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El señor HAMILTON.-
Gracias, señor Presidente.
En este año de 1994, se han cumplido cien años del establecimiento de los salesianos en Valparaíso. Como Senador de la Región y amigo y admirador de lo que esa Congregación religiosa ha hecho en Chile y en el mundo, deseo asociarme a los múltiples homenajes que se han rendido al Colegio San Agustín de Valparaíso con ocasión de su centenario.
Siendo Senador por la región austral, conocí su patriótica presencia en la Patagonia y su humanitaria labor, que comenzó con la salvación de los últimos vestigios de los indios, pasando por rescatarlos de los sistemáticos abusos que cometían los primeros terratenientes criollos y británicos que ignominiosamente se adueñaban de sus tierras. Aún se conservan construcciones destinadas a salvar a los últimos sobrevivientes de los pobladores primitivos de esa zona. En Punta Arenas, una de sus calles recuerda a Monseñor Fagnano , defensor de los aborígenes patagónicos.
Hoy esa labor de desarrollo continúa a través de modernos liceos, tecnificadas escuelas profesionales y un excelente Museo Regional, conocido universalmente por el mundo especializado.
Como Ministro de Vivienda del Presidente Eduardo Frei Montalva, incentivado por un destacado sacerdote salesiano, don Gustavo Ferraris, tuve la satisfacción de dar el nombre de Don Bosco a la más alta torre edificada por ese Ministerio a la entrada de la ciudad de Punta Arenas, y de buscar los caminos legales que permitieron financiar un gimnasio techado en uno de los liceos que la Congregación mantiene en esa ciudad.
Muchos años después, siendo Ministro de Minería del Presidente Aylwin , me encontré con el entusiasmo de otro salesiano, el padre Ulises Aliaga , que se había empeñado en construir un templo en homenaje a Don Bosco y acorde con Valparaíso. Este moderno sitial de la fe se levanta en Avenida Argentina, muy cerca del Congreso Nacional y de la estatua de cobre que CODELCO levanta en homenaje a la solidaridad. A pedido suyo, intercedí ante "Procobre", a fin de que donara el metal que hoy cubre el techo de esa construcción.
1894-1994... Han pasado cien años desde que Valparaíso, como inmensa gaviota, desplegara las alas de sus cerros para dar la bienvenida al "Britannia", vapor que trajo la primera semilla que fructificaría en la señorial Quinta Waddington , junto al Estero de las Delicias, como se llamaba a la Avenida Argentina en aquel entonces.
Don Bosco soñó en Turín su obra en Valparaíso; nosotros palpamos ahora su realidad.
En cien años, por sus aulas llenas de sol y alegría han pasado eminentes profesores de nuestros liceos, brillantes académicos de nuestras universidades, distinguidos políticos, esforzados trabajadores y respetables sacerdotes.
Así como Roma no se hizo en un día, una Casa Salesiana es el fruto de un proceso.
Para San Juan Bosco , la naciente República de Chile no le era ajena, como tampoco las ciudades de Talca, Santiago, Concepción, Valdivia y Valparaíso: el joven sacerdote chileno Camilo Ortúzar Montt había pasado a visitar a Don Bosco para solicitarle consejo, y el Santo le ofreció "Pan, trabajo y paraíso". Así, se convirtió en el primer salesiano chileno.
La Casa de Valparaíso también es fruto de autóctonas semillas locales que prepararon la tierra y transformaron una señorial Quinta en un vergel de científicos, historiadores, músicos y mecánicos.
Una eminente dama porteña, doña Antonia Ram��rez de Rabusson , veía con evangélica preocupación que cientos de niños y jóvenes deambulaban por los cerros de Valparaíso, sin destino y sin futuro. Sus amistades le contaron que en Turín había un sacerdote con fama de santo que, junto a otros, aplicaba un método educativo basado en el trabajo y la alegría.
"Había que traer a los Boscos", como los llamaba ella cariñosamente. Todo lo previo para instalarlos en esta ciudad, cediendo, con ese fin, una pequeña fortuna. Pero Dios no permitió que esta iniciativa fuera mérito de una sola persona: doña Antonia murió sin alcanzar a verlos llegar.
Fue otra distinguida dama porteña la que completaría esa labor: doña Juana Ross de Edwards, quien, en su rica opulencia, fue maestra de generosidad y modelo de virtud. Ella compra especialmente para los salesianos -como ya se los conoce en ese tiempo- la Quinta Waddington, en las inmediaciones de este lugar.
Así como el noble alfarero modela la rústica arcilla, sagaces educadores han venido transformando, durante cien años, a miles de niños y jóvenes que en ese lugar cambiaron sus vidas y sus destinos para siempre. Porque un educador salesiano es, eminentemente, un formador de personas.
Lo dicho lo ratifican, con su presencia en la sede del Senado de la República de Chile, sacerdotes de Don Bosco, profesores, padres y alumnos del Liceo Salesiano y la Escuela Profesional San Agustín, y connotados ex alumnos de distintas promociones y destinos en la vida.
En un discreto lugar de esta ciudad, tras la Avenida Argentina, se encuentra la grandeza de esta obra de cien años.
Ha transcurrido un siglo, y el Colegio de los Padres Salesianos de la Avenida Argentina, no sólo es un prestigioso establecimiento de educación científico-humanista y técnico-profesional, sino que constituye un orgullo para nuestra Región. Ahí estudian más de 1.200 jóvenes que se forman como honestos ciudadanos y buenos cristianos. A lo largo de su existencia, millares de muchachos salesianos se han educado y capacitado en sus aulas. A modo de ejemplo, el Colegio cuenta con orgullo entre sus ex alumnos al glorioso marino Luis Pardo .
