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- rdf:value = " El señor VELASCO.-
Señora Presidenta, tal como señalara el Honorable colega Villouta, hemos querido tocar este tema porque creemos y pensamos que es de gran trascendencia para América Latina.
En días recientes, la Academia Sueca concedió el Premio Nobel de la Paz a una mujer indígena guatemalteca, llamada Rigoberta Menchu, justo cuando se celebran los 500 años del descubrimiento de América.
Esta esforzada mujer, de 33 años, trabajó desde niña en las cosechas de café, y muy joven se incorporó a la actividad pastoral en favor de las reformas sociales, de los derechos de la mujer y principalmente de la defensa de los derechos de los indígenas de su país (que alcanzan a un 55 por ciento de la población) y del continente, causa por la que luchó junto a su familia, y que años más tarde le costó la vida a su padre, que murió quemado en una ocupación pacífica de una embajada; a su madre, que fue secuestrada, torturada y asesinada, y a varios de sus hermanos, muertos por las fuerzas militares del gobierno de su país.
Hoy, Rigoberta Menchu se destaca como un símbolo de paz y reconciliación vivo que ha logrado trascender las líneas divisorias culturales y sociales en su propio país, en el continente americano y en el mundo.
¡Qué sabia y hermosa lección nos ha dado esta valerosa mujer! Lección entregada como una forma de vida que nos toca muy de cerca, ejemplo de búsqueda de la justicia social y de la reconciliación étnica-cultural, basada en el respeto a los derechos de los pueblos aborígenes.
Ella ha señalado que recibirá el alto honor conferido en nombre de todas las discriminadas minorías indígenas del continente, de las que, sin duda, es su líder natural.
Por eso, a pocos días del 12 de octubre, este hecho es un reconocimiento a los valores indígenas, a su dignidad, a una larga lucha contra las vejaciones sufridas por la dominación del hombre blanco.
La ira, el avasallamiento, la usurpación y los atropellos no son conceptos desconocidos para nosotros; pero, más aún, éstos se han mezclado en nuestra húmeda región sur del país, último reducto del sufrido pueblo mapuche, y han ido gestando no sólo actitudes, sino también acciones inamistosas recíprocas entre dos pueblos: ellos, los araucanos como se autodenominan y los chilenos, los huincas usurpadores como nos denominan. Humeas españoles, en un comienzo, que luego fueron rotándose por extranjeros de diferentes nacionalidades.
Huincas a los que jamás han considerado como parte de su pueblo y a los que, seguramente, jamás denominarán compatriotas.
Huincas que un día llegaron a tierras ocupadas por varios pueblos indígenas, que les pertenecieron desde siempre, y los fueron avasallando, atropellando en sus costumbres y derechos, y a los que, al no poder eliminarlos del todo, arrinconaron en los lugares más inhóspitos e inaccesibles.
Tras quinientos años de la aparición de la "civilización" europea en este continente, y cuando en todo el mundo se habla de la conmemoración de tan magno hecho histórico, me gustaría compartir unas breves reflexiones.
Uno es del lugar no sólo donde nace, sino donde se hace; cuando pequeños, junto con la leche también nos alimentamos de nuestro paisaje, de, los valores verdaderos de nuestra propia y única cultura mestiza que hayamos tenido la suerte de incorporar a nuestras vidas. Somos y debemos seguir siendo nosotros y tratar de rescatar lo poco o mucho de bueno que queda de nuestras raíces, pero no para ser otros y renegar de lo que nuestros ancestros indoamericanos valoraron, a pesar de la presión extranjera, para que costumbres, tradiciones y valores se perdieran o se adoptaran a imagen o a semejanza de las de ellos.
El amor a la tierra y a la naturaleza, el sentido de la familia, la espiritualidad, el desapego a las cosas materiales, el orgullo de la raza y el desprecio por quienes, por temor, debilidad o codicia, transaron las enseñanzas de sus mayores y cometieron actos de deslealtad a traición.
Cada vez somos más los que nos preguntamos si este "Encuentro de dos mundos", tan distintos y cada uno con sus propios valores, no habría sido más bien un "encontrón", en que prevaleció más la fuerza bruta que la razón y el derecho, y en que los indígenas de nuestros territorios americanos, puros, ingenuos, sin malicia y muchas veces hasta hospitalarios, fueron depredados y hasta exterminados, sin tener la oportunidad de enseñarle al europeo otros valores y estilos de vida. Esto podría haber producido un real intercambio de elementos positivos entre estos "Dos mundos".
Estimados colegas, no quiero que se pierda el mensaje central que pretendo entregar en mi intervención. Por ello, recalcó la importancia del mensaje de Rigoberta Menchu, quien puso su acento en los problemas que sufren hoy día los indígenas por la marginación de su cultura, la miseria en que viven millones de ellos y la presión de sistemas políticos que les niegan derechos elementales, como el de la tierra.
Las Naciones Unidas declararon que 1993 es el "Año Internacional de los Pueblos Indígenas", con el objeto de prestar ayuda a esas comunidades, por lo que me parece que hay que rescatar para el mundo el "desear la libertad de los indígenas en todos los países, redescubriendo la cultura americana y luchar por la unidad de sus pueblos originarios".
En tal sentido, solicito que se envíe oficio, en nombre de quien habla y de la bancada democratacristiana ojala de todas las restantes bancadas que componen este Honorable Congreso Nacional, con nuestras felicitaciones y saludos por su entrega ejemplar, a la ganadora del Premio Nobel de la Paz de 1992, Rigoberta Menchu.
He dicho.
"
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