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- rdf:value = " El señor DUPRE (Vicepresidente).-
Corresponde rendir homenaje en memoria del ex Presidente de la República, don Eduardo Frei Montalva.
Tiene la palabra el Diputado señor Edmundo Salas.
El señor SALAS.-
Señor Presidente, antes de iniciar este homenaje a don Eduardo Frei, quiero pedir que este discurso, que voy a sintetizar, se inserte completo en la versión oficial.
El señor DUPRE (Vicepresidente).-
Si le parece a la Sala, así se procederá.
Acordado.
El señor SALAS (de pie).-
Para evocar la figura de Eduardo Frei, no es preciso adelantarse a la Historia de Chile, en muchas de cuyas páginas está escrito su nombre. Su presencia sigue cubriendo hoy grandes espacios; continúa vivo en el sentir del pueblo, al que él supo interpretar como pocos lo han hecho, y también está presente en el pensamiento de los chilenos porque su mensaje adquiere cada día renovada vigencia.
Desde muy temprano se preocupó de desarrollar la sensibilidad y el intelecto reflexionando sobre el hombre, su destino trascendente como criatura divina y los valores que son inherentes a su condición de persona.
Con la madurez, sus inquietudes juveniles se transformaron en principios de vida y de acción que profundizó a lo largo de su existencia.
Su pensamiento político posee singular vitalidad y de conformidad con esas ideas orientó su actividad pública llegando a ser uno de los estadistas contemporáneos de mayor proyección en nuestro continente.
Las convicciones de Eduardo Frei se nutren de dos vertientes: la verdad evangélica y el humanismo.
Fue un cristiano íntegro, incansable en la profundización de su fe. Hizo el aprendizaje de la lucha por los ideales como dirigente juvenil de la Acción Católica y, más tarde, se inició en los problemas políticos motivado por las doctrinas sociales de los pontífices León XIII y Pío XI.
Desarrolló sus aptitudes y conformó sus actos como persona y hombre público de acuerdo con la ética del amor. Fue un político cristiano, fiel seguidor de la Verdad de Cristo y del Magisterio de sus Pastores.
Sostenía que es preciso que la juventud, particularmente la universitaria, desarrolle una formación religiosa profunda y verdadera, para entender y conocer la responsabilidad del cristiano en las circunstancias que le corresponde vivir. "Ese joven así formado llegará a la política en su hora y sabrá darle a sus ideas y a su patria esa gran fuerza que significa ser un hombre cabal, cuya línea está trazada".
La adhesión al humanismo lo hizo ardoroso en el combate por la justicia e implacable defensor de la libertad y de los atributos irrenunciables del ser humano.
Creyó en la democracia, porque respetaba al hombre a quien concebía como "un valor espiritual que tiene un principio y un destino personal que cumplir".
"La democracia -decía- es el camino de la dignidad humana". Por eso luchó para afianzar y profundizar los valores democráticos dentro de la sociedad, convencido de que constituyen la condición esencial del ejercicio de la libertad y de la convivencia en justicia y paz.
En la última de sus obras, "El Mensaje Humanista", nos ofrece una vez más reflexiones de profundo contenido sobre este tema que fue una de las constantes de su preocupación intelectual a lo largo de su vida. Ahí, nos señala que la democracia no es una fórmula prefijada en el tiempo, ya que ella refleja la propia condición humana, con sus errores y limitaciones, y que por eso mismo es perfectible. "Es el único camino por el cual pasan las fuerzas progresivas de la historia humana". La marcha ascendente del hombre exige un más acrecentado ejercicio de la razón y de la libertad personal. "Este camino, como toda obra humana, está lleno de zigzagueos, de caídas, de retrocesos, pero si se mira en perspectiva es el único creador, y el único liberador".
Nos enumera los elementos constitutivos de un sistema democrático: designación y renovación periódica de las autoridades a través del sufragio universal, en elecciones libres, secretas e informadas; descentralización y control del poder por medio del Parlamento y otros contrapesos constitucionales; derecho de asociación y reunión; libertad de opinión y expresión; respeto a las minorías; acceso de todos los sectores a los medios de comunicación; existencia de partidos políticos y posibilidad de alternancia en el ejercicio del gobierno. Agrega que estos requisitos son copulativos y la ausencia de cualquiera de ellos amenaza o destruye el conjunto".
