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El señor ESTÉVEZ (Presidente).-
Tiene la palabra el Diputado señor Cardemil
El señor CARDEMIL (de pie).-
Señor Presidente , Sus Señorías, me corresponde el grato honor de rendir en éste, que fuera su hemiciclo, un homenaje en memoria del Diputado , por cinco períodos, desde 1941 a 1965, por la novena circunscripción, que entonces, en la antigua división político-administrativa del país, incluía los departamentos de Rancagua, Caupolicán, Cachapoal y San Vicente , el cuerpo y el espíritu de la profunda tierra de O'Higgins, militar, minera y labradora.
Don Salvador Correa Larraín nació el 11 de julio de 1911, y fue hijo de don Salvador Correa y de doña Inés Larraín .
Cursó brillantes estudios en el colegio de “Los Sagrados Corazones”, de Santiago, y en la Facultad de Agronomía de la Universidad Católica de Chile.
De prosapia ilustre y, por ende, vástago de una familia distinguida en el servicio público desde la fundación de la República en los valores rectores de la austeridad, la honradez y la laboriosidad, ingresó al Partido Conservador, donde fue presidente de la juventud, director general del mismo y Diputado .
En este último cargo parlamentario fue integrante alternativamente y en diferentes legislaturas ordinarias y extraordinarias, de las Comisiones de Trabajo y Legislación Social, Asistencia Médico-Social e Higiene, Obras Públicas y Vías de Comunicación, Hacienda y Gobierno Interior.
Su labor parlamentaria fue amplia, sólida, profunda, fructífera, quizás porque nunca privilegió los asuntos políticos propiamente tales -es decir, la abstracción-, sino las materias científicas y técnicas -o sea, lo concreto-, siempre más a gusto con su preocupación social y profesional.
Fue así informante de numerosos proyectos y normalmente intervenía con eficacia y clara inteligencia en materias relativas a la situación profesional y económica de las Fuerzas Armadas y Carabineros; en temas sociales y habitacionales; en cuestiones sobre vías de comunicación y ferrocarriles, y en problemas relativos a las zonas extremas del país, especialmente Aisén y Magallanes .
Sin embargo, su preocupación por lo económico y social no debe apartarnos del hecho de que don Tito fue un conservador decidido, pese a que los avatares de la colectividad y de la historia de Chile lo llevaron a usar tres denominaciones distintas en una militancia y doctrina unívocas. Así, siendo fiel a los principios del Partido Conservador, fue sucesivamente conservador, conservador tradicionalista y conservador unido. Lo que explica esta aparente variedad de adhesiones y el hecho de que ellas no fueron tales, dado que nunca don Tito se cambió de partido, fue su extraordinaria fidelidad doctrinaria. Sí, fidelidad, coherencia, consistencia interna, producto tan escaso en la política moderna, preocupada siempre de figurar a la moda en las opiniones, acomodándose a la encuesta y al espectáculo comunicacional. Sí, fidelidad doctrinaria que se aparta por igual del ideologismo que enceguece y del pragmatismo que aliena y que, por lo tanto, se afinca en el cultivo de valores, principios, medios y fines propios de una actividad política considerada como una rama de la ética social y cuyo objetivo final es el bien común.
Don Salvador Correa entendió que los vientos ideológicos propios de las décadas que sucederían a la de 1950, trastornaban la política chilena. Por ello defendió con realismo, en una notable intervención parlamentaria, la obra de los partidos históricos en Chile, aludiendo, sin duda, a los postulados revolucionarios que, semejando modernas panaceas, comenzaban a ofrecer, a partir de esos años, con carácter de utopías totalitarias, globalizantes en el lenguaje de don Mario Góngora , algunos políticos y colectividades entonces emergentes.
Por ello, cuando el Partido Conservador enfrentó la escisión por apoyar la Ley de Defensa de la Democracia, fue de aquellos que reiteraron la necesidad de salvaguardar la libertad democrática con claridad de fines y medios, consciente de que el objetivo final de un sistema de gobierno es el bien común y que, por lo tanto, la democracia es un medio al servicio de ese interés general. En esta materia, no transigió con la directiva del partido y defendió con ardor la necesidad de esa norma legal. De aquel hecho provino la escisión entre socialcristianos y tradicionalistas, que llevaba a don Tito, acompañando a estos últimos, a una situación de rebeldía, a la vera del camino, mientras la directiva impugnaba la ley y la colaboración con el gobierno.
Pero don Salvador Correa persistió. Ocupó puestos en el ala disidente, que cultivaba el corazón de la militancia, e insistió en sus posturas. Siempre leal, siempre modesto, pero siempre constante e inclaudicable.
Con ello, no sólo retuvo cargos parlamentarios entre 1953 y 1957, sino que, además, vio el triunfo de los tradicionalistas y la reunificación bajo los principios de siempre, en un partido que recibió el nombre de Conservador Unido.
