección y la belleza.
Ahora te vemos por fotografías. También te encontramos entre la gente en Cartagena, o apareces de repente paseando solitario por la playa. Has quedado estampado en el fotógrafo, en el lustrabotas. Te veo hasta en el sonido de algún letrero colgado con faltas de ortografía, que se mueve con el viento de otoño.
Te veo en este día nublado donde la luz cae entre las nubes directo al mar, mientras la sombra del paradero continúa ahí y en el movimiento.
Adolfo Couve Rioseco , si algo nos enseñaste fue que la belleza no se encuentra por donde pasa el dinero, en una alfombra roja ni en los platos adornados con finas zanahorias. Presiento que a ti no te hubiese gustado un homenaje ni tantos honores como hoy te rendimos, menos en este mundo tan marcado por la avaricia, la ambición, la injusticia, las acusaciones perdidas. Pero aquí también, Adolfo , se lucha entre el bien y el mal, y al recordarte a ti nos llenamos de la realidad de esta tierra, entre la belleza de la naturaleza y el eterno caminante de la calle.
He dicho.
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