Comprendió que el destino del hombre está indisolublemente ligado a la suerte de la democracia, cuya perfectibilidad consiste en que hace posibles la crítica, el control y la permanente renovación de sus formas e instituciones. De esa manera, se acrecientan los ámbitos de la libertad y la búsqueda de la justicia y de la igualdad básica.
Observador atento de su tiempo, Eduardo Frei captó el enorme impacto cultural del desarrollo tecnológico en las sociedades del futuro y señaló la relación que en una democracia moderna debe existir entre el mundo político, que debe poseer el poder de la decisión y el mundo de la técnica, que aporta los conocimientos necesarios para lograr una visión ilustrada de las opciones que se presentan. "La técnica al servicio de la democracia, al servicio del hombre, enriquece sus posibilidades. La democracia que no es capaz de crear las vías institucionales para aprovechar los recursos tecnológicos se debilita".
Rebate a quienes pregonan el fracaso de las democracias o denuncian sus debilidades para defender a la sociedad de la anarquía, la violencia y el totalitarismo, mostrando que tras el "orden" autocrático se esconde el temor a la libertad, porque utiliza como pretexto la contención del comunismo y las aspiraciones de tranquilidad y disciplina para oponerse a las reformas y a los cambios que requiere la sociedad.
Con clara percepción, identifica la crisis de valores que afecta a la civilización contemporánea y su influencia en el orden democrático. Es la crisis del hombre moderno y sus apetitos desenfrenados, su egoísmo, su carencia de fraternidad y de solidaridad, la injusticia, lo que debilita a las democracias. "Si no hay un mensaje que le dé al hombre sentido a su vida, no hay democracia. Sólo puede haber la fuerza de las policías secretas, de las ametralladoras, la delación, y los tanques en las calles".
La exigencia de constante superación que impulsa al ser humano está en la esencia misma de la vida en democracia. Por eso, genera tensiones que son inevitables en toda la actividad individual y social. Pero, el hombre que renuncia a su libertad, "el hombre sometido, que sólo piensa vivir" seguro, empobrece y limita su condición de tal".
Su rigor ético lo llevó a concebir la libertad como la mayor exigencia de responsabilidad que el hombre conoce. Por eso, quien aspira a gozar de sus beneficios y es incapaz de asumir sus compromisos con la sociedad, quiebra el resorte interior que la sostiene. Sólo quienes son responsables son dignos de la libertad".
No sólo las arbitrariedades y los abusos de poder de los autoritarismos atentan contra la libertad, también la destruyen aquellos que con sus excesos o la violencia hacen imposible todo orden social.
Por ello, Eduardo Frei, no vaciló en repudiar y denunciar cualquier forma de violencia como medio para imponer esquemas de pensamiento o como método de lucha contra la fuerza institucionalizada. Pero también nos dice que no basta condenar la violencia, porque el hombre que aspira a la paz no es un conformista, es alguien que lucha con las armas de la verdad y de la razón.
Sin embargo, la conquista de la libertad y de la paz es un trabajo arduo. Significa comprometerse con la verdad, buscarla a través de la denuncia de las injusticias y de los atropellos, ya que "los que han escogido la violencia como medio, inexorablemente eligen la mentira como regla". La verdad se defiende con la verdad. Ella nos obliga a proclamarla aunque acarree perjuicios a nuestros propios intereses "tácticos" o sea desaconsejada por una falsa prudencia.
En su ensayo "Política y Espíritu" escribió: "Esta debe ser la norma: emplear los medios adecuados al fin, porque ambos se condicionan. La verdad jamás será defendida con la mentira, aunque esta mentira consista en el silencio; la paz nunca será conquistada por la violencia; así como la justicia y la libertad jamás se han logrado por el odio o por la tiranía".
La opción humanista es aquella que construye la paz analizando las causas de los conflictos, descubriendo las discrepancias mediante un diálogo franco y honesto.
La elaboración de un consenso social es la meta de la acción política y a ella sólo se llega mediante los medios pacíficos. No constituye claudicación ni renuncia a las propias convicciones, porque no transa los valores de la libertad.
