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Señor Presidente , en primer lugar, agradezco el trabajo y el esfuerzo de don Alberto Etchegaray , del Ministro señor Pizarro y de don Eugenio Ortega , pues revelan preocupación y un avance importante que celebro.
Sin embargo, el tema de hoy es la pobreza.
Chile no es un país pobre, contrariamente a lo que se nos enseñó cuando niños: es un país muy rico. Y, en mi opinión, la pobreza deriva sólo de no saber administrar bien nuestra riqueza.
Por consiguiente, debemos preocuparnos de hacerlo bien; de modernizar el Estado, para que sea eficiente: reducir sus gastos; organizar sus Ministerios y sus sistemas de administración, que son francamente anacrónicos.
Chile avanzó bastante durante muchos años en materias económicas y sociales, pero no ha adelantado nada en la administración del Estado. Es la gran tarea pendiente que debiéramos asumir, como una de las funciones principales, durante 1997. Y lo vengo solicitando desde hace largo tiempo.
Tenemos que crear incentivos a fin de focalizar los recursos, porque no es admisible pensar que en una economía de mercado ellos se destinen a las partes más difíciles para desarrollar riqueza.
Bien sabemos que la pobreza se combate sólo produciendo y generando riqueza, y no escudriñando en la miseria y en las penas de los pobres, ni muchos menos contando a éstos, como algunos acostumbran.
Seamos austeros. ¿Para qué viajes al exterior, como ha ocurrido ahora, en que un Ministro no pudo estar presente durante toda la sesión porque debía partir al extranjero?
¿Cuánto cuestan nuestras sesiones especiales de hoy? ¿Tres, seis millones de pesos, sólo en las publicaciones que harán los diarios de lo que aquí se diga? ¿Por qué en lugar de ello no formamos una comisión de Senadores que actúe juntamente con las personas que planifican, por parte del Ejecutivo, los caminos para derrotar la pobreza, de manera que se pueda coordinar efectivamente la labor en ese sentido?
La gente quiere trabajo estable, productivo; quiere trabajo bien remunerado y con futuro. Ése es el fondo de lo que desea, porque bien sabe, con la intuición popular --bastante más sabia que mucho de lo que aquí se pueda decir--, que es la verdadera senda para conquistar un mejor porvenir y derrotar la pobreza en que se encuentra.
Pero es preciso crear, como he señalado, incentivos para el desarrollo, en especial de zonas pobres, con fórmulas concretas.
Por mi parte, presenté al Gobierno --que no ha acogido mis proposiciones-- un sistema de diferimiento tributario que ha sido exitoso en otras partes del mundo, sobre la base del cual se elaboró el Plan Marshall después de la destrucción de Europa con motivo de la Segunda Guerra Mundial. Se trata de que los empresarios, en lugar de pagar los impuestos, puedan diferir el cumplimiento de esa obligación, y de que los mismos recursos se inviertan en labores productivas en zonas pobres, con conocimiento de los consejeros regionales, de las municipalidades y, en definitiva, de la propia Región y de su gente, que aprueban proyectos que redundan en la contratación de personas, para derrotar la pobreza.
Dicho diferimiento tributario no implica costo para el Estado, salvo la demora en recibir los mismos dineros que gasta otorgando un conjunto de ayudas que, a la postre, no constituyen sino paliativos para una situación temporal, ya que no es la solución última.
En consecuencia, lo importante es el buen uso de los fondos. ¿Y qué puede ser más relevante que emplearlos en la familia, en la casa propia que desea cada chileno?
Cabe recordar que la mayor fuente de recursos se encuentra en lo acumulado en los fondos de pensiones. El Senador que habla propuso, concretamente, que aquello que el legislador estimó como exceso al establecer el nuevo sistema previsional, es decir, todo lo que superara 4 por ciento de rentabilidad anual, fuese entregado a las personas para la adquisición de una casa propia, para que les sirviera como ahorro a fin de comprar su vivienda. Sin embargo, el Gobierno no escuchó.
Cuando expuse este mecanismo, la rentabilidad promedio de los fondos de pensiones ascendía, en más de una década, a 14 por ciento. Hoy ha bajado a alrededor de 12 por ciento. Se han perdido miles de millones de pesos para el efecto que señalo, que pudieron haber estado invertidos en ahorro previo a fin de construir viviendas para las familias más pobres. ¿Y qué hay más importante que una familia --como he podido apreciarlo con la mía-- con una casa, con un hogar para poder desarrollarse?
Estimo justo, señor Presidente, que estas medidas también digan relación al hecho de que la riqueza se puede heredar, dado que es una forma de incentivar a los padres para acumular riqueza y ahorro. Pero lo que no puede ser aceptable es que se herede la pobreza. Y eso es lo que ocurre hoy. Ello sucede porque no existe una real igualdad de oportunidades para que los hijos de los pobres puedan competir con los hijos de las familias ricas.
Porque la salud y la educación, por ejemplo, no son igualitarias. Cuando en 1989 fui acusado de demagogo por afirmar que aquéllas debían ser gratuitas para quien no contara con qué pagarlas, no estaba sino diciendo que el Estado debe cumplir con su papel subsidiario en ese plano, para que tanto los hijos de los demás como los míos tengan igualdad de oportunidades.
La necesidad de igualdad de oportunidades surge hoy nuevamente. Y celebro que ello entre a formar parte de un léxico que ya va siendo compartido por todos nosotros. Si no, el sistema de economía social de mercado pasa a ser solamente retórica.
La regionalización y los incentivos productivos también a nivel de cada zona son fundamentales. La pobreza, en la Región que represento, alcanza a dos de cada cinco habitantes y se ha concentrado, transformada en indigencia rural.
Son muchas más las cosas que podría decir sobre el particular, señor Presidente, pero el tiempo es realmente breve para analizar estas materias en profundidad.
Sugiero, formalmente, que en el Senado se constituya una comisión que, en conjunto con los representantes del Ejecutivo , trabaje en la búsqueda de fórmulas claras en relación con el asunto que nos ocupa. Y ello, para que no celebremos anualmente una sesión como la presente, en la que se habla mucho, pero después no se trazan caminos concretos para alcanzar los objetivos de bien que todos nos proponemos.
He dicho.
"
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