El colegio de Valparaíso es una de las muchas obras que los salesianos han fundado y mantienen a lo largo de nuestro país.
Desde 1887, año de la llegada de los primeros salesianos a Concepción y Punta Arenas, la obra de Don Bosco ha participado en el desarrollo de nuestra nación con gran celo apostólico y misionero. Chile le debe reconocimiento y gratitud por su gran aporte a nuestra cultura y por la formación de muchas generaciones de jóvenes.
Mantengo en mi espíritu la visión de los salesianos en Punta Arenas, Puerto Natales y Puerto Porvenir, con sus colegios, escuelas agrícolas, escuelas de artes y oficios, iglesias, capillas, observatorio meteorológico y museos regionales. Lo que vi en Magallanes es parte de lo que podemos apreciar en muchos lugares de Chile: en ciudades, aldeas, poblaciones y campos. Por eso, el Colegio Salesiano de Valparaíso es parte de esa obra vasta y fundamental para el proceso de desarrollo de nuestro país.
Trabajando en silencio, interrumpido sólo por las bandas instrumentales y coros de sus muchachos, la Congregación Salesiana ha llevado a cabo una inmensa obra educativa, cultural y evangelizadora, que en Chile es admirada y respetada por los cristianos y por la gente de buena voluntad.
Dicha Congregación ha dado al país muchos sacerdotes ilustres, como el Padre Valentín Panzarasa , uno de los precursores del socialcristianismo en Chile; el Cardenal Raúl Silva Henríquez , uno de los hombres más ilustres de la historia de la Iglesia chilena, y el Padre Egidio Vignano , actual rector mayor de la Congregación, quien trabajó en Chile por más de 30 años y adoptó nuestra nacionalidad. También han pasado por sus colegios hombres que ocuparon o actualmente ocupan cargos de responsabilidad en los Poderes del Estado, como el ex Presidente de la República don Patricio Aylwin ; el Presidente de la Corte Suprema , don Marcos Aburto , y los actuales Ministros de Transportes y Telecomunicaciones y de Vivienda y Urbanismo, señores Narciso Irureta y Edmundo Hermosilla , respectivamente.
Todo lo que los salesianos han hecho en Chile, en Latinoamérica y en el mundo tiene su origen en la visión de un santo, que en sus sueños vio las posibilidades misioneras y las necesidades educacionales de nuestro continente.
En el apogeo de la Revolución Industrial, en medio del optimismo racionalista, pocos pensaron en los pobres de las ciudades y aldeas, víctimas de la miseria, de la ignorancia y del atraso. En ese mundo, millones de jóvenes no tenían educación ni formación y debían trabajar jornadas de doce a catorce horas diarias.
Don Bosco fue un gran genio pedagógico, no sólo por sus teorías sobre la educación, sino también por su trabajo práctico y su fuego apostólico, capaz de transformar a niños y jóvenes abandonados, en ciudadanos honrados y trabajadores, y en cristianos ejemplares, dispuestos a servir a su Patria y a su Fe.
Don Bosco llamó a su método pedagógico "Sistema Preventivo", basado en tres principios de formación: la razón, la fe y la bondad. Sostenía que el problema de la educación de la juventud es un problema del corazón; que hay que saber ganar la confianza de los jóvenes para conseguir su adhesión a los valores y principios necesarios en su formación.
Hoy, la Orden de los Salesianos está extendida por todo el mundo. Los 18 mil religiosos que la integran trabajan en Europa, Asia, Africa y, de un modo especial, en América.
Para los chilenos, lo más conmovedor es que, desde los primeros años de la Congregación, cuando aún era débil y poco conocida, puso su pensamiento en los jóvenes, en los indígenas y en los pobres de América Latina. Por eso, envió a sus primeros misioneros a trabajar y a evangelizar entre los indígenas más abandonados del planeta, desde la Patagonia, al este de la Cordillera, el Neuquén argentino, hasta las islas de Tierra del Fuego y los canales australes de nuestra Patria, en donde los onas, los yaganes y los alacalufes se extinguían.
Cuando la Guerra del Pacífico provocó la orfandad de muchos niños chilenos, las Escuelas Profesionales de la Gratitud Nacional en Santiago abrieron sus puertas para acoger a muchos de ellos.
Por todo lo anterior, el centenario del Colegio Salesiano de Valparaíso no es acontecimiento que sólo interese a los habitantes de esta ciudad, sino que importa al país entero.
El Colegio de Valparaíso, al cumplir su primer centenario, es un testimonio de lo que los salesianos han hecho en todo Chile y es parte de una obra en la que se reconocen, como orgullosos ex alumnos, miles de chilenos a través de toda nuestra geografía.
Si en nuestros días la educación y la capacitación de millones de jóvenes chilenos es una tarea prioritaria y pendiente, es de justicia reconocer en este campo lo que ha hecho la Congregación Salesiana, con un sistema pedagógico y un espíritu evangelizador que mantiene su plena vigencia a través del tiempo, y con un éxito que acreditan los ex alumnos formados en sus colegios y en sus escuelas profesionales.
Por ello, con humildad y admiración, entrego desde esta tribuna mi respeto y reconocimiento a la comunidad salesiana, y expreso mi convicción y esperanza de que su obra perdurará para el bien de nuestro país y de nuestra juventud.
También hago extensivo mi homenaje y adhesión al Colegio Salesiano de Valparaíso, a sus autoridades, a sus profesores y a sus alumnos y ex alumnos, al cumplirse cien años de actividad fecunda de ese establecimiento en la ciudad capital de nuestra Región.
He dicho.
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