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El señor OTERO .-
Señor Presidente , el maltrato a menores en Chile no es accidental, sino una práctica habitual. La UNICEF estima en 200 mil el número de menores agredidos, a diferencia del SERNAM, que los limita a sólo 50 mil. Según dicho organismo internacional, la realidad sobrepasa en cuatro veces la cifra dada por el Gobierno.
El maltrato infantil se produce en todos los estratos socioeconómicos. Sin embargo, las estadísticas señalan que se centra en los sectores de mayor pobreza. En la Región Metropolitana, las comunas con mayor porcentaje son: La Florida, con 7,6 por ciento; Puente Alto, con 7,4 por ciento, y La Pintana, con 6,6 por ciento. Las siguen, con cerca de 5 por ciento, Maipú , Peñalolén y Pudahuel, y con más de 3 por ciento, San Ramón , Santiago, San Bernardo , La Granja y El Bosque.
Lo anterior demuestra claramente que el maltrato aumenta con la falta de educación y de cultura que se asocia a la extrema pobreza. Empero, no debemos incurrir en el error de que este maltrato es propio y exclusivo de este sector, por cuanto también se produce, en menor proporción, en los demás estratos sociales.
Mi experiencia como Abogado, Profesor Universitario y Senador me ha demostrado que en este país se tiene la convicción de que los problemas sociales se solucionan dictando nuevas leyes, creando nuevos delitos o aumentando las penas. Se piensa que basta dictar una ley para que automáticamente el problema quede solucionado, lo que es un gravísimo error.
La ley es una norma general de conducta obligatoria; es un deber ser; es la forma en que debe actuar una persona para que exista una convivencia social, pacífica y provechosa. Para ello, la ley debe responder a una necesidad social comprendida y asimilada como tal por la ciudadanía, a objeto de que sea verdaderamente respetada. Una ley que no cuenta con un verdadero respaldo ciudadano existe pero no se cumple. No es posible tener un carabinero al lado de cada persona velando por que la ley se cumpla.
Esta situación es tanto más grave tratándose del maltrato a menores. Muchísimos padres no se dan cuenta de que están maltratando a sus hijos y, por el contrario, se hallan convencidos de que los castigos físicos o psicológicos de que los hacen víctimas son una forma legítima de educarlos. Basta recordar el adagio educacional que decía "La letra con sangre entra". Esta forma de educar --importada desde Europa-- se aplicó en numerosos colegios chilenos hasta no hace mucho tiempo. Es más, la gran mayoría de los padres o madres que incurren en maltrato infantil fueron, a su vez, víctimas del mismo maltrato, que también se les justificó con la frase "Es por tu bien".
A esto cabe agregar una serie de creencias populares producto de la ignorancia y de atavismos. Por ejemplo, si un niño se orina en la cama, se piensa que lo hace intencionalmente y que hay que castigarlo, sin saber que ello puede ser motivado por una enfermedad o por situaciones psicológicas ajenas a la voluntad del menor. Ello no obstante, he conocido casos en que madres llegan hasta a quemar con planchas o cigarrillos a sus hijos para que "por miedo" se corrijan de este "defecto", sin comprender que es algo involuntario y muchas veces patológico.
De igual manera, existe la creencia de que el niño varón no debe llorar y que hacerlo es signo de poca hombría. Si éste llora en la noche, sin preocuparse de conocer la causa, se le castiga para "hacerlo hombre", lo que demuestra absoluta ignorancia en materia de psicología infantil y en cuanto a que en materia de sentimientos y temores no existe diferencia alguna entre niños y niñas. Ejemplos como éstos hay demasiados.
Lo anterior nos demuestra que el maltrato infantil no se erradica con leyes ni con medidas policiales. Los tribunales sólo conocen los casos que detecta la policía o le son denunciados, los que constituyen una ínfima parte de los que ocurren en la realidad. El niño es maltratado en la intimidad de su hogar, lo que hace muy difícil o casi imposible detectar esta situación. La prueba más evidente es que la ley sobre violencia intrafamiliar no ha sido suficiente para impedir lo que está sucediendo. Ese cuerpo legal se encuentra en vigencia desde hace cerca de dos años y, pese a ello, hemos conocido casos brutales de maltrato infantil en el último tiempo.
La única manera efectiva de combatir el maltrato infantil es educando a los padres, creando conciencia de la responsabilidad que conlleva ser padre o madre; de que el castigo físico o psicológico no es el medio más adecuado para educar a los hijos; de que éstos necesitan un hogar donde se conviva en paz y reciban el amor que los transforme en seres útiles a la sociedad y no en portadores latentes de una violencia contenida, que se va a reflejar a lo largo de toda su existencia.
