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El señor MATTA.-
Señor Presidente, la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Social, celebrada en Copenhague, Dinamarca, entre el 6 y el 12 de marzo en curso, es el motivo de estas breves reflexiones que deseo compartir con todos los señores Senadores.
La vorágine de la vida moderna convierte sistemáticamente en obsoleto todo acontecimiento ocurrido ayer, para volcar nuevas preocupaciones en temas que la agenda pe-riodística o el quehacer nacional e internacional colocan en lugar preferente.
No deseo que en relación con la Cumbre Social ello ocurra, porque su importancia radica en la generación de inquietudes sobre la pobreza, el empleo y la participación social, las que deben permanecer en la preocupación de los gobernantes y gobernados, y motivar a la opinión pública internacional, necesaria para producir acuerdos vinculantes que vayan más allá del plano de la simple preocupación.
La decisión de la Asamblea General de las Naciones Unidas de convocar a una Cumbre Mundial sobre Desarrollo Social responde a una iniciativa del Gobierno de Chile, planteada por el ex Presidente de la República don Patricio Aylwin Azocar , con ocasión de hacer uso de la palabra ante la citada Asamblea General, en el 45° Período Ordinario de Sesiones, en 1990.
En 1992, la Asamblea General solicitó al Secretario General que iniciara un proceso de Consulta para constatar la respuesta de la comunidad internacional ante esta Cumbre, y frente a la buena recepción de la idea patrocinada por Chile, resolvió aprobar en julio de 1992, con el copatrocinio de 121 países la Resolución que citó a la Cumbre para principios de 1995, en Dinamarca.
En innumerables ocasiones escuchamos al ex Presidente Aylwin referirse a los problemas de los más desposeídos como una "deuda social", y en su modestia, jamás pretendió estar en lugar preferente, e instruyó al embajador en las Naciones Unidas, don Juan Somavía , para activar el tema. Fue así como a este embajador se le designó Presidente del Comité Preparatorio .
Largo sería enumerar las múltiples reuniones preparatorias, en las más diversas regiones del mundo, durante los años que precedieron a esta Cumbre.
Hubo dudas, por cierto, acerca de su buen éxito. Ya en 1992 se había celebrado la Cumbre de la Tierra, en Río de Janeiro sobre Medio Ambiente y Desarrollo, que no era otra cosa que el término de la creación del PNUMA (Programa para el Medio Ambiente de las Naciones Unidas), en 1972, en Estocolmo, seguida por una Conferencia evaluativa en Nairobi, en 1982. Y recientemente se había celebrado la Cumbre Mundial sobre la Mujer, en El Cairo, cuya temática apuntaba a problemas conexos con lo anterior, que sobrepasaban con creces la población involucrada.
El otro aspecto que preocupaba era no reeditar el diálogo Norte-Sur, con las naturales reivindicaciones de los países pobres y la renuencia de las naciones ricas a solucionar problemas que perciben como lejanos; y por otra parte, existía la disyuntiva de que para asegurar la asistencia del máximo de países superindustrializados era menester no incorporar temas vinculantes que los obligaran a desembolsos que no estaban dispuestos a efectuar, pero al menos debía contarse con un conjunto armónico de medidas que dejara satisfecha la natural inquietud de las naciones más desposeídas.
El problema detectado en múltiples documentos elaborados por organismos internacionales nos demuestra que, a mediados del decenio de 1994, la población mundial alcanzó los 5 mil 660 millones de habitantes, y crece a razón de 86 millones al año; que para 1998 sobrepasará la marca de los 6 mil millones, a escasos once años de llegar a la cifra de 5 mil millones de personas, y las más recientes proyecciones de nivel medio de las Naciones Unidas indican que la población del globo alcanzará los 8 mil 500 millones de habitantes, en el año 2025, y a 10 mil millones, en el 2050.
Por otro lado, en un mundo en que la quinta parte se duerme con hambre -incluso en los países más desarrollados se advierte el flagelo de la pobreza-, era de extrema importancia llamar la atención del mundo sobre la situación eventualmente explosiva que puede significar la existencia del desempleo, la miseria y la falta de integración social, en circunstancias de que la radio, la prensa y la televisión muestran la enorme riqueza acumulada en unos pocos.
Ha caído el muro de Berlín, y pareciera que hay un ocaso de las ideologías por el triunfo del pragmatismo y de los consensos. De un escenario bipolar, en constante guerra fría, se ha pasado a uno unipolar o, quizás, multipolar, sin grandes conflictos bélicos en el horizonte inmediato. Pero nosotros, que tenemos un ideal fundado en los grandes principios del humanismo cristiano, no podemos dejar pasar esta oportunidad para testimoniar nuestra adhesión a la celebración de esta Cumbre.
El Primer Ministro danés , Poul Nyrup Rassmussen , al cerrar la Conferencia, manifestó una gran verdad en lo que respecta a la Declaración de 10 puntos no vinculantes aprobados en ella, al decir que "dicha Declaración no es ideal, pero es razonable".
Sería largo aludir a cada uno de esos acuerdos. Sin embargo, es obvio que el ex Presidente Aylwin fue certero al señalar a su regreso a Chile que "los resultados van a depender de lo que los países sean capaces de hacer en la práctica".
El tema ha sido puesto en la agenda; todos los organismos de las Naciones Unidas deberán hacer un seguimiento del problema, y el año 2000 se hará una evaluación.
Chile planteó el desafío. La Cumbre, a pesar de todos los problemas, creo que fue un éxito, al asistir Jefes de Estados, delegaciones de ONG y de otros organismos; y los compromisos, aun no siendo del todo vinculantes, son la simiente de posibles soluciones que cada región y cada país deberá adaptar a sus particulares realidades.
El Presidente Frei , en su discurso en Copenhague, también fue extraordinariamente claro acerca de los esfuerzos que está haciendo Chile para erradicar la extrema pobreza, tanto a través de MIDEPLAN como de las Comisiones designadas al efecto. Pero el tema de la pobreza, el pleno empleo y la inserción social de todos los grupos, no sólo son tareas del Gobierno de turno, sino que ellas deben ser percibidas como una responsabilidad de cada uno de los habitantes del territorio, de los industriales, los comerciantes, los profesionales y los agricultores.
Deseo terminar esta reflexión haciendo un llamado claro y directo a todos los sectores del país: las conclusiones de Copenhague no deben ser olvidadas, y en torno de ellas no puede haber ni divisiones ni dilaciones. Las generaciones futuras nos pedirán cuenta de cualquier negligencia o flaqueza en este aspecto; y cada uno de nosotros -Parlamentarios de todo el espectro político- debe convertirse desde hoy en vocero de esta inquietud, que ahora es imposible soslayar.
He dicho.
"