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- rdf:value = " El señor BOMBAL (de pie).-
Señor Presidente , señora Mabel Reymond de Correa, distinguida familia:
Precisamente hoy, un día de mucho recuerdo para don Salvador Correa, como es el aniversario de la Batalla de Rancagua y las fiestas que en esa ciudad se celebran, coincide con el homenaje que le rinde la Corporación a este hombre que amaba mucho la historia.
Reconocido en esta Cámara entre sus pares, y en el ambiente político de la época, como un gran constitucionalista, sin ser abogado, don Salvador Correa Larraín, agricultor de oficio, agrónomo de profesión, durante un espacio de veinte años, por cinco períodos parlamentarios, representó en la Cámara de Diputados -entre 1941 y 1965- la circunscripción electoral de Rancagua, Cachapoal, Caupolicán y San Vicente, parte de la actual Sexta Región del país.
Múltiples testimonios, recabados a instancias de este homenaje, dan cuenta de un modo elocuente de las inigualables cualidades que pudimos apreciar en él quienes le conocimos algún tiempo después de su notable actuación parlamentaria.
Tanto en su vida personal como política, don Salvador Correa, un hombre introvertido, alegre y entusiasta, discreto y bondadoso, dio testimonio de profundas convicciones morales y humanas que animaron su recia personalidad con idéntica lucidez hasta el último instante de su vida, después de 85 años de fructífera existencia entre nosotros.
Si justo y merecido es este homenaje que el Congreso Nacional reserva a quienes el pueblo un día los eligió, más todavía lo es en este caso, cuando rendimos este tributo a un hombre que, durante cinco períodos parlamentarios, fue electo por una comunidad que confió en su capacidad, se apoyó en su talento y le reconoció sus méritos como servidor público de excepción.
Don Salvador Correa Larraín, antes que todo, fue un hombre de convicciones muy profundas; en él no cabían dobleces. Muy joven abraza los ideales del Partido Conservador, presidiendo su juventud y ocupando destacados cargos en dicha colectividad, imbuido de ese espíritu noble y patriota que le legaran sus antepasados, forjadores de nuestra riqueza republicana y de aquellos prohombres que dieron vida y forma a nuestro Estado y a sus instituciones democráticas.
Conocedor del alma campesina, amante de nuestras mejores tradiciones arrancadas de la tierra, se erigió en este Parlamento, a muy temprana edad, como un genuino representante de lo mejor del agro chileno. En su momento, fue el Diputado más joven de esta Corporación.
En su dilatada trayectoria pública, el pilar más preciado de toda su actuación estuvo constituido por la solidez de su hogar, y levantó el valor de la familia como piedra angular de todo su actuar en política.
Destaco esta mañana esta cualidad, porque en los tiempos que corren ya no resulta fácil que todos coincidamos en que la verdadera familia es aquella formada por un hombre y por una mujer, con hijos nacidos de un mismo amor en la realidad indisoluble del matrimonio. Si bien reconocemos que el mundo vive la crisis de un fin de siglo agobiado por guerras y destrucción, levantamos también nuestra voz, motivados por ejemplos como el de don Salvador Correa, para volver a proclamar, desde esta instancia legislativa, el valor imperecedero de la familia como el lugar donde se guarda viva la memoria de un pueblo y de la humanidad entera.
La presencia de su señora en las tribunas, doña Mabel Reymond de Correa, de sus hijos, nietos, bisnietos y de toda su familia, constituye una muestra elocuente de la mejor herencia dejada por don Salvador, la que con orgullo han proclamado sus nietos en la hora postrera.
Hombre orgulloso de su patria, gran conocedor de la historia de Chile, nuestro homenajeado fue un batallador incansable y tenaz.
Desde la particular visión de la realidad que anima a los hombres del campo, asumió la tarea legislativa con singular originalidad. Resistió con tolerancia las críticas políticas y se destacó como un hombre conciliador, que sabía afinar las legítimas discrepancias, aun en momentos críticos que más de una vez remecieron los escenarios políticos nacionales de su tiempo.
Fue un gran gran conocedor de las finanzas públicas. Podríamos decir -como algunos lo anticiparon en su homenaje fúnebre- que fue un economista y precursor de los movimientos modernos en la economía contemporánea.
Llegados los tiempos en que la demagogia arreció la propiedad privada, cuando ésta dejó de ser reconocida como un fundamento de nuestra democracia, de nuestra sociedad, levantó con energía su voz, al tiempo que soportaba, en actitud viril y combativa, los embates de una reforma agraria que tomaba para el Estado la propiedad de los particulares.
El correr de los años dejó la huella de una transformación que, lejos de llevar más producción a los campos chilenos, condujo a su empobrecimiento y a su letargo. Don Salvador entonces lo advirtió, sin que sus vaticinios fueran acogidos por una mayoría que se diluyó más tarde, y que ahora, de regreso en el poder, a Dios gracias entendió que no podían repetirse semejantes errores históricos.