Eduardo Frei batalló incansablemente por lograr la unidad de los chilenos en tomo a esquemas de valores que hicieran posible la reconstrucción democrática y el desarrollo justo de la Patria. En razón de ello, promovió el diálogo que hace posible el consenso, sabiendo que sin esa condición no puede generarse proyecto social alguno que sea viable, ya que se atentaría contra los derechos esenciales de las personas y, en consecuencia, contra el interés de la comunidad.
También decía que la verdad es, por esencia, contraria al odio. ¡Cuántas veces lo escuchamos llamar a superar los enconos y los sentimientos de venganza, a restablecer la armonía para poder caminar con cordura por la senda de la paz, de la comprensión y del respeto mutuo!. La serenidad y la generosidad fueron dos aspectos relevantes de su personalidad.
Otro rasgo que caracterizó a Eduardo Frei es el sentimiento profundo y lúcido que alimentó por su tierra y por su gente, sentimiento que lo llevó a decir: "Tengo un inmenso amor por mi Patria. Este Chile es muy hermoso. Tengo confianza en mi país y en los chilenos, sobre todo en el pueblo. Creo que éste es un país de libertad. Un país que ama la justicia, que ama la dignidad y que ama el trabajo y el esfuerzo. Yo creo que éste es Chile.
En "La Verdad tiene su Hora" encontramos otros testimonios igualmente emotivos de ese amor patrio: "Este pueblo que en el pasado supo hallar la fórmula política que le dio sitio y honra a una América sumida en la confusión política, se encuentra ahora al borde de una profunda crisis; pero también tiene en sus manos todos los elementos que, a un solo toque, puede adquirir cuerpo y armonía. Con ellos es posible construir un orden social reflejo de ese equilibrio innato del chileno que sabe medir sus sueños para convertirlos en realidad".
Y agrega: "Es cierto que hay en muchos una gran dosis de amargura, de escepticismo, de desconfianza. Mas, la vitalidad de nuestro pueblo es como la de la tierra que, a pesar de todo, siempre está dispuesta a comenzar de nuevo, a recibir y dar".
Años más tarde escribe, una vez más: "Una gran esperanza nos alienta. Este país, tan digno de ser amado y tan hermoso, tiene una íntima vocación de justicia, de libertad y de solidaridad nacional; una vocación histórica que no está hecha de quiebres abismales, sino de decisiones oportunas".
Eduardo Frei fue un hombre de esperanza. Como ningún otro estadista chileno en este siglo supo captar la vitalidad de las fuerzas que yacen dormidas en el alma de la Patria y por eso supo llegar al corazón de su pueblo, especialmente de la juventud. La patria joven no fue una consigna de retórica electoral; es la capacidad de renovarse que un pueblo manifiesta en las horas cruciales si encuentra una propuesta histórica que responda a su identidad.
En él los chilenos reconocieron su identidad. Por eso, su amor al pueblo le dio el amor del pueblo.
Como ya lo han señalado, supo gobernar armonizando su capacidad de conducir al país con su sensibilidad para dejarse conducir por el país mismo. Establecer esa relación de conductor-conducido es propio del genio político que caracteriza a los estadistas y, al mismo tiempo, en ella reside la esencia de la democracia, que no admite caudillos ni mesías.
Este hombre ilustre en su tierra también amplió su visión hacia la gran patria americana; ahondó en la realidad de nuestro continente y sobre ella proyectó su pensamiento audaz y anticipador. Mucha páginas de su obra como ensayista están dedicadas a analizar la historia contemporánea de América Latina y su presencia en el concierto internacional.
La imagen que captó su observación no difiere mucho de la que hoy nos ofrece nuestro continente: Una serie de países desarticulados, la mayoría de ellos empeñados en afianzar sus recientemente recuperadas democracias, arrastrando el legado agobiante de cuantiosos endeudamientos externos que han retrotraído aún más sus condiciones endémicas de injusticia, miseria y cesantía.
También hoy como ayer, la causa innegable de la escasa o nula presencia internacional de Latinoamérica es su inferioridad política. El aislamiento en que nuestro continente quedó sumido durante el período en que proliferaron en él los regímenes de fuerza frustró gran parte de los proyectos creadores que en las décadas anteriores concibieron sus gobernantes más preclaros.
Eduardo Frei fue uno de los más apasionados impulsores del proceso latinoamericano de integración, porque comprendió que las energías y potencialidades de nuestros pueblos necesitan marcos más anchos que sus fronteras para desarrollarse y alcanzar la plenitud.
