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El señor ARANCIBIA (Presidente accidental).-
En el turno de la bancada de Renovación Nacional, tiene la palabra el Diputado señor Ferrada.
El señor FERRADA .-
¿De cuánto tiempo dispongo, señor Presidente ?
El señor ARANCIBIA ( Presidente accidental ).-
De diez minutos, señor diputado .
El señor FERRADA.-
Señor Presidente, quiero ocupar estos minutos para que juntos reflexionemos respecto de un tema que, en estos momentos, es motivo de preocupación nacional.
Gran parte de nuestros funcionarios públicos, del Estado, se encuentran en estado de movilización, muchos de ellos, de paralización laboral, en demanda de una consideración económica por la situación de sus rentas.
En tal sentido, la semana pasada intervino el Diputado señor Carlos Vilches , y también de manera muy interesante el señor Carlos Montes , Diputado del Partido Socialista , intervenciones que, naturalmente, se recogen. No caen en saco roto, porque ellos hicieron aportes de consideración que, en mi concepto, deberían sonar como verdaderas campanas en los oídos de la ciudadanía.
Respecto del mismo tema, quiero ir un poco más lejos y reflexionar sobre la situación de los funcionarios de la Administración Pública, pero en un doble sentido de dimensión. Desde luego, el tema de sus rentas, de sus ingresos; el de la compensación que los chilenos entregan a los servidores de la Administración Pública para que cumplan las tareas indispensables de mantener los grandes objetivos nacionales que persigue el Estado en pie, pero también no sé qué es más grave hoy, si la baja renta con que el Estado compensa a sus servidores -y no el Estado a los chilenos- o el descrédito sistemático al que las políticas liberales, desde hace muchos años, vienen sometiendo no sólo al Estado, sino a sus integrantes y servidores.
Hoy, los funcionarios de la Administración Pública, se encuentran expuestos a dos situaciones insostenibles en el mediano y largo plazo. Discursos que permanentemente los acusan de ineficiencia, de corrupciones, de malos manejos; que no les agradecen, en manera alguna, la labor que cumplen en las tareas nacionales y, por otra parte, un sistema permanente de remuneraciones que ha venido decayendo respecto de lo que son las necesidades reales de las personas y que permiten mantener una Administración Pública expuesta a crecientes y enormes obligaciones y trabajos que ellos cumplen, en la mayor parte de los casos, con una vocación y un sacrificio inmensos y con una sistemática mala remuneración y un sistemático descrédito circunstancial. Se los acusa, de una u otra forma, por cien cosas.
Esto mueve a pensar que, por el camino que vamos, el paro de hoy no es sino un eslabón de una cadena de sucesos que veo prolongarse de mala manera en el tiempo. El país necesitaría realmente, en forma indispensable, contar con una administración cuyos funcionarios -dicho en términos que les gustan a los empresarios- tuvieran la moral en alto, que su trabajo fuera dignificado, considerado con respeto -por qué no decir-, con admiración pública, donde la vocación del servidor público fuera aplaudida y se les entregaran las remuneraciones que, en verdad, requieren para llevar una vida, dentro de la austeridad, digna, junto con sus familias.
En conversaciones informales de amigos, y no temo decirlo aquí en la Sala y frente a las Cámaras, muchas veces he dicho: para cualquiera de nosotros -está frente a mí el Diputado señor Viera-Gallo , a quien estoy seguro de interpretar en esto-, si la suerte nos hubiera premiado, haciéndonos, por ejemplo, Ministros de Corte -que pudimos haberlo sido en virtud de nuestra profesión-, personalmente, hoy no tendría cómo sostener a mi familia con ocho hijos.
Esto es una verdad que la sabe todo el mundo, pero que se mantiene; con absoluta insensibilidad se la posterga, hasta el punto de que ahora comienza a exceder los límites de lo posible.
Entonces, hoy tenemos un paro en el sector público central; anteayer, lo tuvimos en el municipal; mañana, en el hospitalario; después, en muchos otros ambientes de los servidores públicos. Pero, ¿cuál es la solución? ¿En qué momento se llega a un punto de equilibrio que dé verdadera satisfacción a un requerimiento central, que es el de tener un Estado moderno, dinámico, cuyo personal, con la moral muy alta y dignificada, entregue lo mejor de sí en el cumplimiento de las grandes tareas nacionales?
Por el camino que vamos: el parche, las mezquindades, la discusión, el taparse permanentemente los ojos y los oídos, no se resolverá este problema central de la alta moralidad de la Administración Pública, y no resuelto éste, no se resuelve el problema de la eficiencia del Estado, y no resuelto ello, las grandes tareas nacionales siempre quedarán postergadas, incumplidas, hechas a medias, con insatisfacción ciudadana. Queda descrito el círculo vicioso en el cual el país se encuentra comprometido.