^@#@ ^Suscribía don Tito -y podría perfectamente haberlas dicho- las palabras que su correligionario, don José Ramón Gutiérrez , pronunció en enero de 1953, cuando, con motivo de la reunificación de las huestes, expresó:
“La única política que resultaría fatal es aquella que conduce a confundir y olvidar tradiciones, a trueque de conseguir una popularidad efímera o cobarde.”
En un lugar destacado de este mismo evento, estaba el diputado .
En verdad -y esto ya puede decirse en un homenaje como éste que reviste carácter histórico-, en la actitud de la directiva oficialista, conservadora de ese entonces, se escondía el temor de cierta derecha a sus propias ideas.
A raíz de esta pérdida de ruta, muchas veces aparecían intentando ser más socialcristianos que los falangistas, terminando por infiltrar a sus propias bases de ideales ajenos. Incluso, algunos de esos dirigentes terminaron engrosando las filas del Partido Demócrata Cristiano, que se fundaría en 1957.
Don Salvador Correa terminó su carrera política en las elecciones de 1966, cuando los Partidos Conservador y Liberal perdieron toda proyección electoral. Lo que vino después para la Derecha fue la reconstitución y la resurrección electoral con la constitución del Partido Nacional, en 1966, que ya es parte de una historia distinta; pero que, en definitiva, dio razón a las intuiciones y a las batallas que libró el diputado Correa.
Don Salvador representó a la Novena Agrupación territorial con un criterio técnico y, a la vez, de definida vocación política. Cuando se estudian sus intervenciones, uno se percata de la cantidad de materias que trataban directamente de la vida cotidiana, del estado de los sueldos de la administración pública, del traspaso de inmuebles, de la vigilancia sobre los bienes del Fisco.
El señor Correa buscaba soluciones concretas. En ello, quizás, incidía su experiencia de director de la Asamblea de Agricultores de la provincia de O’Higgins y de director del diario La Región de San Vicente, donde siempre tuvo en mente los problemas locales.
Su conservantismo no fue de teorías, sino de sentido común, aunque su basamento último era y fue el catolicismo, sus valores morales y fundamentos éticos.
Por otra parte, nunca abandonó sus intereses más particulares. Don Tito siempre estaba más cómodo en materias técnicas, especialmente en la Comisión de Agricultura, donde podía aplicar sus conocimientos de agrónomo.
Sin duda, el diputado Salvador Correa Larraín representó con grandeza y acierto un estilo de hacer política, altamente representativo de un trozo de gran historia nacional. Practicaba un estilo sobrio, sin aderezos, técnicamente fundado, realista. Reconocía una estirpe, una herencia histórica y un basamento moral y filosófico, a partir del cual razonaba.
No fue un político ideólogo, pero cuando se expusieron sus convicciones en épocas difíciles, respondió con fidelidad a sus ideales, demostrando cuánto se diferencia la posición de una doctrina de la militancia ideológica o del simple y puro, y por contraste, brutal pragmatismo.
Por ello, nos parece que se podría aplicar a don Salvador un juicio que he deslizado en un documento titulado “Globalización y nacionalidad”: “Influye hoy en día, como ayer, en vez del acervo cultural y moral de nuestra constitución histórica la obcecación permisiva de la moda. Esta es la tentación de la seudomodernización que nos aleja del estilo de vida chileno, de sus verdaderos problemas y desafíos reales y nos adentra de lleno en los vericuetos de la ideología y sus pretendidos remedios.”
En su sana resistencia al ideologismo, don Salvador Correa Larraín era, además, fiel exponente de la vieja guardia del parlamentarismo chileno, toda vez que la entereza y la confianza en la palabra de los amigos y adversarios, antes que en las fórmulas, la prudencia y el actuar de la tradición, eran el eje de su actividad concreta. Creía don Tito, como todo conservador, en la reforma paulatina y evolutiva, en el cambio inspirado en la historia, en la aspiración al orden conjugada con nuestra voluntad de ser.
Por eso mismo, cuando ideas como el libre mercado eran consideradas en esa época manifestaciones retrógradas de la extrema derecha, los conservadores, como don Salvador Correa, insistieron en ellas, aun cuando les reportaran críticas y costos electorales. Hoy, en los umbrales de un nuevo siglo, puede uno sorprenderse por la firmeza de este hombre irreductible, convencido de que la historia al final lo apoyará.
Señor Presidente , sin duda es una notable lealtad la gran lección que a los parlamentarios de hoy nos prodiga desde la distancia don Salvador Correa Larraín, a quien rendimos hoy este justo, merecido y provechoso homenaje que enaltece sus grandes valores, como ejemplar padre de familia, político consecuente, esforzado hombre de trabajo y patriota ejemplar.
He dicho.
-Aplausos.
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