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El señor HUENCHUMILLA (Vicepresidente).-
Tiene la palabra el Diputado señor Hurtado.
El señor HURTADO (de pie).-
Señor Presidente , honorables colegas, distinguida familia Correa Reymond:
En nombre de los Diputados de Renovación Nacional, me corresponde hoy el alto honor de rendir homenaje en memoria de don Salvador Correa Larraín.
Las palabras que expresaré a continuación encierran los sentimientos de un amigo que admiró profundamente a don Salvador Correa, a quien conoció hace muchos años, cuando él compartía nuestros mismos afanes e inquietudes en esta Honorable Cámara, desde las filas del Partido Conservador, en las que también formaba estrechamente mi padre, Fernando Hurtado Echeñique .
Distinguido agricultor de la zona de Colchagua y de San Vicente de Tagua Tagua, manifestó desde su juventud los impulsos por servir a la colectividad y al país, a través de la difusión de los principios valóricos y patrióticos que representaba en esos años el Partido Conservador, el que encarnaba como ningún otro los ideales del socialcristianismo, ideales que buscaban la justicia entre todos, a través del desarrollo en nuestra comunidad y de las enseñanzas prácticas del cristianismo vivido en plenitud.
Fue presidente nacional de la juventud conservadora a muy temprana edad. En 1941, llegó por primera vez a la Cámara de Diputados, en representación de la agrupación de O’Higgins. Fue tal la calidad de su desempeño parlamentario, que fue reelegido sucesivamente en el mismo cargo hasta culminar sus servicios públicos, en 1965; es decir, por más de un cuarto de siglo tuvo la confianza de los suyos, a los que siempre interpretó con lealtad y desinterés.
En esta Cámara, su trabajo se distinguió principalmente en el área de la economía, agricultura, obras públicas e industria. Allí, en ese ambiente donde el progreso se siente y experimenta más directamente, volcó su inteligencia, su aporte y sus mejores esfuerzos patrióticos. Siempre sirvió con abnegación a su partido. Fue un conservador activo e inconmovible, testigo de una de las épocas de más cambios y transformaciones de todo orden que el país y su sociedad hayan experimentado. Fue testigo de su tiempo y de los insondables cambios que remecieron al pueblo chileno en esos años, en que una nueva realidad cultural y social asomaba en el horizonte incierto de la generación que nos precedió.
Don Tito Correa, por su estirpe, origen campesino, condición de antiguo caballero chileno, fue un puente entre una época muy distinta de la actual y la presente, y unió, a pesar de las dificultades y vicisitudes que representaron para todos nuestros padres, dos tiempos que podrían describirse, desde muchos puntos de vista, como las antípodas de una cultura nacional.
Compañero de don Juan Antonio Coloma, de don Francisco Bulnes, de don Bernardo Larraín, de don Sergio Fernández y de tantos otros chilenos ilustres que distinguieron su jornada con grandes aportes al engrandecimiento de la Patria; defendió siempre los intereses de la agricultura nacional; dio a conocer las inmensas dificultades que, desde siempre, se han presentado para hacer agricultura en Chile, en un ambiente permanente de incomprensión de quienes viven en las grandes ciudades y que tradicionalmente han creído que nada es más fácil y holgado que producir los alimentos con que se nutre el pueblo chileno, desconociendo que esta faena, entre nosotros, ha sido obra de pioneros. Por eso, se vinculó toda la vida a los gremios de la agricultura, mantuvo periódicos regionales a su costa y sacrificio, se empeñó en la educación rural del campesinado para darle la estatura que exigirían los nuevos tiempos y se mantuvo muy apegado a ellos, como su dirigente y Diputado , para protegerlos y representarlos con dignidad en esta asamblea de nuestra democracia.
Hoy día, cuando el egoísmo y la indolencia por las cosas del país se han apoderado de tantos, que parecen no tener más vista y oídos sino para sus propios negocios y asuntos personales, recordar a hombres señeros como don Tito Correa es rendir culto al viejo concepto de patriotismo, solidaridad y espíritu cristiano que caracterizó a los ciudadanos en tiempos de nuestros padres.
Del campo, de la cultura campesina, estos hombres habían traído la austeridad, sobriedad, modestia y sencillez aprendidas junto a las vertientes de las aguas limpias de nuestra cordillera de la costa; estos eran los hombres que asimilaban la elegancia y la caballerosidad a las expresiones de humildad y de modestia, sin jamás hacer otra ostentación que no fuese su condición de viejos huasos chilenos; éstos eran los hombres del campo chileno, incapaces de distinguir clases u odiosas diferencias entre los chilenos, porque, como debiera saberse, en nuestros campos jamás se vivió ni reconoció este hecho como válido, como nunca se asumió cuando los padres de estos ciudadanos, como don Tito Correa, juntos hicieron la Guerra del Pacífico o plantaron la mayor parte de los cimientos de la sociedad actual.
Evocar a don Salvador Correa es rememorar otros tiempos, otros valores, otras circunstancias, otra sociedad, otra cultura. Eran los otros tiempos, eran otros los hombres, exclama el poeta.
Por eso, por aquellos otros tiempos llenos de ideales que impulsaban románticamente a los mayores sacrificios por el sueño de la Patria, y por esos otros hombres llenos de generosidad y de capacidad para darse por completo a la ilusión de servir grandes ideales, elevo hoy mi modesta palabra e inclino, respetuoso y adherente, mi cabeza frente a la galería de honor que nos presenta hoy con su ejemplo. Por su patriotismo, su desinterés y abnegación cívica; por su sincero amor a los demás, y especialmente a las siempre olvidadas personas de tierra adentro, una manta doñiguana flamea en nuestras conciencias como bandera de sus recuerdos que nunca traicionaron a Chile.
Señor Presidente , acepte la Honorable Cámara estas palabras sencillas que brotan del corazón de un Diputado que fue formado en la niñez, en la misma escuela de patriotismo de sus antepasados, y acepte que con acento de la Colchagua vieja, deje rodar el pesar en su sinceridad y devoción, que sentimos todos los colchagüinos que amamos el campo como él lo amó.
He dicho.
-Aplausos.
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