Hizo realidad parte de sus sueños propiciando la suscripción del Acuerdo de Cartagena.
Con motivo de la constitución del Pacto Andino, pronunció en Bogotá uno de los discursos más lúcidos y brillantes de su oratoria excepcional.
Sus palabras testimonian su fe en una América Latina transformada en república de naciones, a través de uniones subregionales no sólo económicas sino, también, culturales y políticas; una América Latina con identidad propia, capaz de superar dependencias que la degradan, atenta a la defensa de sus legítimos intereses y en condiciones de asumir con personalidad original sus responsabilidades en la comunidad mundial.
Pensaba que la única fórmula que abre al continente esa amplia perspectiva histórica es la de una asociación digna entre nuestros países. Creyó en el destino de Latinoamérica.
Afirmaba que por las raíces históricas y humanas de sus pueblos, por el grado medio de sus desarrollos, por sus espacios y recursos era posible construir en ellos una democracia viva y renovada.
Vislumbró que ése es el aporte que nuestro continente puede entregar al mundo: Un proyecto de sociedad en la cual no se repitieran las experiencias de otras latitudes; que promoviera en la libertad transformaciones estructurales, inspiradas en los valores del humanismo creador y no en la fuerza o el consumismo.
América representa para los hombres de otros continentes más esperanzas de lo que nosotros mismos suponemos. No obstante, sus desniveles y su inestabilidad política constituye una expectativa fresca. Es, a pesar de todo, el Nuevo Mundo que puede hacer una contribución inédita en la lucha por la justicia internacional.
A ello se llega "abriendo la mente a los pueblos para llevar la calidad a sus vidas, para construir modelos de acuerdo con nuestros recursos naturales y humanos; teniendo en cuenta no sólo los factores económicos, sino también los culturales y tradicionales. En una palabra, creando modelos que correspondan a nuestro ser como pueblos".
"La libertad y la inteligencia del hombre -decía- se han ejercitado siempre en las empresas que parecen imposibles. Ese fue el signo de nuestras guerras de la independencia. Podrían ser hoy, de nuevo, el signo de una verdadera liberación".
La resonancia de su pensamiento político y latinoamericanista traspasó los ámbitos del continente. Fue recibido en otras tierras, como digno mandatario de un país que exhibía una trayectoria ejemplar de desenvolvimiento democrático; pero también en muchas otras oportunidades, la acogida que se brindó a su presencia en los más importantes centro políticos e intelectuales del mundo fue el reconocimiento que se hacía a su condición de ideólogo carismático, al fundador y conductor indiscutido de un partido político renovador de su Patria, al hombre sabio y prudente.
En los últimos años de su vida fue invitado a integrar la Comisión Brandt, un selecto grupo de eminencias mundiales de la política y del pensamiento, a la cual se le encomendó la tarea de elaborar un informe sobre las condiciones del subdesarrollo y las relaciones entre el Tercer Mundo y las potencias industrializadas. Su participación fue destacada y acrecentó aún más su prestigio internacional.
Este chileno, que enriqueció con su aporte nuestro patrimonio intelectual, que gobernó su Patria realizando una labor extraordinaria de renovación social y desarrollo, que enalteció el renombre de Chile entre las naciones, era un hombre modesto y austero.
El poder y los honores no alteraron la sobriedad de sus hábitos y la intimidad de su vida continuó desarrollándose en la sencillez del ambiente familiar que creó junto a una mujer ejemplar, rodeado de hijos que eran su alegría y su orgullo, como él gustaba confesar.
La imagen que nos dejó a cuantos estuvimos cerca de él y a todos aquellos que lo conocieron es la de un ser humano íntegro, a quien se le puede aplicar la expresión de hombre cabal, con la que él mismo solía designar el paradigma de la condición humana. La serenidad y distinción de sus gestos traslucía la grandeza interior que se forja sirviendo nobles ideales.
Fue leal a su vocación de entrega y con humildad supo abocarse a la construcción de su destino de instrumento de la paz.