En su paso por la Cámara, integró las Comisiones de Vías y Obras, Trabajo y Legislación Social, Asistencia Médico-Social e Higiene, Gobierno Interior y Hacienda, Agricultura y Colonización. Promovió la ley que permitió construir la central hidroeléctrica de Rapel, la ley que permitió instalarse al municipio de Rengo en su actual inmueble, al igual que la cesión de los terrenos al obispado de Rancagua , participando en múltiples iniciativas legales que favorecieron la consolidación del centro cuprífero de Sewell, en el mineral de El Teniente.
En unos momentos más, el Diputado de la zona, don Juan Masferrer, con mayor elocuencia se referirá a su labor legislativa y a las obras realizadas en la zona.
Entre sus preocupaciones más relevantes, se destaca el impulso que dio a la conformación de sociedades cooperativas en el agro, así como sus mociones orientadas a salvaguardar los derechos previsionales de los trabajadores, su preocupación por las comunidades indígenas, sus desvelos por obtener incentivos para el mejoramiento de sueldos al magisterio y su visionaria percepción del manejo tributario que debía darse a los terrenos de secano para desarrollar las inversiones en riego que permitieran, más tarde, incorporar suelos infértiles a la producción agrícola.
La educación fue otra de sus grandes preferencias. A instancias de este homenaje, el intendente de Cachapoal y Rancagua, en tiempos del presidente Jorge Alessandri, don Alejandro García-Huidobro, padre de nuestro estimado colega que lleva su nombre, me señalaba que junto al Diputado señor Correa eran frecuentes los recorridos por cada una de las escuelas rurales en la región, las mismas que él había contribuido a levantar y en las que siempre fue reconocido como un benefactor y como un protector.
Para el Diputado señor Correa la educación constituía la piedra angular del desarrollo de nuestra nación. Por lo mismo, a ella consagró buena parte de sus energías con esa dedicación tan propia de los hombres sabios que, con sentido de patria -como don Salvador-, dejan obras concretas en los ámbitos que perduran y en los escenarios que se multiplican.
San Vicente fue su gran pasión. Hijo predilecto de esa tierra, a ella y a su gente dedicó la obra literaria “Leyendas de Tagua-Tagua”, en la que junto con describir las maravillas del campo y de su paisaje, y especialmente de sus árboles a los que amaba profundamente y de los que era gran conocedor, entremezcló vivencias y cantares que le recordaban, hasta su muerte, los apacibles y también agitados días de la vida en el campo de San Vicente, vivencias todas que, inclusive, plasmó en la tela, cuando decidió incursionar en la pintura, como otra expresión de su alma refinada y culta.
Es cierto que han transcurrido los años y que esa sociedad más quieta que era nuestro Chile de ayer ahora vive la agitación de un mundo globalizado, como algunos lo llaman. Es cierto, también, que nuestro campo ya no es el mismo de ayer.
También la política la hacemos de un modo diferente. No en vano en nuestro país han ocurrido hechos que cambiaron, para bien, el curso de su historia. Pero, aun así, de cara al mundo, y cuando ahora nuestra economía se prepara para abrazar mercados que ni siquiera logramos dimensionar, no dejan de estar vigentes los testimonios de vida como la de don Tito Correa, que desde la eternidad ahora nos convoca, junto a sus grandes amigos de entonces, el Senador Juan Antonio Coloma, Fernando Aldunate, Jaime Eyzaguirre y también Jaime Guzmán, su amigo, a seguir en esta cruzada que atravesamos, llamándonos a ser consecuentes con nuestros ideales, fieles en nuestra fe, amantes de la patria y continuadores de tradiciones que no se extinguen.
Nuestro movimiento político reconoce nombres de la estatura moral de don Salvador Correa Larraín, grandes forjadores de nuestra nacionalidad.
Quienes desde este Parlamento estamos abriendo camino a una Derecha que seguirá creciendo de cara al siglo XXI, renovamos nuestra admiración y nuestro respeto hacia quienes, habiendo compartido en vida nuestras mismas ideas, nos impulsan con su ejemplo, marcándonos una ruta cuyo único norte y límite es Chile y la grandeza de su pueblo.
Una última reflexión. Don Salvador Correa, si fue fiel a su familia, a su patria y a quienes sirvió desde su vida pública, lo fue porque, antes que todo y que nadie, reconoció a Dios como su único Señor. De ahí que ahora su familia, y muy especialmente la compañera de toda su vida, por espacio de cincuenta y cuatro años, tiene la serenidad junto a sus hijos, nietos y bisnietos, esa serenidad que brota silenciosamente de la certeza de una eternidad que, por sus méritos y por su fe, don Salvador ya alcanzó definitivamente.
He dicho.
-Aplausos.
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