El menor que ha sido víctima de maltrato durante su infancia y niñez queda afectado psicológicamente de por vida. Más graves que las lesiones físicas, que en la gran mayoría de los casos se curan y desaparecen con el tiempo, son las lesiones emocionales y psicológicas. Éstas no son apreciables a simple vista, influyen subconscientemente en el afectado durante toda su existencia y repercuten gravemente en su conducta social y familiar. Lamentablemente, se detectan cuando ya se es adulto y se tienen los medios económicos para concurrir a un psicólogo o a un psiquiatra, lo que es excepcional.
Sin embargo, hay que tener mucho cuidado en no sobrerreaccionar y pasar al otro extremo, en que al niño debe aceptársele y permitírsele todo. Ambas situaciones son nocivas. En un caso se afecta la salud física y psíquica del menor, y en el otro se daña gravemente la convivencia social al producirse una generación de inadaptados y de rebeldes sin causa que creen que todo les está permitido.
Es paradójico y asustante que, frente a este gravísimo problema social, nuestra sociedad actúe como el avestruz. El acto más trascendental en la vida de un hombre y de una mujer es crear una familia y ser padre o madre. Pese a ello, no existe ningún plan de estudios, ninguna universidad o institución que imparta cursos destinados a enseñar lo que implica ser padre y madre, las responsabilidades que ello conlleva y, fundamentalmente, la manera de educar a los hijos. Durante 18 años fui director de centros de padres y alumnos, y por más de 36 años, profesor universitario. Nunca supe de un curso o de una charla que estuvieran destinados a los padres de familia para abordar el problema del maltrato infantil. La educación de los hijos se aborda excepcional y superficialmente.
La responsabilidad de combatir el maltrato infantil corresponde a la sociedad en su conjunto. Es una obligación ineludible del Gobierno y un deber del que no pueden sustraerse las iglesias, las universidades, los establecimientos educacionales y, muy especialmente, los medios de comunicación social y centros de padres y apoderados. Es indispensable que todos, dentro de la esfera de sus respectivas atribuciones y campos de acción, asuman la responsabilidad que les cabe en esta tarea. Sólo así se podrá cambiar nuestra idiosincrasia; entender que la educación del niño no se hace con violencia física o psicológica, y comprender que, en lugar de ayudar a nuestros hijos y prepararlos adecuadamente para su futura vida en sociedad, estamos creándoles traumas profundos y dejándoles cicatrices emocionales que les afectarán de por vida.
Corresponde al Gobierno iniciar esta tarea a través de los Ministerios de Educación y Secretaría General de Gobierno. Éstos deben reunir a un grupo de expertos, con la debida participación de las iglesias y universidades, capaces de asesorar en la creación de cursos y conferencias destinados a este propósito. Asimismo, deberán preparar folletos ilustrativos sobre la materia que se repartan gratuitamente a nivel nacional, de manera que lleguen a cada hogar. Los colegios y universidades debieran establecer, dentro de sus programas, clases obligatorias para los alumnos de los cursos superiores, donde se les capacite para ser realmente padres y madres, y no sólo en forma biológica. Igual obligación debe consignarse para los centros de padres y apoderados, especialmente a niveles parvulario y de educación básica. Es tarea de las iglesias, dentro de sus enseñanzas éticas y morales, concientizar a sus fieles sobre la existencia del problema y la forma de remediarlo. Los medios de comunicación social deberían sumarse gratuitamente a esta labor de culturización, como ya lo han hecho ciertos "spots" televisivos.
Lo anterior no excluye ni elimina en forma alguna la responsabilidad que cabe a cada padre y madre de analizar su propia conducta y buscar los medios de capacitarse adecuadamente para el ejercicio de tan noble y difícil misión.
Aparte lo anterior, es preciso comprender que el maltrato infantil constituye una forma de violencia.
Hoy, en el cine y en la televisión, el uso de la violencia aparece como una virtud de los héroes y como un medio válido para lograr lo que se quiere. Ello obliga a combatir toda forma de violencia. Y, con tal fin, el Consejo Nacional de Televisión debe aplicar estrictamente la ley respecto de los programas que exhiben truculencia y violencia desmedidas; y los medios de comunicación social y los dirigentes políticos, sindicales y estudiantiles tienen que expresar su absoluto repudio a quienes incurren en ellas. Quien excusa la violencia es tan responsable como el que la practica.
Finalmente, pido al Honorable Senado oficiar, en mi nombre, a Su Excelencia el Presidente de la República solicitándole que, si lo tiene a bien, con la mayor brevedad y en consideración a lo expuesto, dirija y encabece, a nivel nacional, una campaña de educación y concientización destinada a combatir este flagelo; que disponga la asignación de los fondos necesarios para ello, y que, en los programas que resulten de la reforma educacional, se contemple preferencialmente esta materia. A este efecto, pido que en el oficio pertinente se transcriba al Primer Mandatario íntegramente esta intervención.
He dicho.
--Se anuncia el envío del oficio solicitado, en nombre del señor Senador, en conformidad al Reglamento.
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