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La señora FREI.-
Señor Presidente, Honorables Senadores:
Al reiniciar el pueblo de Chile su larga tradición democrática y al comenzar una nueva etapa de la historia política y parlamentaria de nuestra Patria, creo conveniente expresar ante ustedes y ante el país, como representante de la II Región, cuál es la actitud interior con que los democratacristianos comenzamos este nuevo proceso histórico y cuáles nos parecen los principales desafíos que, como Parlamento, debemos enfrentar en el período de nuestro mandato.
Es útil para ello recordar que somos herederos de una historia política y social que nos invita a reafirmar principios, valores y prácticas democráticas, reconocidas en la vida diaria de nuestro pueblo como expresiones de nuestra identidad y de nuestra personalidad nacional. La democracia, el respeto mutuo, la tolerancia, el diálogo y la negociación son parte de la tradición y de la grandeza de Chile.
Esa misma historia nos ilumina para que juntos, hombres y mujeres, de Gobierno u Oposición, modifiquemos instituciones, tendencias y costumbres que han causado grandes crisis en el pasado y que, de no enfrentarlas desde ahora con visión y decisión compartida, pueden, tarde o temprano, volver a traernos crisis políticas con sus secuelas de inestabilidad, violencia y dolor. La disidencia al régimen pasado sufrió demasiado: las poblaciones, allanadas; los partidos, perseguidos; los trabajadores, encarcelados y relegados; muchos muertos, desaparecidos, torturados o exiliados. No queremos más un régimen de violencia, un clima de guerra entre hermanos. No queremos más civiles o uniformados muertos o asesinados.
Por eso, para nosotros, el primer y gran desafío que tenemos es probarnos una y otra vez que el colorido de la diversidad política aquí representada es un valor de nuestra sociedad y que cada cual aporta a este esfuerzo de crecer, convivir y realizarse en libertad, paz y en justicia. Y reconocemos que éste es el anhelo profundo de nuestro pueblo.
Afirmar la riqueza de la diversidad es afirmar el interés por el otro, por la opinión discrepante; es querer comprenderla y aceptar el disenso con respeto, pero tratando siempre de acercarse a ese permanente objetivo democrático que es el acuerdo libre y responsable.
Nuestra historia está llena de enseñanzas a este respecto. Siempre que nos hemos esforzado por entendernos, por unir a la nación, Chile ha vivido en paz, ha habido prosperidad y posibilidades de desarrollo. Al abandonar este eje central de cualquier convivencia civilizada, nuestro país se ha precipitado en profundas crisis, guerras y conflictos internos. El enemigo de la política democrática es el fanático del interés individual, de su empresa, de su grupo o de su clase; de su ideología o de su credo. Ello siempre lleva a la confrontación, a la inestabilidad y al conflicto. Para nosotros, el gran desafío de la acción política y, más específicamente, de éste, nuestro Parlamento, es servir a nuestro pueblo para que superemos las contradicciones, reparemos las injusticias y construyamos la siempre delicada y frágil convivencia democrática.
Diría, como Stefan Zweig en su hermoso homenaje a Erasmo, que "El humanista, el que tiene fe en el hombre, no tiene que fomentar lo que separa sino lo que une, dentro del círculo de su vida; no tiene que fortificar a los parciales en su parcialidad, a los hostiles en su hostilidad, sino que extender la inteligencia y preparar la comprensión mutua"...
Estamos retomando el camino perdido: la democracia. Perdida por intolerancias. Pero nadie puede aquí tirar la primera piedra sin hacer la propia autocrítica. Nosotros, los democratacristianos, tenemos también una cuota de responsabilidad en la crisis, y nuestro duro aprendizaje nos invita a renovar nuestro amor a la diversidad y nuestra vocación de humanistas en búsqueda de entendimiento.
Con este espíritu iniciamos hoy esta histórica etapa. Hacemos de la sana y respetuosa discrepancia y del diálogo el camino a la comprensión y no a la confrontación. Estamos hartos de intolerancia, de prepotencia, de "fanáticos" del interés particular, ideológico, social o económico. Estamos hartos de iluminados que consideran su verdad como la verdad que hay que imponer a otros por la fuerza. En estos días hemos visto cómo en el mundo caen los muros de la opresión; y, en el fondo, esos muros son los que construyen quienes no se atreven a confiar en los otros y en la libertad ajena. En Chile, para quienes combatimos el Gobierno pasado, lo que conquistó el pueblo el 5 de octubre y el 14 de diciembre no fue el camino a una nueva hegemonía política, ideológica o de clase, sino el camino al respeto, al derecho ajeno, a la libertad de todos, a la justicia y a la participación.
Con esa actitud, nos empeñamos en cumplir los tres grandes desafíos que el Presidente Aylwin formuló a los chilenos para el corto período de cuatro años, desafíos que compartimos Gobierno y Oposición. Más aún, me atrevo a sugerir que, para enfrentar estos desafíos, el país espere que, más allá de las rigideces y actitudes negativas que se suscitan bajo la nomenclatura "Gobierno" y "Oposición", tengamos la audacia práctica de conquistar un gran acuerdo; en el fondo, un proyecto nacional para la transición a la plena democracia.
La lucha contra la injusticia y la pobreza, la primera tarea que el pueblo aprobó y que estaba consignada en un programa u otro, es quehacer no sólo del Gobierno, sino de todos. Hay en este ámbito un amplio campo para la creatividad y la iniciativa compartida.