Poseía una enorme vitalidad que le permitía abordar ingentes tareas sin que decayera la resistencia de sus facultades ni el entusiasmo con que asumía las responsabilidades. Vitalidad que también se desbordaba en alegría incontenible cuando la ocasión era propicia. Sabía reír. Su risa -dijo alguien- le nacía del alma. Cuando celebrada una broma, sus carcajadas sonoras contagiaban a todos los presentes.
Su auténtico respeto a las personas se manifestaba en el trato sensible y atento con el cual se relacionaba, sin distingos, tanto con sus familiares y amigos como con los poderosos de la tierra o los modestos pobladores.
La calidez de su personalidad fluía junto con la tremenda convicción que inspiraba su mensaje. Sin proponérselo, fue maestro y formador por la pasión con que vivió la verdad.
Modesto en su vida personal, humilde con las personas y tolerante con las ideas, reaccionaba con valentía y firmeza cuando estaba en juego la integridad de alguno de sus principios. Entonces hablaba golpeado, solemne. Nunca ofendió a nadie, siempre inspiró respeto a todos.
La completa armonía entre los hechos de su vida pública, sus actos privados y sus convicciones fue la base de su gran consistencia moral, reconocida hasta por sus adversarios, lo que le dio a su vida una absoluta coherencia.
Como político jamás aceptó transar ni comprometer sus principios, aunque ello le significara perder posiciones o la incomprensión y crítica de muchos.
Así, por ejemplo, siendo Ministro de Obras Públicas y Vías de Comunicación, en 1946, durante la administración del Presidente Juan Antonio Ríos, renunció a su cargo en el Gabinete a raíz de la muerte de varios manifestantes en una concentración pública, reprimida violenta e innecesariamente por la autoridad. Más tarde, en 1957, como candidato presidencial se negó a modificar los términos de su programa electoral, aunque ello le significó perder el apoyo de un sector político importante y, en consecuencia, su postulación. Igualmente, en años más recientes, no aceptó integrar el Consejo de Estado por considerarlo incompatible con los principios democráticos que había sostenido y defendido siempre con ardor.
Eduardo Frei fue un inspirado pensador y un político objetivo y profundamente honesto, que supo adecuar en perfecta comunicación sus sueños generosos y la realidad, la palabra en consecuencia con la acción que la cristaliza.
La universalidad de su pensamiento proyecta a Eduardo Frei en el espacio y en el tiempo. De ello es testimonio el eco que su mensaje continúa encontrando después de tres generaciones y la resonancia que sus palabras producen a lo ancho del escenario mundial.
Su presencia entre nosotros adquiere perfiles más nítidos y el recuerdo se hace más nostálgico cuando, sumidos en las sombras, traemos a la memoria el resplandor de la luz.
Hoy día, que conmemoramos otro aniversario de su partida, nos corresponde no sólo dar fe de la vigencia de su enseñanza y dejar constancia de la fidelidad de nuestro recuerdo, sino, principalmente, honrar su memoria reafirmando nuestras voluntades de continuar la lucha que nos legó: reconquistar la democracia y hacerla viva.
Debemos mirar el porvenir con alegría y optimismo, sin las amarras del odio y de la violencia, como él nos pidió que lo hiciéramos.
No debemos permitir que nos arrebaten la esperanza.
Somos peregrinos de lo absoluto, ciudadanos de una Patria Eterna, pero en este tránsito podemos edificar la ciudad terrena y hacer la morada de un pueblo bienaventurado.
Eduardo Frei nos instó a hacer realidad el nuevo reencuentro de los humanistas con la historia de Chile.
El nos propuso construir una nación libre, fraterna, solidaria, justa; asumir las responsabilidades sin ambicionar el poder, guiados sólo por los imperativos que impone la voluntad de servir el bien común; respetar el diálogo y no discriminar las ideas, reprimirlas ni temerlas.
Nos advirtió que la fuerza y la violencia no legitiman al poder que pretende imponer la servidumbre moral a un pueblo; que el despotismo y el afán de dominación no son expresión de fortaleza, pues sólo disfrazan la debilidad.
La auténtica fuerza -la que emana de la razón- se impone a través de la convicción buscada con humanidad "porque no se humilla quien ruega en nombre de la patria".
Este es el legado que Eduardo Frei nos dejó y que perdurará mientras Chile sea joven porque "su voz continuará resonando y será como la conciencia de un pueblo que ama la justicia y el derecho...".
He dicho.
"
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