Creo que el país merecería un debate de gran estatura moral, intelectual y profesional, antes que todo en torno al concepto que deseamos de nuestros funcionarios públicos, rescatando una riquísima tradición, porque son muchas las generaciones de funcionarios públicos que han dado lo mejor de sí al Estado, por años, inculcando, a veces, en sus hijos, la continuidad histórica en el servicio público.
Leía ayer, con agrado, una nota de prensa respecto de la distinguidísima familia del nuevo Comandante en Jefe del Ejército . Se honraba a la familia Izurieta por haber consagrado, por generaciones, su vida a la Defensa Nacional. Como ellos, hay muchos en el Poder Judicial , en la Contraloría General de la República, en las diversas reparticiones del Estado, pero eso hoy no tiene consideración social, no tiene remuneración ni compensación adecuadas. En una palabra, no goza de respeto social.
De manera que en esta hora en que ellos paralizan, quisiera que mi voz fuera comprendida, muy lejos de cualquier crítica política partidista, como una reflexión de Estado en torno a que necesitamos, prontamente, comenzar a discutir mejor cuál es el Estado que necesitamos para el Chile moderno.
Hemos dicho tantas veces que hay una discusión estéril, bastarda, desde el punto de vista intelectual, que ha recogido toda la prensa, en torno a si el Estado debe ser pequeño, mediano o grande. ¡No sé si debe ser pequeño, mediano o grande! Lo que necesito saber es qué tamaño, qué intensidad, qué fuerza, qué tonelaje debe tener el Estado para el Chile de hoy. Será chico o grande conforme a los requerimientos que la ciudadanía demande. No puede haber ideologización en torno a un concepto tan vacío, como lo pequeño o lo grande. Se es pequeño o grande en relación a algo, a una necesidad o a una demanda.
Hoy, en enormes aspectos que tocan a la definición de las tareas nacionales, el Estado es muy pequeño. No temo decirlo. Creo que debería agrandarse y es probable que en otros aspectos, quizás, reducirse. Pero más que agrandarlo o reducirlo, lo preciso es definirlo en relación a las tareas nacionales pendientes.
Definido el Estado, sus requerimientos, sus necesidades, sus cumplimientos de objetivos, hay que definir también el estatuto moral, patrimonial, laboral y de capacitación de los funcionarios que lo componen. Pero debemos hacerlo con respeto, con la consideración que se le debe a aquellos que no velan por sus propios intereses, sino que principalmente por los de los demás, por los de la comunidad nacional.
Frente a la concepción del Estado y a la de lo que debe ser el funcionario público ideal, como Cámara política, como país, como Gobierno, tenemos un problema político mayor que definir y que no estamos abordando. Nos ha faltado coraje, y a veces pienso que fortaleza moral, para enfrentar un problema que se arrastra por tantos años.
Señor Presidente , no temo decir algo que sé irrita mucho los oídos de ciertos sectores de interés constituidos en el país: la economía liberal de mercado, como se entiende y practica hoy en Chile, está agónica; está en su último estado si se mantiene igual, porque ella hoy ya no concede respuestas satisfactorias a prácticamente ninguna de las grandes demandas nacionales.
¿Cuál es la respuesta de la economía social de mercado a las definiciones del Estado, a los problemas de la agricultura, de la tercera edad, de la cesantía juvenil, de la integración al desarrollo de grandes zonas territoriales desincorporadas? No la hay, y en esa falta de respuesta, que nos pertenece a todos, asumo mi cuota de responsabilidad.
Claro, no los exculpo y les encuentro razón cuando desde la Izquierda nos miran con una sonrisa, como si fuese una ironía que desde estas bancadas se acuse a la economía social de mercado por su agotamiento. ¿Por qué en vez de sonreír no hay un gesto de mayor generosidad intelectual desde esas bancadas y no asumen ni reconocen que hay un valor en alguien de la Derecha -si es que lo soy- que apoyó muchas veces en su inicio la gestación de este modelo, pero que hoy tiene el coraje para decir: esto no va bien; nos crea problemas morales y sociales que cada día se agrandan más? ¿Por qué no nos aunamos, y para revisar con mayor amplitud las bases de los pilares de una economía nacional de la integración social, en vez de seguir el socialismo o las aguas tardías de una economía social de mercado?
Por eso, más allá de cualquier crítica -y aunque se estime ésta como la más pura de las autocríticas- tengo el coraje moral de asumir que lo que está ocurriendo en la Administración Pública deberíamos tomarlo como un serio desafío para un debate intelectual de mayores proyecciones. Ni el Estado ni la Administración Pública pueden seguir por más tiempo con más de lo mismo. El cambio debe ser impulsado desde esta cámara política, teniendo en vista otros parámetros.
He dicho.
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