Para nosotros, la modernidad no es compatible con la injusticia y la pobreza.
Como Concertación de Partidos por la Democracia, invitamos a este gran cambio histórico: erradicar la pobreza en nuestra Patria. Para ello contamos con un hecho nuevo en Chile. Nos estamos acercando; estamos en camino a acordar las bases de un régimen económico que, por una parte, extirpe el populismo, la hipertrofia del Estado, el sobreproteccionismo y la irresponsabilidad en el resguardo de los equilibrios macroeconómicos, pero que también rechace la concentración del poder, de la riqueza y del bienestar. Reglas de juego estables para preservar, desarrollar y extender la iniciativa, la creatividad y, por ende, la empresa privada, junto a un sano papel regulador y de fomento del Estado, parecieran ser un acuerdo al alcance de esta generación. Queremos reglas de juego estables y justas para empresarios y trabajadores; para agricultores y campesinos; reglas de juego que sean para todos -no sólo para algunos- el camino de su libertad, de sus derechos. Sólo así podremos orientarnos a superar las tendencias a la riqueza fácil y especulativa, al negocio irresponsable que se construye aplastando los derechos de los otros, depredando los recursos naturales o aprovechándose indebidamente de empresas y bienes del Estado. Debemos también lograr que los bienes y recursos de las regiones sirvan para su desarrollo y que las riquezas y el poder no se concentren en Santiago.
El segundo desafío que el Presidente Aylwin propuso a todos los chilenos es el de esclarecer la verdad y hacer justicia en materia de violación de los derechos humanos, y, al mismo tiempo, reconciliar a la sociedad chilena, civil y militar. Este desafío no es un capricho o una escondida o sutil forma de venganza. Es nuestra convicción más profunda que, si no se esclarece la verdad y no se hace justicia; en otras palabras, si se ampara el delito y se mantienen la arbitrariedad y la injusticia en una sociedad, ese sí es el cultivo de la "justicia por cuenta propia". Y allí se incuba la venganza.
Invitamos a reconocer con objetividad el problema que todos tenemos por delante, cual es buscar caminos y normas que nos permitan compatibilizar verdad y justicia en un clima de reconciliación y entendimiento. Para nosotros, no hay muerte, tortura o violación del derecho ajeno que tenga justificación. Toda violencia o terrorismo de grupos o de Estado merece nuestro repudio y condena.
El tercer desafío que es indispensable enfrentar es el de asentar el régimen democrático en reglas de juego consensuadas. Debemos asumir que las instituciones políticas que surgen del régimen pasado adolecen de la falta de creatividad y de la participación de todos. Muchas reformas son indispensables para democratizar y hacer posible el respeto y la dignidad de los ciudadanos, y para canalizar la participación de la comunidad. Nos preocupa muy especialmente el grado de inestabilidad que tiene la institucionalidad del país, cuando hasta ahora no logramos consensuar las leyes de juntas de vecinos, municipalidades y regionalización; las normas que regulen las relaciones laborales; los preceptos e instituciones vinculados con funciones sociales tan claves como la educación y la salud, entre otras.
Debemos lograr amplios acuerdos en la normativa política: el sistema electoral y la ley de partidos políticos. Incluso, tenemos la tarea histórica de acordar un sistema político y un régimen de gobierno que compatibilice la unidad de la nación con la participación y el papel de las regiones y del Parlamento. Estudiar y consensuar un régimen político para el siglo que viene es una tarea que requiere sabiduría, prudencia, conocimiento histórico y descubrimiento de nuestra identidad político-cultural, junto con aprender las lecciones de otros países.
Deseo expresar que entre todos debemos cuidar la imagen del Parlamento. En el pasado se volvió una costumbre responsabilizar al Congreso Nacional de los grandes problemas políticos. Casi se confundía "reforma constitucional" con "aumento y concentración del poder en el Presidente ". Esta tendencia tiene una larga tradición en nuestra historia política, que podremos recordar en otra oportunidad. De esta manera se fue generando en el pueblo de Chile una imagen negativa del Parlamento y de los partidos políticos. Esta tendencia se acentuó intencionadamente en el régimen pasado.
Por lo tanto, es nuestra tarea volver a conquistar respetabilidad, confianza en la función parlamentaria, especialmente si queremos entregarle en el futuro más atribuciones y facultades.
No puedo dejar de recordar, al finalizar mi primera intervención en el Parlamento de Chile, las palabras llenas de sabiduría política de Gabriela Mistral: "Es la hora de la verdad." -decía al Presidente Frei - "Esta tarea histórica no será obra de manejos engañosos, llenos de desconfianzas o de arreglos cosméticos de añejos actores sociales o políticos cuyas prácticas son sólo capaces de piruetas que pueden resultar mortales como la del saltarín vanidoso".
La intuición femenina de nuestro Premio Nobel nos invita hoy, igual que ayer, pero esta vez pasando de la palabra a la acción, a prever que "los acontecimientos que llegan con una rapidez parecida a la de los sueños no pueden vernos defendidos sino a condición de que estemos acordados".
Esta es la tarea que tiene este Parlamento. Nuestra gran defensa no será nunca la imposición, sino el acuerdo. Hemos aprendido con dolor que sólo así se construye nuestro futuro. Y creo que nuestro futuro es hoy.
Gracias, señor Presidente.
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